Juan Pérez Floristán | Pianista

"Si me dejan dar la turra, toco gratis en el Congreso"

El pianista Juan Pérez Floristán.

El pianista Juan Pérez Floristán. / Antonio del Junco

Dicen los entendidos que posee un talento espectacular como pianista desde que salió a la luz como niño prodigio. Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993) se convertirá ahora en hijo pródigo cuando vuelva a España tras seis años y pico de aprendizaje en Berlín dándole a las teclas. Debutó en el Maestranza con 14 años, ganó a los 22 el concurso Paloma O'Shea, ha actuado en los Proms de la BBC, en el Royal Albert Hall londinense y en otros muchos teatros rimbombantes. Ahora bien, tiene los pies bien sujetos al suelo y una conversación realmente entretenida.

–Pianista confinado. Encantados sus vecinos, ¿no?

–Insonorizamos una habitación para poder estudiar lo que quisiéramos y, aun así, soy una persona que no estudia mucho; de hecho, en el confinamiento he estudiado menos que nunca. Mis vecinos están contentos.

–Se llama Juan Pérez. ¿El segundo apellido le ha salvado la carrera artística?

–Puede ser. La gente se suele acordar por la rima. Tiene más empaque el Floristán. Además, es un apellido con mucha historia. Creo que hubo un bandolero a finales del XIX. Mi linaje es largo y noble, como verá.

–Padre director de orquesta y madre pianista. No fue un niño rebelde que prefirió tirar por la abogacía o la ingeniería...

–Qué va. Yo fui muy dócil, la rebelde era mi hermana, farmacéutica aunque le flipa la música, toca batucada y le gusta la música africana, incluso ese gusto lo estoy cogiendo también. La rebeldía me ha venido tarde, la adolescencia la estoy pasando ahora.

–Puse su nombre en Google y salieron Chaikovski, Rajmaninov y Musorgski. ¿Qué tiene que ver un pianista con la delantera del Dinamo de Kiev?

–No soy nada futbolero, pero los rusos me están absorbiendo poco a poco. Esos tres nombres son una compañía estupenda, pero dándole al balón no creo que fuera bueno alguno.

–Dicen que no es academicista. ¿Eso significa que puede tocar el Enter Sandman de Metallica y el Susanita tiene un ratón?

–Hombre, claro. Una vez toqué el Starman de David Bowie en la boda de una prima, intento ser versátil.

–Soy un cenutrio en música clásica. Empiezo por...

–Por lo que más le llame la atención, sin prejuicios. Mozart o cualquier otro.

–Pero algo facilito.

–Claro, algo ritmoso que le recuerde a otro tipo de música más rockera. Bartok o Prokofiev le subirían la adrenalina.

–¿Se le dispara más el corazón en el Royal Albert Hall que en el Maestranza?

–Al contrario. Cuando en el público no conoces a nadie, es una masa anónima y te da todo un poco igual; si hay muchos conocidos, empiezas a ser demasiado consciente de lo que estás haciendo.

"Si alguien sabe de algún seguro de manos, que me lo diga, hasta la fecha no lo he encontrado"

–La música amansa a las fieras. ¿Qué caché pediría por tocar un día entero en el Congreso?

–Joder, sería el caché más alto de mi vida, a no ser que me dejaran darles la turra, entonces toco gratis.

–Bueno, la turra ya nos la dan los diputados.

–Cambiar los papeles por una vez no estaría mal.

–La vida en Alemania. ¿Todo es tan de color de rosa como creemos en España?

–Claro que no. En todos lados cuecen habas. No existe el país perfecto. Si hay que buscar lo mejor de España y lo mejor de Alemania, ¿el país perfecto es Francia? Lo dejo a juicio del lector. Pero no es todo de color de rosa. Tienen cosas maravillosas, pero hay otras de los españoles que ya querrían los alemanes.

–Aparte del sol.

–Aparte de la comida y el sol, nuestro espíritu es mucho más afable e incluso más empático, aunque es verdad que un alemán si te dice que va hacer algo por contrato, lo hace, y un español a veces anda con mucho mamoneo. Pero para todo lo que está fuera del contrato al alemán le va a costar más empatizar contigo.

–Disfruta de la noche berlinesa. ¿Ha desfasado mucho en los seis años y pico que ha vivido allí?

–No muchísimo en cuanto a cantidad pero sí en cuanto a calidad. He estado en el KitKatClub o en el Berghain… sitios bastante míticos y he acabado noches a mediodía de manera muy rara. Han sido experiencias de lo más curiosas, aunque no soy muy de botellón, más bien tranquilo.

–Estudia cine. ¿Le ha perdonado a Amadeus que retratara a Mozart como a un bobo?

–No, al contrario. Milos Forman hizo una obra maestra que se acerca mucho más a lo que parece que fue Mozart. Hace tiempo que por sus cartas aceptamos en la música clásica que a Mozart le gustaba la guasa y que era bastante escatológico.

–¿Y qué las películas, como Whiplash, muestren la música siempre como disciplina y sufrimiento?

–A Whiplash no se lo perdono tanto porque es una visión muy deformada, hollywoodiense y judeocristiana de que a través del sufrimiento se alcanza la gloria. Si el jazz va de eso, no merece la pena vivir. Ni el jazz ni el arte van de eso, de abuso y maltrato. No, por favor.

–Aprende la batería. ¿Qué le dan los tambores que no le aportan las teclas?

–La batería me da una cosa muy física, muy primitiva, yo tengo un pequeño lado chamánico. Si hubiera nacido hace 50.000 años, hubiera sido el chamán de la tribu. Como mi hermana, llevo el ritmo en la sangre.

–También se ha adentrado en el mundo de la caja flamenca. ¿Retaría a un duelo a Sergio Ramos?

–No, en la vida. Es pura afición y no quiero que se me juzgue por ello, que mucho me juzgan ya al piano.

–¿Tiene usted las manos aseguradas como Jennifer Lopez el pompis?

–Si alguien sabe de algún seguro de manos, que me lo diga, porque hasta la fecha no lo he encontrado.

–El pianista Joaquín Pareja Obregón dio un recital en una grúa sobre el Guadalquivir y se cayó al río. ¿Sueña con superar esa hazaña?

–La parte interesante de esa anécdota es la de caerse al río; por tanto, de ahí para arriba. El día que cumplí 16 años salté en paracaídas, algo así habría que probar, el concierto en sí es la excusa.

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