Sevilla

Transfiguración rociera

  • La ciudad toma aires camperos con la salida del Salvador y Sevilla Sur, mientras que Villamanrique es urbe romera con el tránsito de peregrinos.

Tiene este jueves de junio el contraste entre lo que se estrena y lo que se lleva andado. Entre lo que a punto está de partir y lo que se ha recorrido en su mitad. Romeros que inician su peregrinación con el Salvador o Sevilla Sur y aquéllos que ya han conocido el frío del alba con el toque de diana. Es jueves de Rocío. Una provincia entera cruzada de Este a Oeste por comitivas nómadas en busca del mismo destino, aquel que junta a gente tan dispar a los que el camino asimila. La efímera igualdad -que no el igualitarismo- de la fiesta.

Se estrena la mañana en una de las plazas que mejor toma el pulso a Sevilla. Porque hay enclaves de la ciudad que son el más vivo termómetro de sus días, de sus estaciones, del espíritu de sus vecinos. Igual que hay otros lugares recónditos en los que no importa que sea verano o invierno, pues siempre permanecen al cobijo de la sombra (tómese el ejemplo de la Plaza de Santa Marta), hay otros en los que parte de su fisonomía cambia según avance el calendario. La del Salvador es un claro ejemplo. En marzo siempre hay una rampla que advierte de noches de luna llena y alfombras de cera.  Pasado el ecuador de la primavera, las velas pregonan el día de la juncia y el romero. Pero hay una mañana -que ni media hora dura- en la que el sonido de la herradura de los caballos y el crujío de las ruedas de una carreta sobre el suelo adoquinado constituyen una verdad inminente. No hay  pregón, pues se trata de una realidad tan palpable como el roce con los volantes de una bella rociera o el olor de las heces equinas que colmata el olfato. Lo sublime y lo escatológico unidos en los minutos previos a la salida del verde simpecado que es recibido con los sones de la Marcha Real.

La mañana está llena de detalles, como la interpretación de la marcha Coronación de la Macarena -cinco días después de que se clausurasen los fastos por el 50 aniversario de esta celebración- mientras el simpecado se coloca en la carreta. El hermano mayor, Ricardo Laguillo, lanza sus vítores en la escalinata del Salvador que remata con  su -ya clásico- "¡Viva España!", que es repetido ante el Ayuntamiento durante la ofrenda floral de la corporación local. En esta segunda ocasión el grito patriótico es respondido por una peregrina que exige un espacio para la indentidad regional: ¡Y qué viva Andalucía!

No hay nada como tener cerca al experto en tradiciones Julio Domínguez Arjona -casi consigue el milagro de la omnipresencia- para recordar que el grito de "¡Viva España!" está unido a esta romería desde la Segunda República, cuando uno de los caballistas jerezanos en la presentación de la hermandad de esta ciudad ante la Blanca Paloma llevaba al estribo la bandera roja y gualda -frente a la tricolor, que era la oficial aquellos años- con la que no dudó en gritar: "¡Viva España y Jerez!", una proclamación que quedó desde entonces unida a la romería.

Después de esta pequeña dosis de historia (cuando el estómago es una hoquedad a la espera del inminente desayuno) hay que fijar la vista en los detalles del cortejo. A nadie escapa que con los años los peregrinos de El Viso del Alcor que acompañan a la Hermandad de Sevilla han logrado mimetizar su estética con los romeros capitalinos. Tiene el andar de la comitiva del Salvador una gracia tan especial que logra darle elegancia al aire campero que presenta la Plaza de la Virgen de los Reyes, cuando en ella esperan en círculos concéntricos las carretas.  Por segundo año se arremolinan aquí después que el Ayuntamiento prohibiera su salida desde la Fábrica de Artillería.

Frente al acicalamiento de estos romeros, los rostros ya barnizados por el sol de los que llevan varios días de camino. El paso por Villamanrique constata que la espontaneidad se adueña a cada metro andado. Se abandona la pose del estreno por la improvisación del momento. En los siete escalones más cantados del Rocío hay un espectáculo constante de artes camperas que los años  fueron desdibujando. Reliquia de un tiempo en el que el arado no conocía de maquinarias.

La antigua Villa de Mures atesora también mucho de mitología clásica. Hermandades que como Espartinas -a la que acompaña este año su ahijada Albaida del Aljarafe, que estrena su primer camino como filial- reviven la tradición de la ofrenda que realizaban los bueyes a la Diosa Ceres. En la antigüedad los campesinos agradecían así los frutos obtenidos en las cosechas. Más de dos mil siglos después, son los rocieros -que llegan hasta de Vitoria- los que agradecen a Villamanrique el haber sido la primera, más antigua e imperial de las hermandades. Sus frutos vienen en forma de destreza para subir las escaleras y llegar al pórtico de la parroquia. En otras, la ofrenda es sonora y la colocan las voces  -mejor o peor afinadas, eso ya no importa a estas alturas- de quienes saben que estos siete peldaños son el cancelín de la gloria. Jueves romero. Dos plazas. Dos escaleras. La ciudad se vuelve campera. El pueblo se hace capital. Transfiguración rociera.

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