Polideportivo

Más rápido, más alto, más fuerte... más dopaje

La Conferencia Mundial Antidopaje que se celebró en 2007 en Madrid devolvió al primer plano un espinoso tema, resuelto con un nuevo intento de Código Ético. Pero el afirmar que existe el dopaje en el deporte profesional no es descubrir la pólvora. El consumo de sustancias a fin de mejorar el rendimiento no es un hábito novedoso: el cronista Milón de Trotona, ya en el sigo IV a.C., constató la utilidad de la ingestión de carne grasienta como fortificante entre los antiguos lanzadores, saltadores y luchadores olímpicos.

Con el tiempo las cosas cambiaron, y es una barbaridad lo que se ha evolucionado en materia de dopaje. La llegada de la televisión, los patrocinadores y la publicidad propició un cambio de piñón en el deporte y, por un puñado de segundos o centímetros, el deportista comenzó a recurrir a compuestos que lo ayudasen a ser más rápido, más fuerte o a saltar más alto. Pero a costa de qué. El asunto del dopaje en el deporte se convierte en un problema cuando surgen algunas razonables dudas éticas: ¿es lícita una competición donde algunos se drogan y otros no?, ¿habría sentido en que todos los competidores, sin excepción, partieran bajo una estimulación exógena?, ¿se ha de permitir a un deportista, en aras de la gloria, consumir sustancias que perjudiquen su salud? Ante tamañas preguntas, las leyes del deporte actual tienen un unísono no por respuesta. El problema, común por otra parte, es que la ley suele ir chupando rueda de la trampa. Es la historia misma.

Década de los 50

Tras la segunda gran guerra y de lleno en la primera guerra fría, el mundo se sume en unos años de plomo. Años de otros venenos fueron también para el deporte: la prueba de maratón de los Juegos Olímpicos de Londres, en 1948, acabó de un modo trágico. Antes de caer fulminado al tartán del estadio olímpico, el maratoniano belga Etienne Gailly había rebasado en segunda posición la línea de meta. El atleta siguió dando vueltas a la pista, mientras sus compañeros, estupefactos, trataban de frenarlo a la clásica manera del empujón y derribo. Una vez en el suelo, Gailly repetía con las piernas y los brazos el ritmo de un sprint sin final. Hasta que se le paró el corazón.

En el ciclismo, las anfetaminas son el último grito del momento. Pertenecen al grupo de los estimulantes del sistema nervioso central (SNC) y actúan suprimiendo las órdenes centrales que, por ejemplo, dictan al cuerpo descansar cuando se está cansado o no golpear cuando se está molesto. Jacques Anquetil, el primer pentacampeón del Tour de Francia, preguntó con retranca en una ocasión: "¿Acaso piensan que se puede llegar de Burdeos a París sólo con agua mineral?". Fausto Coppi, Il Campionissimo, las llamaba dinamita, por los efectos hipertérmicos que producen en el organismo. Ambos les pasó factura: Anquetil moriría con 53 años, en tanto que el campeón italiano no pasó de los 41.

Década de los 60

Fueron dos décadas de escaso control médico. Se desconocían todavía los efectos a largo plazo de los estimulantes y el Tour de Francia no impuso medidas de control hasta el fallecimiento del inglés Tom Simpson, en 1967. Durante la ascensión al Mont Ventoux, el ciclista cae inconsciente de su bicicleta. Tratan de subirlo de nuevo, pero Simpson, 29 años, sufre un síncope fatal. Intentan reanimarlo, pero el ciclista está muriendo a espuertas. A raíz de la revelación de la autopsia, "alcohol, anfetaminas y deshidratación", la carrera francesa inicia la lucha contra el dopaje prohibiendo el uso de los estimulantes y los narcóticos.

Las anfetaminas fueron también la sensación en el fútbol de los 60. El gran Inter de Milán que logró la hazaña de ganar el Scudetto, la Copa de Europa y la Intercontinental en los sucesivos 1964 y 1965, el Inter del Mago Helenio Herrera, fue señalado como algo más que tramposo por algunos de sus jugadores. Ferruccio Mazzola, hermano del centrocampista internacional Sandro Mazzola, acusó a Herrera de haber nutrido de anfetaminas a sus futbolistas. El inventario de muertes sospechosas deviene inquietante: Picchi falleció a los 36 de un tumor en la médula ósea; Giusti, de un cáncer cerebral; Tagnin, de un cáncer en los huesos; Mauro Bicicli, de un cáncer de hígado y un etcétera de cuatro futbolistas más.

"El ciclismo es la cabeza de turco del deporte", responde contrariado Antonio Gómez del Moral a este periodista. Afincado en Sevilla, Gómez del Moral participó cinco veces en la Grande Boucle y quedó clasificado undécimo en las ediciones de 1966 y 1968. "En el pelotón de aquella época habían los que tenían fuerza de voluntad y los que no la tenían", explica, "pero, bueno, ¿acaso tú no tomabas anfetaminas para estudiar?", inquiere el ex ciclista al libre de pecado.

Década de los 70

El mundo escindido en polos. La televisión, con su poder magnificador, polariza los eventos deportivos y ahora están los buenos y los malos. La propaganda también se gana, mediante el deporte, con sudor. Y con sangre. Por vez primera, los médicos deportivos comienzan a hablar de las transfusiones sanguíneas como método revolucionario de dopaje de Estado.

Usado principalmente en deportes de resistencia, transfundir glóbulos rojos a un deportista favorece un mayor consumo de oxígeno. Cuanto más aumenta el hematocrito (porcentaje de glóbulos rojos de la sangre), mejor para el rendimiento. De esta técnica el fútbol alemán de los setenta fue buen conocedor. Lo denunció, nada menos, gente como Franz Beckenbauer o Paul Breitner.

Mientras, en España empecinábamos con las anfetaminas. El malagueño Juan Gómez, Juanito, llegó a confesar ante los sumos sacerdotes de la Federación que tomaba centramina "media hora antes de los partidos", aunque, claro, "nunca en su etapa en el Real Madrid". El hábil extremo escandalizó, pero la sangre no llegó al río. Todo pese a afirmar que "los deportistas se estimulan en todo deporte de alto nivel. Yo no puedo probar eso. Pero yo sí me he dopado".

De una a otra lengua rasurada: José Manuel Fuente, Tarangu, murió a los 50, en 1996, abrazado a un dispositivo dialítico y siempre vinculó su galopante insuficiencia renal al consumo de estimulantes. "Como no existía control, muchos los tomaban para destacar, lo que obligaba a que los demás hicieran lo mismo", admitió.

La lucha antidopaje continuaba dando pasos: en 1976 empezaron a detectarse los esteroides anabolizantes, las sustancias predilectas en la antigua RDA y los países del Este. Los anabolizantes propician la síntesis de proteínas en los tejidos musculares, logrando así mayor volumen muscular sin necesidad de duras sesiones de entrenamiento. Los ciclistas Ocaña o Hinault dieron buena cuenta de ellos. El "desayuno de los campeones", los llamaban.

Década de los 80

Según transcurren los años 80, el mundo no ha lugar a titubeos. Norteamérica, la de los norteamericanos, insta a una sola lógica mercantil y, con ella, entre otras, a la lógica del espectáculo.

John McEnroe como botón de muestra. "Durante seis años", explicaba el norteamericano en una entrevista, "no era consciente de que se me daba una forma de esteroide utilizado para caballos, hasta que me di cuenta de que era demasiado fuerte, incluso para los caballos". Más de raquetas y drogas: el revés cortado de Wilander.

En 1988, y con Ben Johnson, llegó el escándalo. Desposeído de su oro y de la plusmarca de 100 metros en aquella final de los Juegos de Seúl, el asunto del positivo por esteroides anabolizantes del atleta canadiense significó un antes y un después en la lucha contra el dopaje. La prensa, aturdida, plasmaba paradojas negro sobre blanco, mientras que los órganos oficiales cargaban las tintas por un "deporte limpio". También en Seúl brilló la estrella de Florence Griffith-Joyner, ganadora de tres oros y una plata con unos récords del mundo estratosféricos todavía no superados. Diez años después, en 1998, moriría con sólo 38 años.

Los controles se empiezan a tomar en serio. En 1983 ya es posible detectar la testosterona, en 1985 se prohibió el dopaje sanguíneo y en 1988 entraron en la lista los diuréticos y las hormonas peptídicas, entre ellas la EPO, el dopaje de moda en los 90.

Década de los 90

La de los 90 fue la década del nuevo orden mundial. "El fin de la Historia", vindicaron los unos. El gran salto mortal era la globalización. En el deporte, la última peripecia la llevan a cabo los doctores. Michele Ferrari, Eufemiano Fuentes o Sabino Padilla son nombres para una tesis: No sólo de pan vive el hombre, guía farmacéutica del deporte.

Javier Mínguez, director del grupo ciclista Seguros Amaya, parafraseaba impudoroso a Anquetil: "El Tour no se gana con agua mineral. Quien no quiera verlo que se dedique al cante". Y la plusmarquista nacional Sandra Myers, por su parte, decía: "Los atletas, por ganar, usamos todos los medios que están a nuestro alcance".

La célebre EPO (eritropoyetina) hace acto de aparición en estos años. Aunque aislada en 1983, esta hormona reguladora de la síntesis de glóbulos rojos no llega a Europa hasta 1987, popularizándose en la presente década llamada de los doctores. Es con ella con la que se construyen campeones desde el barro, a veces sucio y fangoso.

Y resultó que los llamados "revolucionarios métodos de entrenamiento" consistían, a tenor de lo incautado en los hoteles del equipo Festina en el Tour de 1998, en un arsenal de sustancias dopantes: EPO, anabolizantes, sangre. A los implicados se les aplicó las leyes penales francesas y el caso Festina aumentó la temperatura del deporte hasta la virulencia.

el siglo XXI

Con el nuevo siglo, el dopaje deportivo ancla sus creencias, renovadas, en las del siglo anterior. Resurgen las transfusiones sanguíneas y se sintetizan derivados de la EPO (darbepoyetina o NESP). Ésta fue la que manchó la proeza del esquiador de fondo Johann Muehlegg, Juanito, en Salt Lake City (2002), para decepción de media España. Esta década es testigo, además, del destape profesional de Eufemiano Fuentes, nuestro doctor por excelencia. La Guardia Civil materializa años de investigación con la Operación Puerto, donde se revelan los secretos de un Fuentes considerado en el gremio, no sin razón, como un Rey Midas.

En 1985 figura como uno de los lumbreras del cuadro galeno de la Federación de Atletismo. En los noventa lo encontramos en el ONCE de Mauri, en el Amaya de Montoya. El combativo Kelme que deslumbró al aficionado a inicios de esta década fue también obra de Fuentes. También del resurgir de un tal Aitor González, detenido hace poco por conducir bajo los efectos del alcohol y la cocaína.

En un reportaje de 1985, un veinteañero Fuentes manifestaba: "Nadie se escandaliza porque lanzadores de la URSS y de la RDA no acudan a última hora a competiciones donde se realiza control antidopaje. A quijotes pocos nos ganan a los españoles". No se puede negar que el muchacho, aún barbilampiño, habló claro desde el principio.

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