Manuel Campo Vidal

Menos crispación y más alianzas del país

Las aportaciones de los inventores españoles, del submarino al autogiro, deberían completarse con el crispómetro: un ingenio para medir la excitación política y social. Veríamos los graves riesgos de nuestra convivencia por la acción temporal de colectivos como los taxistas o casi permanente de los políticos. Sobra crispación... y provocaciones, torpezas y malentendidos. Falta sentido de Estado.

Lo vimos con el intento del taxi de paralizar Madrid y Barcelona, siempre ante acontecimientos muy relevantes (Fitur o Mobile) poniendo en riesgo los motores económicos de las ciudades. Madrid se acostumbraba a vivir sin taxis, Fitur batió récords de asistencia y se celebró la firmeza negociadora de Ángel Garrido, quizás ayudado por la decisión de Pablo Casado de reemplazarlo en mayo. Un respeto para Garrido y para Manuela Carmena, que ante la exigencia de IU de abandonar el plan Chamartín dijo que, si vienen con esas pretensiones, mejor no reunirse. "Los partidos que no entiendan que tienen existir empresas, no deben gobernar Madrid", dijo la alcaldesa.

Mientras España se incendia, representantes del Gobierno y de la Administración Local coincidían en que para afrontar el reto demográfico ante la despoblación de pueblos y ciudades es imprescindible una alianza. La comisionada Isaura Leal y el presidente de la Diputación de Orense, Manuel Baltar, de partidos distintos, mostraron esa disposición a unir esfuerzos ante la alarma del riesgo de desertización. No están solos: representan a cuatro millones de ciudadanos que aún resisten en un territorio que va a menos. Y nace una Red de Periodistas Rurales que se apresta a darles voz y proponer iniciativas. Hay una España rural en marcha. Atención.

Pero la política está a otra cosa. Sus líderes abominan de alianzas y se abonan a la crispación sin medir el hartazgo de la sociedad civil que quiere soluciones y menos gesticulación. Ni una palabra sobre los necesarios pactos por la educación, justicia, sanidad, ciencia o reindustrialización. Los independentistas llevan años sin hablar de problemas reales y el nacionalismo español, activado por reacción, tampoco. Ahora va de manifestaciones en la calle. El debate político se asemeja a un campeonato de adjetivos "descalificativos". La escalada de Casado contra Pedro Sánchez no tiene precedente. Cuando sale Felipe González a decir que no hacen faltan relatores sino debate en los parlamentos -el catalán casi paralizado, denuncia- se añoran tiempos en los que había alta tensión política pero más serenidad.

La cuestión es saber si esa crispación sirve para construir liderazgos que den confianza como alternativa. Parece que no, sin propuestas, ni iniciativas a debate. Por eso, cuando en la España real hay disposición a forjar alianzas para afrontar graves retos, como el abandono del mundo rural, la política recupera sentido y renace la esperanza. La clave es que a esos políticos con soluciones se les abra el espacio mediático hoy copado por las bravatas. Situación inquietante. Es más fácil destruir la convivencia que asentarla.

LAS aportaciones de los inventores españoles, del submarino al autogiro, deberían completarse con el crispómetro: un ingenio para medir la excitación política y social. Veríamos los graves riesgos de nuestra convivencia por la acción temporal de colectivos como los taxistas o casi permanente de los políticos. Sobra crispación... y provocaciones, torpezas y malentendidos. Falta sentido de Estado.

Lo vimos con el intento del taxi de paralizar Madrid y Barcelona, siempre ante acontecimientos muy relevantes (Fitur o Mobile) poniendo en riesgo los motores económicos de las ciudades. Madrid se acostumbraba a vivir sin taxis, Fitur batió récords de asistencia y se celebró la firmeza negociadora de Ángel Garrido, quizás ayudado por la decisión de Pablo Casado de reemplazarlo en mayo. Un respeto para Garrido y para Manuela Carmena, que ante la exigencia de IU de abandonar el plan Chamartín dijo que, si vienen con esas pretensiones, mejor no reunirse. "Los partidos que no entiendan que tienen existir empresas, no deben gobernar Madrid", dijo la alcaldesa.

Mientras España se incendia, representantes del Gobierno y de la Administración Local coincidían en que para afrontar el reto demográfico ante la despoblación de pueblos y ciudades es imprescindible una alianza. La comisionada Isaura Leal y el presidente de la Diputación de Orense, Manuel Baltar, de partidos distintos, mostraron esa disposición a unir esfuerzos ante la alarma del riesgo de desertización. No están solos: representan a cuatro millones de ciudadanos que aún resisten en un territorio que va a menos. Y nace una Red de Periodistas Rurales que se apresta a darles voz y proponer iniciativas. Hay una España rural en marcha. Atención.

Pero la política está a otra cosa. Sus lideres abominan de alianzas y se abonan a la crispación sin medir el hartazgo de la sociedad civil que quiere soluciones y menos gesticulación. Ni una palabra sobre los necesarios pactos por la educación, justicia, sanidad, ciencia o reindustrialización. Los independentistas llevan años sin hablar de problemas reales y el nacionalismo español, activado por reacción, tampoco. Ahora va de manifestaciones en la calle. El debate político se asemeja a un campeonato de adjetivos "descalificativos". La escalada de Casado contra Pedro Sánchez no tiene precedente. Cuando sale Felipe González a decir que no hacen faltan relatores sino debate en los parlamentos -el catalán casi paralizado, denuncia- se añoran tiempos en los que había alta tensión política pero más serenidad.

La cuestión es saber si esa crispación sirve para construir liderazgos que den confianza como alternativa. Parece que no, sin propuestas, ni iniciativas a debate. Por eso, cuando en la España real hay disposición a forjar alianzas para afrontar graves retos, como el abandono del mundo rural, la política recupera sentido y renace la esperanza. La clave es que a esos políticos con soluciones se les abra el espacio mediático hoy copado por las bravatas. Situación inquietante. Es más fácil destruir la convivencia que asentarla.

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