Víctor Manuel Cabanillas | Psicólogo

"No mirar a la muerte es no mirar a la vida"

"No mirar  a la muerte  es no mirar  a la vida"

"No mirar a la muerte es no mirar a la vida" / javier albiñana

Afincado en Málaga, Víctor Manuel Cabanillas es licenciado en Psicología y especialista en psicopatología y salud, en terapia breve y en cuidados paliativos multidisciplinares. Con su ensayo Morir hoy: la muerte desterrada (Desclée De Brouwer) nos acerca a uno de los grandes tabús en nuestros días: la muerte. "El miedo a morir se puede convertir en algo obsesivo y, por lo tanto, fóbico. No queremos pensar nada en la muerte. O puede convertirse en un misterio. Si la convertimos en una parte de nuestra vida, no tiene que asustar tanto como si la rechazamos y no la queremos mirar", explica.

-¿Morir hoy: la muerte desterrada es un ensayo para dignificarla?

-Efectivamente. La muerte en nuestros días es un tabú y como tal está desterrada de nuestra cotidianidad.

"En nuestra cultura narcisista de hoy, somos fóbicos al dolor, queremos ser felices eternamente"

-El tema no gusta...

-La muerte se ha convertido en un tabú por dos elementos básicos: uno es el avance de la medicina, que ha prolongado la vida haciéndonos creer un poco en la inmortalidad; y por otro lado, por una especie de cultura hedonista, donde el efebo ha tomado el mando de nuestra vida y favorece aquello que nos conviene. Y todo lo que rompa ese modelo es rechazado.

-¿Es más fácil creerse inmortal?

-Sí, claro. De hecho, en muchas ocasiones, la muerte siempre es la del otro. Siempre se muere un otro que no soy yo.

-¿Su experiencia como psicólogo en unidades de cuidados paliativos (UCP) le ha hecho ver la vida de otra manera?

-Cuando uno entra en una UCP, como yo tuve la oportunidad en Madrid, la muerte siempre nos confronta, nos conmueve, nos hace preguntarnos cómo será la nuestra, si podremos afrontarla con la serenidad debida, sin angustias ni miedos... Ahí sí tuve la necesidad de mirar hacia dentro y prepararme para ello.

-Esperanza, la palabra clave en estos trances.

-Es fundamental. La esperanza no son promesas infundadas. Es encontrar que nuestra vida tiene y ha tenido un sentido. El momento de la muerte es un encuentro con las conclusiones de nuestro texto vital.

-¿El profesional debe conectar con el paciente y con su familia?

-En las UCP se sabe que tratar a un paciente en sus últimos momentos engloba también a la familia y a sus seres cercanos. Si estas personas no están apoyadas, viven en angustia y no van a poder ayudar a su ser querido de forma adecuada.

-¿Y el cuidador también necesita ser cuidado?

-Los profesionales también somos seres humanos y, en realidad, la enfermedad y la muerte nos conmueven interiormente.

-¿Cómo nos cambia acompañar a una persona cercana en su agonía?

-El acompañamiento en esos momentos, si está realizado desde la comprensión, la esperanza y el afecto, se vive naturalmente con el dolor de la pérdida de un ser querido, pero no se convierte en angustia, sino que se naturaliza. Y mis palabras pueden parecer un poco extrañas...

-Sí, un poco.

-En nuestra cultura narcisista de hoy, somos fóbicos al dolor. Queremos que nada nos duela, ser felices eternamente, como una especie de Peter Pan. Y en esos momentos cercanos a la muerte aprendemos a tener presente el dolor, pero sin desesperanza ni angustia.

-¿Nunca nos planteamos afrontar nuestro final?

-Así es. Una de las cosas que dan más miedo no es tanto la muerte en sí, sino el proceso hacia ella: la vulnerabilidad, la dependencia, la falta de autonomía, la necesidad de depender de otras personas, esa cultura que nos hace ser superhéroes, que no nos enseña a participar, a compartir, a dejarnos cuidar... Nos asusta tanto que preferimos no pensar en ello y desear una muerte repentina.

-¿Dónde nos puede llevar esa angustia de no ser?

-La angustia del no ser nos puede llevar a la enfermedad física, a las enfermedades psicológicas y también, en un momento determinado, uno puede pensar que el suicidio es una salida.

-¿La religión nos ayuda?

-La religión puede ayudar, naturalmente, a todas las personas que tengan unas creencias. Pero también cualquier sentimiento de espiritualidad o de trascendencia por supuesto que ayuda mucho a hacer el tránsito, porque de alguna manera la persona siente que no acaba con la muerte, sino que hay una continuidad.

-Nos fascina el concepto de la resurrección...

-Sí, y es teológicamente un concepto muy complejo. Hay muchos momentos en que resucitamos de muertes no literales, sino simbólicas: superamos crisis, sucesos traumáticos... y nos volvemos a rehacer. Esa experiencia personal de rehacerse en la vida podría ser entendida como una resurrección.

-¿A qué edad deberíamos reflexionar por primera vez sobre la muerte?

-Antaño, la sexualidad era un tabú. Los niños no sabían de dónde venían, no se les explicaba nada del sexo, pero culturalmente estaban cerca de los duelos familiares y acudían en un momento determinado a los velatorios, a los entierros...

-Es verdad...

-En nuestra sociedad moderna se ha dado un cambio. Ahora los niños tienen enormes conocimientos de la fisioterapia del amor, pero se los aparta completamente de la idea de la muerte.

-¿Es peor tener la muerte siempre presente o huir de ella?

-Como todo en la vida, el término medio es lo mejor. Ni hay que obsesionarse con la muerte en un sentido negativo, puesto que probablemente no nos dejaría vivir, ni tampoco podemos convertirla en una fobia donde no la miremos, porque no mirar a la muerte es no mirar a la vida. Es como si quisiéramos comprender la luz sin la oscuridad.

-Mi suegro dice que si después de ir a un entierro no bebes vino, el tuyo viene de camino...

-Es un deseo para que los que se quedan disfruten de la vida. Indiscutiblemente, tiene mucho sentido del humor [risas].

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