Estrella de Diego | Escritora

“Soy tan ingenua que pienso que el arte y la literatura tienen mucho poder”

Estrella de Diego, en la Casa Gerald Brenan.

Estrella de Diego, en la Casa Gerald Brenan. / Javier Albiñana (Málaga)

Catedrática de la Universidad Complutense de Madrid y Académica de número de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, Estrella de Diego (Madrid, 1958) es comisaria de exposiciones y autora de numerosos ensayos de influencia más que notable. Su labor como escritora e investigadora la hizo merecedora de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes. Hace unos días pronunció una conferencia sobre las casas-museo y sus fantasmales inquilinos en la Casa Gerald Brenan de Málaga dentro del ciclo Palacios de la Memoria, organizado por Pedro Pizarro.

-¿Comparte la idea de que, en lo que se refiere a arte y pensamiento, cada generación tiende a matar al padre y reivindicar a los abuelos?

-Habría que distinguir entre distintos casos. Pero el paso del tiempo es al final fundamental en la percepción de quienes nos precedieron y de su obra. Esto se ve con claridad, precisamente, en las casas-museo. A menudo, las casas de escritores y artistas que vivieron hace tiempo nos parecen llenas de fantasmas y por lo tanto, como dices, seguramente más dignas de reivindicación y rescate. Pero en la casa de un creador coetáneo difícilmente vamos a ver fantasmas. La proximidad los hace parecer aún vivos.

-Sobre la fascinación que despiertan los lugares de la creación, ¿cree usted en la impregnación?

-Esos lugares resultan fascinantes porque somos nosotros los que, cuando acudimos a visitarlos, impregnamos en ellos nuestro propio fetichismo. Cuando voy a la casa de algún escritor al que admiro y que el tiempo ha convertido en museo, me gusta mucho mirar desde dentro por las ventanas y contemplar los mismos paisajes que mi personaje admirado veía mientras escribía. Las casas de la creación son espacios donde nos reencontramos con los fantasmas que más queremos, lo que no deja de ser una forma de rendir homenaje.

-Entre sus casas-museo favoritas destaca usted la de Sigmund Freud. Ahí sí que debe haber fantasmas.

-Me gustan mucho las dos casas-museo de Freud, la de Viena y la de Londres. En la primera no queda prácticamente nada, pero ahí escribió sus obras fundamentales. En la segunda sí que podemos ver sus muebles y enseres, lo que se corresponde con la evidencia de que, cuando uno sale corriendo, hace todo lo posible por llevarse su casa consigo. Quien se ve obligado a huir asume la responsabilidad de sostener la memoria. Eso lo vemos también en la casa de Gerald Brenan en Málaga.

-¿No hay una ingenuidad romántica en la veneración que reciben estos lugares, como si nada ni nadie los hubiera tocado desde la salida de sus inquilinos?

-Sí, algo de eso hay. Hay casas-museo que acaban convertidas en algo muy distinto de lo que fueron en su origen, como cuando se orientan demasiado al turismo, algo que sucede a veces. Pero no siempre los cambios juegan en contra del encuentro con los fantasmas. La casa de Anna Ajmátova en San Petersburgo, por ejemplo, ha experimentado varias modificaciones, pero sigue rindiendo el mejor homenaje posible a su autora.

"Creemos que nos gobernamos a nosotros mismos, pero no, casi siempre nos gobiernan otros"

-¿El mejor antídoto del romanticismo es el turismo?

-Tengo una posición ambivalente en eso. Es cierto que hay casas-museo a las que acuden muchos turistas, pero si me gustan yo sigo yendo igual. Me encanta volver a la casa-museo de Dalí para reencontrarme con Gala, aunque haya muchos turistas. Si el turismo es el que permite que estos lugares continúen abiertos y vivos, pues bienvenido sea.

-¿Y en los museos?

-Lo mismo. A ver, hay que partir de la premisa de que los museos son espacios turísticos.Cuando buscas información sobre cualquier ciudad los museos aparecen siempre entre los lugares más recomendados, así que los turistas acuden. Tal vez peque yo ahora de ingenua, pero me gusta pensar que, a partir de aquí, puede haber alguien que acuda a un museo como turista y una vez allí encuentre algo, una obra de arte, un fantasma, una idea, que se quede con esa persona para siempre, que cambie su manera de ver el mundo. Y si eso se da, el museo cumple su función aunque vayan turistas, aunque quienes sientan la fascinación vengan de fuera. Soy tan ingenua que sigo pensando que la literatura y el arte tienen mucho poder.

-¿Le convienen los fantasmas a la adánica cultura española contemporánea?

-Por mucho que queramos convertirlos en enciclopedias, los fantasmas, entendidos como pulsión de la Historia, son más fuertes de lo que pensamos. A menudo creemos que nos gobernamos a nosotros mismos, pero no, casi siempre nos gobiernan otros con los que ni siquiera contamos. La situación actual de emergencia así lo demuestra, por cierto.

-¿Cuál es su casa-museo predilecta en España?

-El Museo Romántico de Madrid. En su origen fue la casa del Marqués de la Vega-Inclán y en los años 40 del siglo pasado, tras ser donada al Estado, se convirtió en otra cosa. Pero es que lo que nos gusta cuando vamos a una casa-museo es que nos engañen. De todas formas, España no le tiene mucha querencia a las casas-museo. Hay cierta afición a crear museos en las casas de artistas y escritores, pero una casa-museo nos brinda la vida cotidiana del creador. Es distinto.

-Hablando de fantasmas, ¿dejará huella el coronavirus en nuestra cultura?

-Tendrá que dejarla. Más aún, ay de nosotros si no lo hace. Todavía estamos en plena vorágine, pero habrá que aprovecharlo para dudar de muchas cosas y mejorarlas. Si somos listos, podemos sacar de todo esto una lección poderosa.

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