Tribuna Económica

joaquín aurioles

Trump contra Erdogan

Puede que tenga algo de razón el presidente turco, R.T. Erdogan, al culpar a los Estados Unidos de la crisis de la lira turca. Desde las sanciones a dos ministros turcos por la negativa a liberar al pastor norteamericanos detenido por terrorismo, la tensión entre los dos países no ha dejado de aumentar, hasta llegar a decisión de Trump de duplicar los aranceles sobre las importaciones de acero y aluminio turco. La economía ha sido el arma elegida para el enfrentamiento entre dos de los prototipos más representativos del populismo político contemporáneo. El norteamericano persiste en su desprecio a los principios que inspiran el orden económico ignorando de forma consciente que en economía también suele funcionar la tercera ley de Newton, que advierte de que, como en la física, toda acción en una dirección suele provocar una reacción en la contraria.

Enfrente, Erdogan, el ganador de las elecciones del mes de junio con más del 50% de los votos y con superpoderes derivados del Estado de excepción permanente en que vive el país, desde el golpe de Estado de julio de 2016. La ortodoxia en política económica es incompatible con la dinámica populista que lleva a rechazar subidas de tipos de interés o la moderación en el crecimiento. Tiene a su favor que la economía turca venía creciendo por encima del 7%, aunque con una inflación elevada (15,9%), una tasa de paro elevada (10%), aunque inferior a la española, un elevado déficit comercial (9% del PIB) y con una necesidad imperiosa de financiación externa. Los analistas venían advirtiendo desde hace tiempo de lo delicada de la situación, especialmente de la banca, por la similitud con los episodios de crisis gemelas de finales de los 90. Endeudada a corto en divisas para conceder préstamos a largo en moneda nacional, el riesgo de crisis cambiaria (fuerte depreciación) suponía para la banca una permanente amenaza de desequilibrio en sus balances.

La crisis cambiaria llegó de golpe y la moneda turca se hundió, casi un 20%, el pasado viernes frente al dólar. Las garantías gubernamentales de liquidez no consiguieron parar la caída y las autoridades turcas han vuelto a sacar la munición económica contra los Estados Unidos (aranceles sobre coches, cigarrillos bebidas alcohólicas, etc.) para dilucidar cuestiones de profundo calado político. Insisten en sus preferencias por la diplomacia y el diálogo, pero advierten de que, si persisten las sanciones y las amenazas, podrían considerar buscar soluciones fuera de la OTAN. En cualquier caso, el presidente turco tiene que elegir entre dos males: volver a subir de tipos de interés (el tipo de interés básico, el de referencia para la política monetaria, está en 17,75%, más del doble que en junio) o permitir el hundimiento de su moneda.

Los analistas recomiendan la primera opción, aunque conscientes de que conduce a un periodo de estrecheces que un gobierno populista pretende evitar a toda costa. La ventaja de permitir el hundimiento de la moneda es que se puede seguir culpando al boicot exterior de los problemas internos, pero las consecuencias pueden ser catastróficas en términos de inflación y credibilidad internacional.

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