De libros

El sorbo más amargo

  • Acantilado añade a su catálogo de obras del filósofo italiano Guido Ceronetti 'Los pensamientos del té', un carpetazo sin asomo de complacencia al siglo XX que anticipaba los miedos del XXI

El filósofo, poeta, periodista y titiritero Guido Ceronetti (Turín, 1927).

El filósofo, poeta, periodista y titiritero Guido Ceronetti (Turín, 1927).

Profesaba Cioran tal admiración por Guido Ceronetti (Turín, 1927) que llamaba a sus obras (y por obras cabe entender pensamientos, ideas, destellos, criaturas y hasta intuiciones en lugar de libros) "monstruos"; pero conviene aclarar que los monstruos que más le gustan a Ceronetti son los lobos disfrazados de abuelita, los que juegan a parecer cándidos en su superficie y a poco que te des cuenta te están comiendo el brazo. La crítica ha tendido tradicionalmente a comparar al rumano y al italiano, sobre todo a cuenta de su querencia común por el aforismo y las formas breves para expresar su pensamiento; además, claro, los dos juegan con fuego cuando se arriman al fatalismo y se apuestan hasta la ropa interior por ver quién de los dos puede llegar a ser más pesimista, pero si hoy podemos leer a Cioran como una aspiración a la luz (toda negación hace explícito el deseo: que se lo digan a Nietzsche), también cabe leer a Guido Ceronetti como un falso nueve: su escritura es consecuente con la raíz humanista, aunque al mismo tiempo es capaz de dejar despoblado el campo y arrojar al lector a una posición incómoda (si el siglo XX había conducido el humanismo a un remanso de complacencia, acaso la respuesta más fácil a los desastres, Ceronetti es todo lo contrario: su exigencia intelectual es absoluta) en la que no tiene más remedio que hacerse preguntas, pero en serio, apostando también y dejándose los cuartos.

Filósofo, poeta, traductor (con resultados canónicos en los textos antiguotestamentarios, así como en Catulo y Marcial), titiritero (su tablado de marionetas Teatro dei sensibili sigue en activo desde 1970), periodista (columnista en La Stampa desde 1972 hasta el día de hoy, con una fidelidad próxima a la obstinación) y otras muchas cosas, Ceronetti encarna al intelectual menos aplaudido, el menos reclamado, el menos aupado a los laureles y el menos dispuesto a decir lo que la mayoría democrática quiere escuchar; y por eso, también, el más necesario. En lo que llevamos de siglo, la editorial Acantilado ha incluido en su catálogo algunos de sus libros fundamentales, desde su traducción del Cantar de los cantares (2001) hasta El monóculo melancólico (2013) pasando por el aclamado El silencio del cuerpo (2006) y La linterna del filósofo (2010); y justo acaba de incluir Los pensamientos del té, un librito de anatomía salmódica en el que, ciertamente, parece que se está leyendo una cosa cuando en realidad estamos leyendo otra. Ceronetti publicó este compendio de jaculatorias breves, espontáneas en su mayor parte y de manera general implacables, en 1987, cuando la Guerra Fría exhalaba sus últimos estertores sin que nadie tuviera claro del todo qué esperaba al otro lado más allá de la consiguiente victoria del capitalismo voraz. Y es aquí, en esta encrucijada, donde el italiano da un fenomenal carpetazo al siglo XX a la vez que anticipa las razones por las que habría que tener miedo al XXI.

Ceronetti encarna al intelectual menos inclinado a decir lo que la mayoría quiere escuchar

La liturgia es extremadamente sencilla: Ceronetti bebe una taza de té verde de la China dos veces al día, a las seis de la mañana y a las cinco de la tarde. Cada taza abre el paréntesis oportuno para que el pensamiento ocurra y la escritura suceda. A veces se formulan algunos textos consecutivos con cierta aspiración de unidad temática; otras, lo escrito por la tarde no tiene nada que ver con lo apuntado la mañana anterior. Pero todo conserva una unidad fervorosa y disciplinada a la hora de mirar al mundo y comprenderlo. Sucede con el té que la mayor parte de los sorbos saben dulces al paladar, aunque alguno resulta, de tanto en tanto, inesperadamente amargo; en consecuencia, las breves sentencias parecen ponerse de parte del lector (o de parte de lo que el lector prefiere) hasta que la amargura se cuela sin paños calientes (y más le vale al lector no encomendarse a Los pensamientos del té con la guardia baja).

Ceronetti sabe citar en unas pocas palabras a Aristóteles y Schopenhauer ("A los cuerpos los une el placer; a las almas, la pena"), asumir y situar la tradición europea ("Somos los cristianos de la Vulgata... La Vulgata es una cripta gélida... Nos han cortado los testículos del grito") y dejar claro lo que se puede esperar de Rusia hasta extremos radicales ("Occidente no tiene en contra solamente a la Rusia soviética, su inmensa inhumanidad bajo la apariencia de una potencia militar: tiene también en contra a la Rusia de los exiliados, de los Solzhenitsin, de los Seniavski, de los Tarkovski, la cristianísima, la espiritual, la gran enemiga. Si fuésemos capaces aún de una verdadera lucha espiritual, comprenderíamos. Con la soviética siempre cabe algún pobre compromiso. Con la Rusia espiritual eterna el enfrentamiento es incurable"). El autor se revela especialmente teatral, escénico, carne de plaza pública y platillo pasado tras la función, cuando se dispone a dar malas noticias contra los garantes del pensamiento débil (de los que huye como de la peste): "Tenéis libertad sin guerra. Por fuerza habréis de vivir entre una infinidad de crímenes", lo que no deja de ser una mera lectura de la Historia. Además de Rusia, la Iglesia Católica sirve de diana mayor para los dardos de Ceronetti ("Los papas bendicen lo mismo a lobos y ovejas, a degolladores y degollados. Si vence el crimen, y la víctima yace muerta a sus pies, el papa se alegra de que haya paz"), pero tampoco faltan dosis de humor sardónico ("Máxima teresiana para bien vivir: 'mal dormir, todo trabajo, todo cruz'. Enseguida se siente uno mejor") ni guiños al propio Cioran ("Lo que los hijos no deben saber jamás es que se les ha hecho nacer"). Cuidado, que quema.

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