José Antonio Griñán, ex presidente de la Junta · Máximo Díaz Cano, ex secretario general de Presidencia de la Junta

Sobre el comunicado de la izquierda 'abertzale'

Los autores remarcan la obviedad de la disparatada defensa de que los asesinos hicieron posible el fin de la violencia, excluyendo a los verdaderos protagonistas de la derrota etarra

Arnaldo Otegi, líder de Bildu.

Arnaldo Otegi, líder de Bildu.

Distintos comentaristas políticos y algunos medios han querido hacernos ver que ETA ha pedido perdón a través del comunicado que, el 18 de octubre, ha hecho público la izquierda abertzale. Es obvio, sin embargo, que en sus tres páginas (que, como recomienda Rodríguez Zapatero, hemos leído detenidamente) en ningún momento se habla de perdón aunque sus emisores digan sentir "de corazón" el "daño causado". Y no piden perdón no sólo porque no quieran hacerlo, sino porque no pueden hacerlo sin contradecir su relato sobre el final del que ellos llaman "conflicto", que es en realidad de lo que trata el comunicado. El texto de la izquierda abertzale es un intento más del soberanismo para seguir tergiversando la historia intentando convertir la victoria de la democracia sobre ETA en una paz negociada entre dos partes contendientes; versión, todo hay que decirlo, a la que contribuyó el haber convertido la lucha antiterrorista en un "proceso de paz".

El comunicado no pide perdón porque sigue considerando que las víctimas de ETA son la consecuencia de un conflicto con dos partes igualmente responsables del dolor. Y en esta línea, tan falaz como hiriente, los independentistas se refieren a las víctimas ("todas, absolutamente todas las víctimas. No nos olvidamos de ninguna de ellas") en su punto tercero, después de haber hecho un reconocimiento previo de los asesinos etarras que renunciaron a seguir siéndolo por haber cumplido su compromiso con el final de la violencia y de haber "procedido de manera satisfactoria, tal y como estipulan los estándares internacionales, a su desarme y posterior desaparición". No termina aquí su reconocimiento a los etarras: "Aquellos que apostaron de manera decidida, valiente y arriesgada por las vías exclusivamente pacíficas", dice el comunicado, "han cosechado un éxito rotundo e incontestable. Demostraron un sólido liderazgo". Es obvio que con esta disparatada defensa de los asesinos que "valiente y arriesgadamente" hicieron posible el fin de la violencia, lo que los autores del comunicado pretenden es excluir del relato histórico a quienes en realidad fueron los verdaderos protagonistas y artífices de la derrota etarra: los pactos antiterroristas, la valerosa resistencia de los demócratas vascos, los foros como el de Ermua y Basta Ya y, sobre todo, la actuación de los servicios de inteligencia y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, para llegar, de esta forma y por ese camino, a la siguiente conclusión: En todo caso, el éxito corresponde, qué duda cabe, al conjunto del pueblo vasco. He aquí la construcción de un relato histórico del terrorismo etarra como si éste se hubiera producido en el transcurso de una guerra entre dos contendientes que se enfrentaron con las mismas armas.

Bildu sigue sin condenar los crímenes y tratando de imponer un relato histórico insostenible

El proceso de paz iniciado por Zapatero al llegar al Gobierno concluyó, es cierto, con el final del terrorismo el 20 de octubre de 2011, cuando los terroristas anunciaron el final de su actividad armada. Sería, sin embargo, inexacto considerar que fue este proceso (o sólo este proceso) el que puso fin a la violencia etarra. El Acuerdo por las libertades y contra el terrorismo fue determinante para conseguirlo. Su aplicación, consensuada entre el PSOE (proponente) y el PP (en el Gobierno) consiguió no sólo arrinconar a ETA sino también servir de apoyo legal, judicial e institucional a los demócratas vascos que, en defensa de la Constitución, habían hecho frente al terrorismo etarra, aun a costa de sus propias vidas. Cuatro años después de su puesta en marcha, ETA estaba ya casi vencida, con su capacidad operativa muy dañada y sin recursos, y sería, definitivamente, derrotada en 2009 cuando el Tribunal de Estrasburgo declaró la legitimidad democrática de la ilegalización de Batasuna. Sin embargo, la prioridad dada en el proceso de paz al nacionalismo había situado al PNV "como interlocutor necesario para todos", en "una envidiable posición en que cualquier crítica contra él pudiera aparecer como crítica contra los vascos y, en consecuencia, como obstáculo para la necesaria pacificación" (Javier Corcuera). Es posible, como han señalado José María Izquierdo, Jesús Eguiguren y Luis R. Aizpeolea, que el diálogo preferencial con los nacionalismos hiciera estallar las contradicciones entre Batasuna y ETA anticipando así el cese definitivo de la lucha armada a octubre de 2011, pero esto, que es una posibilidad sólo remota dada la extrema debilidad de la banda terrorista, tiene también la contrapartida de sus efectos políticos: en 2001 el bloque constitucionalista, PP y PSOE, sumaba 32 escaños en el Parlamento vasco, más que la suma de los tres partidos nacionalistas contrarios al terrorismo. Quince años más tarde, 18; y en 2020, sólo 16, 15 menos que el PNV y cinco menos que Bildu. Y han sido estos efectos políticos los que han dado la iniciativa a quienes quieren imponer el discurso del final de ETA como un armisticio entre dos contendientes sin vencedores ni vencidos.

El debate que, diez años después de que ETA abandonara la lucha armada, permanece abierto es el de la historia de lo que significaron tantos años de asesinatos, secuestros y extorsiones. No se trata de una cuestión menor y, desde luego, sería un disparate aquietarse al relato de los terroristas: matar no puede tener consecuencias políticas y dejar de matar no puede llevar a excusar los crímenes y a equiparar de forma obscena a victimarios y víctimas convirtiéndolos en beligerantes enfrentados.

El terrorismo asesinó a casi 900 personas, destrozó familias y quitó la esperanza a miles de ciudadanos. Produce desazón, como denunció la Fundación Fernando Buesa, que varios años después del final de ETA, quienes no han condenado los asesinatos participen, e incluso lideren, actos de reconocimiento de los asesinos. Cualquier justificación para el pasado de ETA puede serlo también para la utilización de la violencia con fines políticos. Como ha declarado Florencio Domínguez (El Confidencial), la izquierda abertzale se ha mostrado hasta ahora incapaz de asumir el suelo ético que el Parlamento vasco aprobó en 2013 y que parte de la afirmación de que no hubo justificación para el terrorismo de ETA. Diez años después, su comunicado en el décimo aniversario del fin de la actividad terrorista sigue sin condenar los crímenes de ETA y tratando de imponer un relato histórico insostenible e insoportable.

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