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"El ser humano es homo narrans y homo sapiens"

El escritor Juan Aparicio Belmonte. El escritor Juan Aparicio Belmonte.

El escritor Juan Aparicio Belmonte. / Siruela

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

LA HISTORIA QUE PUDO SER. Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) es profesor de escritura creativa y humorista gráfico con el apodo de Superantipático. Ha escrito, entre otras, las novelas El disparatado círculo de los pájaros borrachos, Una revolución pequeña, Mis seres queridos, Un amigo en la ciudad, Ante todo criminal y La encantadora familia Dumont. En su último título, Pensivalnia (Siruela),recurre a la memoria sentimental como marca de identidad, en una historia que discurre con naturalidad entre la autoficción y lo autobiográfico.

–De su experiencia adolescente en Estados Unidos, que es uno de los hilos de ‘Pensilvania’, sacó una enseñanza muy útil en la vida: mentir.

–Es que estamos hablando de la era predigital. Entonces te ibas y te ibas. Llamabas a cobro revertido cada quince días en una conferencia en la que la voz llegaba retardada. La sensación de estar completamente descolgado era muy grande y también, claro, la necesidad de sobrevivir. Así que estaba claro que había que disimular un poco porque si te oponías frontalmente a lo que tenías delante, las consecuencias podían ser peores, de modo que intentabas disimular ocultando la verdad o esquivándola. Que es lo que hacemos en las entrevistas de trabajo.

–Y si las diferencias culturales siguen existiendo, en esa época el choque era aún más sideral.

–Uno iba allí con la expectativa básica de aprender inglés y vivir en su teleserie yanki ideal y luego, perfectamente le podía ocurrir, como a mí, que topase con un sitio de religiosidad exacerbada, que no estaba en la línea de lo que había podido conocer en España. Pero allí, lo normal era vivir el cristianismo en un estado de temor constante, porque el infierno era el centro de su credo. Yo podía detectar que era un credo que resultaba perjudicial, pero también veía que había un afecto grande por su parte y muy buenas intenciones. Esa contradicción es un terremoto emocional.

–Menciona a dos amigos de la época que eran brillantes y terminaron convirtiéndose en negacionistas.

–Hay veces que la gente, de adolescente, es más adulta que cuando se convierten en adultos, lo mismo porque necesitamos construirnos un relato sencillo para mantenernos vivos con cierta ilusión. La gente, lo que evita sobre todas las cosas es la incertidumbre, y hay determinados relatos que te facilitan el poder centrarte en las tareas cotidianas sin agobiarte con otras cosas. Cuando eres adulto, surgen cuestiones complejas a las que dar solución, y puede que una opción sea optar por recursos facilones: esto sorprende por contraste por cómo pudieron ser esas personas cuando las conociste. En mi caso, recuerdo que ironizaban con el matrimonio de mi casa, y ellos se han terminado convirtiendo en un reflejo.

"En gran medida, somos un ser simbólico que se construye gracias a los relatos"

–En esta reflexión sobre la mitad del camino de la vida, se puede decir que uno aprende que es finito. Muy y mucho finito.

–Hay tres elementos en la novela que son verdad: el ingreso en urgencias por problemas cardíacos, el intercambio americano y la agresión neonazi. Ninguno de estos tres choques, cuando los viví, me los tomé con humor. El humor te sale luego: eso de Woody Allen de que comedia es tragedia más tiempo. Al fin y al cabo, el mismo Woody Allen trata temas idénticos que Bergman, pero con él terminas riéndote. La novela es un repaso vital que me ha servido para dar unos contornos a mi experiencia americana y darle un sentido: esto es lo que ha habido, eso es lo que hubo, y no estuvo mal, con sus pros y sus contras. Aquí seguimos. Por eso, a pesar de algún que otro momento de amargura, quien termina la novela la termina con el ánimo alto.

–Los expertos dicen que los recuerdos son de lo más mentiroso que existe, ¿se ha pillado a sí mismo en algún fallo de rácor?

–Sí, sí, alguno he pillado... Es muy peligrosa la memoria pero, al final, lo que sin duda te queda es la emoción; lo que te engañan son los detalles, la anécdota, los acontecimientos concretos, pero la huella emocional es real. La memoria es muy traicionera, y entonces si lo que recuerdo no es real y el presente no existe, pues ya me dirás qué cuernos soy, dónde estoy, no estamos en ningún lado. El tema de la forja de realidad que repiten los infames libros de autoayuda es falaz en gran parte, pero lo que es sin duda cierto es que te pasas la vida peleando contra el relato de los otros.

–Pone sobre la mesa la importancia del relato, que hoy parece haberle ganado la partida a la realidad empírica, y que se cuela en todo: política, posmodernismo, exhibición en redes...

–El ser humano es homo narrans y homo sapiens, cada uno lleva a cuestas su propia narración. Las redes sociales están conformadas por narraciones: la realidad empírica es difícil de detectar porque para trasmitirla lo haces a través de un relato, y la limitas porque discriminas unos elementos a favor de otros, como cuando cuentas una anécdota. Hoy día, la vida se ha vuelto una lucha de relatos. En política, vence el que consiga acomodar su relato a la mayoría. Si tomamos algo tan evidente como los nazis, por ejemplo, y ves qué relato tenían ellos de sí mismos, pues ellos creían que estaban defendiendo Europa. Por eso también es peligroso: un relato conforma la visión del mundo con cosas que son muy objetivables y difícilmente combatibles. En gran medida, somos un ser simbólico que se construye gracias a los relatos, que no siempre son ajenos o van en contra de la realidad: muchos de ellos nos sirvieron y sirven, por ejemplo, para afianzar la cohesión con nuestros semejantes.

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