El París de Cortázar | Crítica

La erudición como bella arte

  • Un diccionario ilustrado de Juan Manuel Bonet desgrana la larga y estrecha relación de Julio Cortázar con la capital francesa, en la que el autor de 'Rayuela' residió más de tres décadas

Julio Cortázar en uno de los muelles del Sena.

Julio Cortázar en uno de los muelles del Sena. / Pierre Boulat

De antiguo tiene declarada el poeta, ensayista y crítico Juan Manuel Bonet su predilección por las listas, compartida, dice aquí, por Julio Cortázar o su amigo Octavio Paz, y por los repertorios que como su monumental Diccionario de las vanguardias abarcan constelaciones de nombres, movimientos y épocas minuciosamente reflejados en el doble espejo del arte y la literatura. Muchos de sus trabajos tienen esa dimensión acumulativa que no se reduce al mero acopio, pues reunir los materiales relevantes sobre cualquier materia, siguiendo además una perspectiva interdisciplinar, exige no sólo conocimiento sino buen juicio para ordenarlo y capacidad de síntesis –la de Bonet brilla a la altura de los maestros– para discriminar entre el océano de la información disponible los datos que importan, a menudo fruto de pesquisas propias que pueden asumir, como afirma él mismo, un carácter detectivesco, especialmente cuando se trata de figuras menores o excluidas del canon. El probado talento del estudioso para ofrecer panoramas exhaustivos y reveladores se ha aplicado en esta ocasión al reflejo de una ciudad –que es por cierto la suya de nacimiento– en la obra de uno de los grandes autores del boom, de quien se ha dicho con razón que es el más francés de los escritores argentinos.

Cortázar sentado en el Pont des Arts. Cortázar sentado en el Pont des Arts.

Cortázar sentado en el Pont des Arts. / Antonio Gálvez

El libro tiene su origen en el catálogo de una exposición, Rayuela: el París de Cortázar, editado por el Instituto Cervantes en 2013 con motivo del L aniversario de la novela, donde se incluían unas notas Para un diccionario Cortázar-París-Rayuela del entonces director de la sede parisina que fueron el germen del trabajo –muy ampliado– publicado ahora por la editorial hispano-mexicana RM, formado por más de cuatrocientas entradas, ilustradas con 270 fotografías, referidas a la relación del escritor argentino con su ciudad de adopción. Cortázar vivió en París más de tres décadas, desde su establecimiento definitivo en 1951 hasta su muerte en 1984. La capital, como saben sus numerosos devotos, es junto a Buenos Aires uno de los dos escenarios de Rayuela (1963), pero su huella literaria se extiende a otras obras del autor como la novela 62, Modelo para armar (1968) o los relatos "El perseguidor" (incluido en Las armas secretas, 1959) y "El otro cielo" (Todos los fuegos el fuego, 1966) –también a su correspondencia o a los almanaques– y atraviesa buena parte de su biografía creadora.

Buscando libros en un buquinista. Buscando libros en un buquinista.

Buscando libros en un buquinista. / Pierre Boulat

Para Cortázar, como para otros latinoamericanos francófilos, viajeros o residentes en la ville lumière, París fue un mito cuya geografía ha quedado apresada para siempre en la primera parte de Rayuela, donde Horacio Oliveira y la Maga, perpetuos flâneurs, recorren los escenarios de la ciudad que es, acaso como todas, metáfora del mundo, interpretada a la luz de un itinerario sentimental que remite a sus lecturas e intereses estéticos, a las vivencias propias del escritor y a sus afinidades electivas. Dicho itinerario, como ha observado José María Conget, diseñador de una Ruta Cervantes dedicada a Rayuela que propone veintiuna etapas, desde el Quai de Conti donde se inicia la novela al cementerio de Montparnasse visitado por Oliveira y en el que reposan los restos de Cortázar, rehúye los monumentos prestigiosos y se deleita en una cartografía personal que recuerda, como sugería el novelista, la relación de intimidad entre los amantes, no en vano llegaría a afirmar que París era la mujer de su vida. Pero no son sólo los restos de la ciudad medieval, los puentes y los muelles del Sena, los pasajes y los parques, los cafés y las librerías de la rive gauche, el Barrio Latino o Sain-Germain-des-Prés, ni es sólo la geografía transitada en Rayuela. Bonet amplia el marco a la cultura francesa –o parisina e internacional– que nutría el imaginario de Cortázar, un combinado de influencias donde se mezclan el simbolismo y las vanguardias, en particular el surrealismo; el jazz, el cine o la chanson, la actualizada vie de bohème ejemplarmente representada por el gran cronopio –lo vemos en los retratos de Pierre Boulat o Antonio Gálvez, donde parece uno de sus personajes– que arrastraba y fundó una perdurable mitología.

Juan Manuel Bonet en Cracovia. Juan Manuel Bonet en Cracovia.

Juan Manuel Bonet en Cracovia. / Monika Poliwka

Microhistorias, semblanzas mínimas, referencias cruzadas que viajan en el tiempo y confluyen en un espacio que es, sobre todo, literario, en tanto que ceñido a la recreación que Cortázar trazó en las obras citadas, a partir a veces de alusiones puntuales, conforman un fascinante universo que comprende y resume toda una época. Podemos visualizarlo en las maravillosas fotos de su admirado Brassaï, mientras suenan Louis Armstrong o Charlie Parker, un París de posguerra, entre el existencialismo y la resaca del 68, que se mantiene fiel a lo que Paz denominó la tradición de la ruptura, seguida por el mismo Cortázar que ya en su primera juventud quedó deslumbrado por la lectura de Opio de Jean Cocteau en la traducción de Julio Gómez de la Serna. El propio Bonet usa la imagen del collage, teorizada por Apollinaire y perfectamente válida para representar el formidable experimento de Rayuela, a la hora de definir su empeño, que demuestra una vez más que también la erudición, cuando se cultiva con gusto, criterio y amplitud de miras, merece la consideración de bella arte.

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