Análisis

Turismo de fin de ciclo

  • El año pasado fue bueno para Andalucía, con más de 30 millones de turistas, y probablemente lo será también 2019, aunque el ciclo da señales de maduración, si no de agotamiento

Turistas al llegar a un hotel de Málaga.

Turistas al llegar a un hotel de Málaga. / Archivo

Finalmente, 2018 fue un buen año turístico para Andalucía y es muy probable que también lo sea 2019. Según la Encuesta de Coyuntura Turística de Andalucía, el número de turistas superó por primera vez la barrera de los 30 millones, batiendo nuevamente y por cuarto año consecutivo todos los registros históricos. Además, los récords se han conseguido en todos los segmentos de origen de los turistas, pero sobre todo en el nacional, que ha crecido en 2018 un 3,75%, superando también por primera vez la cifra de los 18 millones. A pesar de ello, la sensación que transmiten el sector es de satisfacción moderada, conscientes de que el extraordinario ciclo explosivo que se inició en 2015 parece dar señales de maduración, si no de agotamiento.

Aunque los expertos no terminan de ponerse de acuerdo sobre el grado de sincronía entre los ciclos turístico y económico, es evidente la desaceleración de la actividad económica a nivel global alimenta un pesimismo que, en el caso del turismo español, se ve reforzado por la incertidumbre que añade el Brexit sobre el futuro de nuestro principal mercado exterior y la fuerte recuperación de destinos competitivos en el Mediterráneo.

Nerviosismo en el sector tradicional

Por otro lado, en el sector son perfectamente conscientes de que, aunque la transformación es un proceso permanente, se suelen acelerar con las crisis y los cambios de ciclo. Ello justifica el nerviosismo entre las piezas más maduras del sistema, que ven amenazada su supervivencia por el empuje juvenil de las iniciativas emergentes. Ocurre en todos los sectores, aunque en el turismo son especialmente visibles. Todos recordamos cómo el turismo rural, el de golf, el de circuitos o el residencial, todos ellos segmentos incipientes durante los 80, se consolidaron en el mercado tras la crisis turística de principios de los 90.

La transformación se suele acelerar en todos los sectores en los cambios de época

De la crisis en el sector que sobrevino a raíz de los atentados a las Torres Gemelas nos protegió nuestra condición de destino estable y seguro, pero no pudo impedir la aparición de los cambios que se precipitaron en el sector. Especialmente en los segmentos de intermediación (turoperadores y agencias de viaje) y transporte. El primero, por la irrupción de internet y, el segundo, por el de las compañías de vuelos a bajo coste, que consiguieron arrinconar a las convencionales y expulsar definitivamente del mercado a las antiguas compañías de vuelos charter.

La crisis del turismo de 2009 fue muy intensa, pero de corta duración y sobrevenida de la crisis económica internacional. Resultaba significativa la resistencia en el sector a aceptar como crisis turística lo que entendían que era exclusivamente una crisis de naturaleza económica y financiera, aunque con evidentes repercusiones en el turismo, especialmente en algún segmento, como el del turismo residencial. Si alguna señal de cambio hubiera que destacar de la época, resultaría obligado elegir la ganancia de dimensión del mercado como consecuencia de la incorporación de China y el conjunto del sudeste asiático. El proceso se había iniciado con anterioridad, pero se hizo mucho más evidente en esos años por la coincidencia con la contracción en los mercados de origen tradicionales y por las dificultades en un sector obligado a reducir precios y a aceptar el estrechamiento de sus márgenes de explotación.

Ventajas e inconvenientes de los nuevos tiempos

En destinos tradicionales, como el andaluz o el español, la presencia de turistas orientales no ha sido la única marca de los nuevos tiempos, ni probablemente tampoco la más destacada. La suma de posibilidades resultantes de tecnologías de la comunicación, las dificultades económicas derivadas de la crisis, especialmente entre los más jóvenes, y el aumento de la flexibilidad laboral constituían el caldo de cultivo perfecto para la aparición de nuevas ofertas, que finalmente se concretaron en la proliferación de plataformas de economía colaborativa relacionadas con el turismo.

Hace falta regulación, pero sin limitar las barreras de entradas a nuevas ofertas

En unos casos funcionan como centrales de reserva convencionales; en otras, como simples recipientes de información, pero lo cierto es que han permitido a un amplio espectro de población, tradicionalmente ajena al sector, participar de los beneficios económicos del turismo y está permitiendo ampliar considerablemente el espectro de servicios a disposición del visitante. Desde el sector tradicional se percibe básicamente como la típica fuente de competencia desleal característica de las actividades no reguladas, a la que tendrán necesariamente que dar respuesta las autoridades competentes. No será fácil regular el intercambio de viviendas entre particulares o la participación del visitante en experiencias locales diversas (gastronómicas, formativas, de aventura, etc.), pero si todas estas características terminan por configurar el perfil del turista del nuevo ciclo, el reto estará en conseguir una regulación suficiente, de la que no se deriven barreras de entrada que condicionen el desarrollo equilibrado de estas actividades.

A fin de cuentas, entre las consecuencias más visibles de estas nuevas formas de turismo también hay aspectos positivos. Por ejemplo, que el segmento más afectado por su competencia es el de los establecimientos hoteleros de menor calidad y precios más reducidos, lo que está favoreciendo la expansión del segmento de cuatro y cinco estrellas y el aumento del gasto turístico. Por otro lado, que suponen un paso más en el proceso de emancipación del turista respecto de las estructuras tradicionales que se inició con internet, especialmente del clásico paquete turístico, frente al que sería poco inteligente intentar ponerse de frente.

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