Cultura

Más que la vida breve

  • Pre-Textos recupera, en una edición corregida y expurgada, el 'Diario de una vida breve' de Juan Manuel Silvela Sangro, una rara y sutil joya de la literatura confesional española del siglo XX.

DIARIO DE UNA VIDA BREVE. Juan Manuel Silvela Sangro. Pre-Textos. Valencia, 2015. 244 páginas. 22 euros.

Juan Manuel Silvela Sangro deseaba que su vida fuese "a toda costa autobiografía". Tal vez por eso, empezó a escribir su diario siendo todavía un adolescente de 17 años. Anotaciones escritas en una prosa sencilla, trufada de hallazgos brillantes, en la que pervive la única verdad posible: la verdad de uno mismo. Cuando se publicó por primera vez este Diario de una vida breve en 1967 fue calurosamente acogido. Su autor había muerto sólo dos años antes, joven, con 33, y era muy conocido en el círculo intelectual de la buena sociedad madrileña de la época. Desde entonces ha estado medio perdido en el olvido, relegado a las mesas de saldos, pese al auge del género diarístico.

La editorial Pre-Textos se ha atrevido ahora con la reedición corregida y expurgada de esta pequeña y sutil obra escrita por un hombre frágil, sensible y tremendamente intuitivo que quiso guardar entre las páginas de sus cuadernos personales la memoria intensa de su vida corta; que encontró su lugar en el mundo escribiendo "hundido en la noche en el fondo de la casa, herméticamente separado de la negrura, del frío y de los demás personajes, hundidos en el extraño mundo del sueño".

Silvela Sangro no era escritor, ni artista, ni siquiera un intelectual consumando. Era únicamente una persona a la que le interesaba sobremanera el arte, la literatura, la vida que vivía a pequeños sorbos, arrepintiéndose siempre de algún inevitable exceso. Era hijo de una familia de clase alta y en esa esfera se movía, sin salir de ella, envuelto en la burbuja de un mundo sin apenas fisuras, sin plantearse otra vida posible. Leyendo sus anotaciones, que abarcan nueve años, de 1949 a 1958, el lector se convierte en espectador de primera fila de la actualidad cultural madrileña de la época. Por eso, más allá de los indudables valores literarios de esta obra, este diario es reconocido como impagable testimonio de la vida artística e intelectual de este controvertido periodo de la historia española, sobre todo en el terreno de la música.

Vecino de calle de Ortega y Gasset, amigo de familia de Julián Marías, Silvela despliega una intensa vida social. El autor asiste casi a diario a conferencias y conciertos. Se codea con los principales intelectuales de la época y con la colonia extranjera en Madrid. Le gusta leer, profundizar, analizar, avanzar en su aprendizaje asistemático del que nunca se siente del todo satisfecho. También hay lugar en estas páginas para las diversiones mundanas, con puestas de largo aristocráticas y fiestas campestres de postín incluidas.

Sobre todos estos personajes escribe y opina. Testimonio interesantísimo son los fragmentos sobre el entierro de Ortega y Gasset. Especialmente inteligentes y emotivas las anotaciones dedicadas a su gran amigo el pintor Gerardo Rueda: comenta sus exposiciones, sus nuevos trabajos, pero, sobre todo, pasa con él algunos de los momentos más intensos de su juventud.

Es éste, no obstante, un diario personalísimo, íntimo, destinado a fijar los destellos de una vida que el autor vive siempre en precario -enfermo desde niño, obligado a largos reposos y penosas recaídas-, desde la fragilidad emocional. No planea sobre él, sin embargo, la sombra de la muerte, apenas hay lugar para la autocomplacencia, tan sólo en algún fragmento se plantea: "¿Cómo me voy a despedir de tantas cosas? De mis padres, de mis hermanos, de mi primer verano en Biarritz, de aquellas excursiones con Gerardo y dos chicas...".

Se detiene en lo pequeño, en la luz de cielo, en el canto de los pájaros, en los árboles que asoman tras las tapias del convento que se ve desde su ventana, en el brillo de la luna. Y también en las mujeres: altas, bajas, rubias, morenas, simpáticas y serias. No consigue encontrar una de la que enamorarse; y le preocupa, porque, como confiesa, con la única que se casaría es con Grace Kelly, a la que ve en los toros durante la visita que la actriz hizo a España durante su luna de miel con el príncipe Rainiero de Mónaco.

También anota sus preocupaciones estudiantiles y su desgana laboral. Es consciente de que la realidad corre más allá de las páginas de sus cuadernos: "Me gustaría decirle esto a alguien. Porque no basta con escribir estas páginas; porque estas páginas no se dirigen a nadie. A nadie que tenga figura y voz y ojos y nombre". Quizás por eso, son especialmente brillantes sus descripciones de la vida cotidiana de la ciudad, de sus largos paseos, de los puestos y vendedores del mercado cercano.

"Me siento en el césped, apoyado contra un árbol. Donde hay hormigas hay paz", dice Silvela Sangro en una de sus anotaciones y con estas palabras resume su apego a la vida, el valor de esos momentos sencillos que merecen ser anotados para no ser arrasados definitivamente por el paso estéril de los días.

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