José Alberto García | Presidente de la Asociación Andaluza de Centros Católicos de Ayuda al Menor

“La acogida cambia la vida de estos niños y la tuya”

José Alberto García.

José Alberto García. / Miguel Ángel González (Jerez)

–¿Qué labor desarrolla la ACCAM (Asociación Andaluza de Centros Católicos de Ayuda al Menor)?

–Con sede en Sevilla, nace hace casi 25 años para aglutinar y servir de voz única ante la Administración para todos los centros de protección de menores de diferentes congregaciones religiosas de Andalucía. Con el paso del tiempo la Asociación va tomando más forma y empieza a gestionar proyectos propios como el acogimiento familiar, el voluntariado, la formación para los profesionales de los centros de protección, o el de familias colaboradoras. ACCAM tiene más de 30 centros de protección de menores en Andalucía. También colaboramos con otras entidades del sector, ajenas a nuestra asociación. Es un sector muy solidario y nos apoyamos mucho.

–¿Qué es una familia de acogida?

–Nosotros gestionamos desde hace 12 años el acogimiento familiar en la provincia de Cádiz. Somos SAAF (Servicio de Apoyo al Acogimiento Familiar). El acogimiento es recibir a un niño o niña en tu casa y que pase a formar parte de tu familia, con el apoyo de técnicos y profesionales que ofrecen un acompañamiento en ese proceso de acogida. Aunque trabajamos en centros de protección, queremos que estos niños estén en familia, porque sin duda, es el mejor lugar donde pueden estar, en cualquier de modelo de familia. Y, no es necesario ser una familia creyente... Pueden ser familias de acogida de urgencia (FAU), temporales, permanentes y las profesionalizadas, de un perfil con más experiencia para casos más difíciles. El acogimiento familiar es la principal medida de protección y así lo determina la Ley de Infancia y Adolescencia en Andalucía.

–¿Qué imagen tiene la sociedad de los centros de protección?

–Hay mucho desconocimiento. Enseguida se piensa que si el niño o niña está ahí es porque ha hecho algo malo. Lo único que ha hecho es sufrir en su vida. Hay que diferenciarlos de los centros de reforma juvenil, donde sí tienen que cumplir una medida legal. Al centro de protección el niño/a llega porque ha sufrido abusos, malos tratos, negligencias, abandono... La Administración se los retira a sus familias para protegerlos, y desde los Servicios Sociales se intenta entonces que se quede con un familiar (acogimiento en familia extensa) y, si no es posible, se busca una “familia ajena”... cuando esto no se logra, pasan al acogimiento residencial, que son nuestros centros a los que llamamos “hogares o casas”, y donde pueden permanecer hasta los 18. Hay niños con comportamientos más disruptivos y otros que no, pero son niños y niñas tan faltos de cariño, de una base segura, que en cuando reciben el afecto y la “normalidad” de una familia, mejoran. Tú le estás cambiando la vida a ese niño, y sin duda, él a ti.

–¿Qué pasa cuando cumplen 18?

–Solemos adelantarnos tres y cuatro años para saber qué va a pasar con ese niño o niña. También gestionamos pisos de mayoría de edad para continuar con ese trabajo una vez cumplan 18 años. En ellos se les ofrece las herramientas, encaminadas a la autonomía y la responsabilidad: a su inserción social y laboral.

–¿Cómo es la vida en un centro residencial?

–Se les da una vida lo más normalizada posible: viven allí, junto a los profesionales; van al colegio, a actividades extra escolares, salen con sus amigos, van a cumpleaños... Por eso, los educadores y el personal que trabaja en ellos, los llamamos “hogares”. Son casas donde viven de ocho a doce niños, no barracones con 20 literas, que es la idea antigua que se puede tener. Son lugares que protegen y reparan y donde tratamos de conseguir que se sientan queridos y seguros. Ellos han tenido una vida difícil pero que consideran “normal”, ya que no han tenido otros modelos, otra alternativa “normalizada”. Para ellos es difícil llegar a un centro porque no entienden por qué han sido retirados de sus familias, por qué deben ser “protegidos” y justifican muchas veces los comportamientos de sus padres. Creen que es normal, por ejemplo, ser maltratados

–¿Hay niños inmigrantes?

–Sí, un 25%. se integran en la cultura andaluza, con niños/as nacionales. De hecho, uno de esos menores es Musta, que llegó con 9 años en los bajos de un camión. Ahora tiene 27 años y tanto la familia de acogida como nosotros le ofrecimos otra visión alternativa de lo que veía en su país. Aprovechó bien las oportunidades que le dimos y ahora es un joven prometedor.

–¿Habrá también casos de fracaso?

–Sí, de aquellos/as que no han sabido o no han podido aprovechar lo que le ofrecimos. Es tanto el peso de su realidad, la presión que asumen, que no le permite llegar a esa resiliencia para darle la vuelta al calcetín de su vida.

–Estáis inmersos ahora en una campaña de búsqueda de familias colaboradoras.

–Sí. Las colaboradoras son familias de ‘acogida’ para los fines de semana, días sueltos y vacaciones. Es un término medio, de familias que no pueden comprometerse a una acogida total, pero se ofrecen a abrir las puertas de su casa en esos periodos puntuales. Y también es para esos niños, un respiro del centro, donde les damos cariño y atención, pero no como en una familia. Necesitamos gente generosa que ser ofrezca por amor, porque lo que está claro es que ante una mala familia, es mejor un buen centro. Las familias colaboradoras son el semillero de las de acogida, porque muchas familias no se atreven a dar el primer paso, pero cuando lo hacen, descubren que lo que reciben es mucho más que los que dan. Ese es el compromiso que pedimos: abrirles a estos niños que están en centros de protección, las puertas de vuestra casa y de vuestro corazón.

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