Pesimismo

La comparación con Italia, por poco que le guste a Nadia Calviño, da la medida de que no hay un plan confiable

La decisión del Tribunal Supremo de no avalar el toque de queda en Baleares sin mediar la declaración del estado de alarma o la de refrendar la negativa del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía del cierre perimetral del municipio andaluz de Montefrío vienen a confirmar que el Gobierno central no hace más que fallar respecto a la gestión de la pandemia, que no puede ser más deficiente e irresponsable desde el inicio de esta crisis en el primer trimestre de 2020.

De la improvisación al desentendimiento, la gestión estatal ha sido caótica y sólose salva el buen hacer de las administraciones autonómicas, acostumbradas a manejar con diligencia las competencias sanitarias.

Incluso la vacunación -como comprobé ayer mismo en el Estadio de La Cartuja- es un exponente de ello. Aunque al fin avanza a buen ritmo, mayo no cumplió con los objetivos y eso implicará que en junio se esté inmunizando a un ritmo frenético. Y fundamentalmente es porque las dosis no llegan con la cadencia necesaria. Porque desde luego la dispensación vivida en primera persona fue modélica.

Que Andalucía esté estancada en las cifras de incidencia de la pandemia es una cuestión preocupante. Primero, porque cada vez se contagian personas más jóvenes, por efecto también de la inmunización de los grupos de edad más altos. Y segundo, y sobre todo, porque perder un segundo verano para el turismo internacional sería catastrófico para la economía regional. Que el Reino Unido, primer emisor de turistas, mantenga a España entre los países no seguros, decisión tomada ayer, es la mejor prueba de ello.

El segundo semestre de 2021 y 2022 serán periodos de fuerte crecimiento económico, pero si Andalucía tarda en poder explotar todo el potencial de ese avance del Producto Interior Bruto, quizás no logre aprovecharlo en toda su dimensión antes del ajuste fiscal que será inevitable.

Y a qué negarlo, sin noticias del cambio de modelo productivo -al igual que pasó en la Gran Recesión-, cuidar del turismo es una obligación para poder reactivar el conjunto de la economía.

Si a eso sumamos que no se logran despejar las incertidumbres que sobre la implementación de los fondos europeos para la recuperación aún persisten, la situación abona el pesimismo. La comparación con Italia, con un plan concreto y confiable, es una medida que nos retrata, por poco que le guste a la vicepresidenta Nadia Calviño, como se demostró tras el atinadísimo discurso del presidente del Instituto de Empresa Familiar, Marc Puig, hace unas fechas. Nos jugamos mucho, pero el Gobierno sigue ensimismado en detentar el poder sin usarlo para el beneficio de todos.

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