Tribuna Económica

Gumersindo ruiz

Procesiones y casilla de la Iglesia

Hay una cierta contradicción entre el fervor religioso que despiertan las procesiones y el desapego que se manifiesta en una secularización creciente, de la que son ejemplos el reducido número de matrimonios por la iglesia, la menor asistencia a servicios religiosos y la forma rutinaria con la que se siguen, que se ve sobre todo en las misas de difuntos. Carlos Colón trataba hace tres días en profundidad este tema, comparándolo con el auge de las cofradías, pero choca que en un 66% de las declaraciones de la renta no se marque la casilla destinando a la Iglesia católica un 0,7% de lo que se paga. No cuesta más marcarla, sino que se decide, aunque sea de manera muy limitada, a qué se va a destinar este pequeño porcentaje de nuestro impuesto sobre la renta; si se marca la de "fines sociales", el dinero va a organizaciones no gubernamentales con fines sociales; y si no se marca ninguna, se reparte entre fines diversos como son la atención a personas con necesidades socio-sanitarias, educativas, inserción laboral, prevención de la delincuencia, protección del medio ambiente, y cooperación para el desarrollo, aunque todo esto tiene ya sus partidas en los presupuestos. La Iglesia católica ingresó unos 268 millones el año pasado, de un total que -no sé si hago bien los cálculos- sería el 0,7% de unos 70.000 millones, o sea, algo menos de 500 millones de euros. Se sabe que hay diferencias entre comunidades autónomas, y que la asignación no depende sólo del número de personas que marquen la casilla, sino de la cantidad que liquidan; en general, contribuyentes con una declaración más elevada señalan más la casilla que los de menores rentas e impuestos.

La teología siempre ha tenido como contrapunto hacerse práctica en la vida cotidiana, porque, al fin y al cabo, la gente tiene que llevar una vida digna en la tierra, y la Iglesia católica desde hace tiempo está cercana a la realidad de la economía, con una crítica radical al funcionamiento de la economía de mercado, y sus consecuencias en forma de concentración de renta y riqueza, salarios bajos, empleos precarios, dificultad de acceso a la vivienda, en fin todo lo que dificulta que una familia pueda vivir dignamente. Y se hace hincapié en que no son metáforas, sino que los comportamientos económicos tendrían que acercarse a lo que se lee en los evangelios. También la Iglesia se posiciona contra el deterioro ambiental, lo que es la mejor defensa que puede hacerse de la vida. Sin embargo, la teología ve de lejos problemas como los que surgen de embarazos no deseados o el de personas que quieren la paz de la muerte porque, por mucho que se empeñen algunos, a veces su estado no admite ningún paliativo. La Iglesia pierde más espacios que gana, pero aquí le quedan las procesiones y su emoción. Las emociones son complejas; sin embargo, dejan más huella y memoria en las personas cuanto más se exteriorizan, frente a las reflexiones que se quedan dentro. La Iglesia católica debería pensar que hay pocas emociones como en las procesiones, donde coincide un sentimiento con una situación donde se expresa; y cómo contrasta con la falta de interés por marcar luego la casilla en la declaración de la renta.

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