Parques y jardines | Crítica

Pulso cierto que nos salva

  • Publicado por Renacimiento, el primer libro de poemas de Carmen Aranguren sorprende por su madurez y por la belleza y verdad del itinerario sugerido

Carmen Aranguren trabaja como marchante y galerista de arte.

Carmen Aranguren trabaja como marchante y galerista de arte.

Más que la naturaleza casi abstracta de las perspectivas insólitas, los paisajes grandiosos que sedujeron a los románticos, cautiva el reencuentro con los espacios íntimos, de tan recorridos, aquellos en los que el espectador o el paseante se encuentran como en casa. Durante la extraña primavera del confinamiento, cuando estaban desiertos y medio asilvestrados, pasábamos junto a los parques, que lucían esos días más exuberantes que nunca, reprimiendo el deseo de saltar la verja y perdernos por unas horas entre las familiares sinfonías del verde. Por esa misma época, a la vez reciente y lejana, acababa Carmen Aranguren su primer libro de poemas, un pequeño gran libro que sorprende por la madurez de la voz poética –suele ocurrir en los autores tardíos, cuando tienen el don– y por la belleza y verdad de lo que nos cuenta.

De esos espacios íntimos, que son sus parques y jardines y los de cualquiera, se sirve la poeta para hablarnos de muchas otras cosas. Llama la atención el contraste entre la modestia del propósito –patente hasta en el título, de gratas resonancias municipales– y la eficacia del discurso, que no precisa de artificios para conmover al lector e involucrarlo en el libro. En el poema primero, "La casa", que no por casualidad abre el conjunto, Aranguren describe el cálido hogar "de todos los veranos" en el que fue "feliz una y mil veces", uno de los centros de gravedad de un poemario que tiene a la familia como clave o asidero, tanto en la vertiente heredada como en la elegida. Los recuerdos no son fardo, sino sustento o nutriente, una parte esencial que necesita ser mantenida: "...cuido la memoria / que solo somos, / le saco lustre, / la subo a la palestra / de vez en cuando, / si no lo hiciera / ¿qué quedaría de mí?". La evocación compone un retrato que se remonta a los orígenes pero no deja de proyectarse en el presente.

No hay exactamente nostalgia, sino conciencia de un arraigo que nos liga al ahora

La delicada manera de sugerir una "biografía / que no interesa a nadie", pero se adivina en la medida que es la nuestra, se apoya en la oposición de juventud y madurez o de infancia y edad adulta. Por eso, en "Las niñas", la maternidad tiene un efecto de reviviscencia: "Nacieron /  y con ellas / los versos, las canciones / infantiles. / Trajeron / la inocencia, la risa, / la biografía perdida, el paraíso". Late aquí y en otros poemas del libro la idea de que la niñez se vive dos veces, una inconscientemente y otra después, a través del reflejo en los pequeños o de los recuerdos inducidos. No es exactamente nostalgia, sino la conciencia de un arraigo que nos liga sobre todo al ahora, cuando la inocencia se somete al filtro de la experiencia. Aprendemos entonces los nombres de los árboles y se revelan los matices donde sólo veíamos formas y tonalidades difusas, abriendo un mundo de singularidades hasta entonces desapercibidas.

La poética de vida se traslada con naturalidad al oficio de hacer versos

La anhelada "senda del renacer" se sobrepone a una zona oscura donde acechan los temores e inseguridades, las "heridas antiguas" y las "angustias pasadas". O la "pobre fe acosada por la duda". Para llegar a la levedad hay que enfrentar las pesadillas, el sentimiento de culpa y las distintas formas del insomnio. Asumiendo una conformidad no resignada, la poeta invita a sobrellevar las injurias de la edad –"aceptar, para vivir en paz, / el galope del tiempo en nuestras sienes"– y a no negar la realidad imperfecta: "llegar al armisticio / y así poder vivir con uno mismo", sin desmesuradas expectativas. Por efecto de un sutil desplazamiento, la poética de vida –"sustraerse / al estrés del mundo"– se traslada con naturalidad al oficio de hacer versos: "saltar, para llegar a la palabra, / el pulso cierto que nos salva / del olvido".

Aranguren remite a una épica cotidiana que exige entrega y exige discernimiento

Con su difícil sencillez, con su verdad honda y sin aditivos, la voz de la poeta remite a una épica cotidiana –el "desafío diario"– que exige entrega y exige discernimiento. Sus poemas, nos dice, son un "tesorillo". En ellos ha quedado constancia humilde, por lo mismo perdurable, de un derrotero vacilante que desprende y enseña firmeza, tanto en el plano emocional como en el reflexivo. El aparente tono menor no debe llamar a engaño. La de Aranguren, hecha a la vez de memoria y vida, pertenece al linaje de la poesía que acompaña, conmueve e ilumina.

'El jardín' de Silvia Cosío ilustra la cubierta de 'Parques y jardines'. 'El jardín' de Silvia Cosío ilustra la cubierta de 'Parques y jardines'.

'El jardín' de Silvia Cosío ilustra la cubierta de 'Parques y jardines'.

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