Josep Maria Martí Font | Periodista

"El 'procés' es una máquina de trinchar"

Josep Maria Martí Font

Josep Maria Martí Font / Juan Carlos Vázquez

Crítico musical en sus inicios, el periodista Josep Maria Martí Font (Mataró, 1950) habla con orgullo de la etapa en Vibraciones, Star, Disco Express y de las entrevistas con Diego Carrasco bajo el epígrafe Las ratas doradas en Fotogramas, por donde pasaron Mariscal, Ocaña, Nazario... En Los Ángeles informó en Lecturas de la carnaza de series hollywoodienses: Dallas, Dinastía, Fama, Falcon Crest... Trabó amistad con Larry Hagman, el actor que encarnaba a J. R., con whiskies entre toma y toma. De vuelta a España, dirigió la sección de Cultura en El País y fue corresponsal en la Alemania Federal y en Francia.

-¿La Barcelona de los 70 undergrond era más divertida y gamberra que ésta?

-Muchísimo más, no hay color. Luego tomó el relevo la Movida de Madrid. La Barcelona de la segunda mitad de los 70 era una ciudad salvaje por la que pasa todo el mundo. Pedrito Almodóvar vivió allí, Disco Express publicó las primeras entrevistas con Kaka de Luxe, Alaska, los Auserones, Nacho Canut... El Madrid de los 70 era mucho más plomizo. En Barcelona se vivía como si Franco ya hubiera muerto y diera igual.

-¿El procés ha derivado de un concierto de heavy metal a uno de pop blandito?

-Ha pasado a ser folk.

-¿Cómo resume un periodista curtido en EEUU, la Alemania Federal y Francia lo ocurrido en su tierra?

-No vi venir cómo se aceleró este proceso al estar en París de corresponsal hasta 2010. De pronto aparece la sentencia del Estatut y se convierte en las tablas de la ley. La crisis económica es la que prende la mecha. Mas pacta los Presupuestos con el PP y los primeros recortes los hace CiU; que nadie olvide que Mas sale en helicóptero del Parlament. Y que el primer ojo que vuelan los Mossos es a uno del 15-M, que en Cataluña sólo dura dos semanas porque los echan a garrotazos; el catalanismo conservador lo considera sucio y nefasto.

-Publica Barcelona-Madrid, decadencia y auge. El título no deja dudas de quién ha salido victorioso.

-No sólo el procés provoca la decadencia. Madrid y Barcelona eran grandes ciudades en los siglos XIX y XX, con una pugna por hegemonías que se saldaba con empates. En 2000, con Aznar, llegan las privatizaciones de empresas públicas. Madrid se dota de algo que nunca tuvo, una densidad empresarial brutal: Telefónica, Endesa, bancos. Se convierte en una megalópolis como París o Londres. Barcelona entró en este viaje sideral. La pérdida de punch puede tener que ver con esta reacción visceral del agravio.

-Pla dijo que "el catalán es un fugitivo y a veces cobarde". ¿Estaba definiendo hace décadas a Puigdemont?

-Soy muy planista. Era muy crítico con el catalanismo, hasta con algo sagrado como Gaudí y el modernismo. Sí es aplicable a Puigdemont. Cataluña tiene una dicotomía desde su génesis: el enfrentamiento del mundo visigodo y el carolingio. Nunca hubo alguien de la Cataluña antigua en el poder barcelonés, que es burgués, comerciante, híbrido, impuro, fenicio, muy italianizante...

-Cubrió el ascenso de Sarkozy en Francia. ¿Cómo ve al alcaldable Valls?

-Lo conocí bastante cuando era alcalde de Evry. Es muy hábil. Sarkozy lo tentó con ser ministro porque quería a los mejores, aunque Valls fuera socialista. Éste se puso delante del espejo: "Dile que no, dile que no…". Así fue y acabó de primer ministro. ¿Qué opciones tiene en Barcelona? Todas o ninguna. El electorado está tan dividido que quedará un jarrón chino roto a pedazos, a ver quién es el guapo que lo une. Colau ha perdido muchas plumas por la capacidad del procés de ser una máquina de trinchar, lo que toca lo hace pedazos.

-Si llega la derecha a La Moncloa con un 155 duro, ¿en su DNI pondrá José María Martín Fuente?

-Para nada. Afortunadamente hay sistemas constitucionales. Igual que en EEUU. ¿Es peor Trump que Casado? El primero tampoco ha podido hacer casi nada gracias al sistema. Si algo nos queda, es que hemos construido modelos de convivencia, reglas de juego, muy difíciles de romper. Y el 155, que tanto agitan, no es tan fácil de activar. Además, es lo que espera una parte del independentismo.

"Madrid se dotó de una densidad empresarial brutal desde 2000 y Barcelona entró en este viaje sideral"

-¿Cómo percibe el autor de La España de las ciudades la uniformización de los paisajes urbanos?

-Las franquicias han hecho mucho daño. En Barcelona ha sido terrible la gente que se ha ido del centro. Ahí rompo una lanza por Colau. Los fenómenos hay que detectarlos rápidamente porque lo que antes tardaba una década, hoy ocurre en un año. La invasión de los centros con plataformas como Airbnb amenaza con destruirlo todo; Colau actuó con celeridad y se enfrentó a enemigos poderosos, los de la pasta. En Berlín habrá un referéndum para recomprar pisos de los fondos buitres.

-Si pidiera a mi jefe una corresponsalía, ¿recomienda Moscú, Pekín, Washington...?

-Estuve en Moscú en la época de Gorbachov y la Perestroika aunque no llegué a ser corresponsal; fue muy útil para entender lo que pasaba en Berlín. Es fascinante, pero debe ser muy difícil trabajar allí. Pekín lo conozco bien, aunque los periodistas están muy controlados. Es mejor Hong Kong. El Atlántico ya no es más que un charco, el mundo es el Pacífico.

-Si Trump gobierna el país más potente del mundo, ¿qué más sorpresas nos deparará el futuro?

-Lo veremos en las elecciones europeas, que antes eran un paripé. La gente no se ha percatado de que el Parlamento Europeo tiene cada vez más poder. Si un tercio fuera de partidos populistas, tendremos una Europa muy disfuncional. Y somos el único oasis del mundo... ¿En qué otro lugar del planeta hay sanidad pública gratuita? ¿O puedes salir a la calle sin que te apuñalen?

-A ver si nos enteramos los europeos...

-No, porque somos como unos niños mimados.

-Ahí se puede hacer una analogía con los catalanes...

-Pues sí, es lo mismo. Es el efecto de la gran recesión, que consiste en que el futuro es una mierda, el pasado fue la hostia y vamos al desastre. Y eso lo ve cada uno en el patio de su casa, sin darse cuenta de que fuera está el abismo. Es verdad que la crisis ha hecho estragos, pero no ha habido una hambruna, ni han dejado de atender en los hospitales. Pero la velocidad a la que se están desplomando nuestras sociedades crea ese vértigo y esa angustia.

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