Crítica cine seff09

El aliento de Michael Haneke

La cinta blanca. Ale-Aus-Fra-Ita, 2009, 150 min. Dirección: Michael Haneke. Intérpretes: Ulrich Tukur, Susanne Lothar, Josef Bierbichler, Burghart Klaußner.

Desde las primeras imágenes, una vez escuchados los sones de apertura de la voz enunciadora de esta Parábola en mayúsculas, tiene lugar el extrañamiento: ¿Es La cinta blanca de Haneke o de Lars von Trier? Aunque Trier gane en engreimiento al austriaco, sus fábulas son más divertidas y distantes. Por otra parte, nunca habíamos visto a Haneke tan endiosado ni con tanta urgencia por entroncar con los maestros nórdicos (Dreyer, Bergman) de las últimas preguntas y el expresionismo blanco y helado.

Ya contaba Haneke, cineasta de grandes filmes-enseñanza, con otra alegoría de contornos adaptables, El tiempo del lobo, donde, más cerca de Saramago que de Kafka, discurría sobre la condición humana en tiempos de pulsión, con el orden civilizatorio suspendido quizá para siempre. La cinta blanca se querría el embrión de los días de apocalipsis, el origen de esa maléfica formación rodante que habría tomado el siglo XX como pendiente para desembocar en nuestros días de anestesia, inmoralidad y violencia gratuita. Y si en el cine del austriaco siempre ha sido recurrente el protagonismo de niños y adolescentes (El vídeo de Benny, Código desconocido, Caché…), ángeles maléficos que absorben los vicios adultos y cuyas altivas presencias les recuerdan a ellos y a nosotros cuál es el precio a pagar por la permisividad con respecto a sus perversas actitudes, en La cinta blanca, en la alegoría inaugural, no podían faltar ni los cuellicortos, apandillados y con mala leche, ni los adultos cegados por la soberbia, los prejuicios, y demás vendas de la clase dominante.

La cinta blanca, Palma de Oro en Cannes, volvió a excitar, cómo no, el asunto del huevo de la serpiente, la semilla del nazismo y otros tópicos de rápida digestión y portada asegurada en la revista dominical. En nuestra opinión, Haneke actúa con una astucia censurable, imaginando un contexto histórico para el pueblo de los malditos que determine en el teleológico espectador una inmediata respuesta que haga del filme algo más importante de lo que en realidad es (el austriaco, además, siempre podrá negar las implicaciones que no le gusten). Fue Claude Lanzmann, en Shoah, documental que también ha influido en la ficción y modelo ineludible para perseguir desde el presente ese Mal del que aquí se perora, quien dejó la enseñanza clara y diáfana: de lo que se puede hablar de aquello, hay que hacerlo con detalle, minuciosamente, sin ambigüedades, ni lamentos.

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