De libros

El ojo dilatorio

  • Jorge Ordaz reivindica la obra de Frederic Prokosch, un singular autor que comenzó a publicar en Estados Unidos en los años 30

Retrato de Frederic Prokosch (1906-1989) tomado por el fotógrafo George Platt Lynes.

Retrato de Frederic Prokosch (1906-1989) tomado por el fotógrafo George Platt Lynes.

Es muy probable que este libro apenas llegue no ya al gran público, que quizá tampoco sea su objetivo, sino a esos pocos lectores que seguramente disfrutarían de su lectura. Lo edita un sello pequeño, de provincias (muy cuidada y bellamente, por cierto, con ilustraciones a color que acompañan al texto, en un papel poco poroso, y todo ello por un precio que debería sacar los colores a esos supuestos mastodontes editoriales que venden a precios altos productos cuya factura a veces da vergüenza ajena). Trata de un escritor que, si bien tuvo un par de momentos de notable éxito, hoy es un casi perfecto desconocido: Frederic Prokosch. Y lo ha escrito, con su agudeza, amplitud de miras, erudición inadvertida y su prosa rica y amena habituales, Jorge Ordaz (Barcelona, 1946), uno de esos escritores con pocos lectores que reconcilian al lector estragado con la buena literatura.

La mariposa en el mapa cuenta una historia doble, la del descubrimiento y luego apasionamiento por la literatura de Prokosch de un entonces adolescente Ordaz, y la de la trayectoria literaria de aquel escritor. Frederic Prokosch (1906-1989) pertenece a la promoción de escritores estadounidenses posterior a la muy aclamada Generación Perdida. Comenzó a publicar en los años 30, pero no lo hizo sobre los sueños americanos, frustrados durante la Gran Depresión, como Thomas Wolfe o Steinbeck, sino sobre países exóticos y aventureros personajes. Esto, que respaldó su fulgurante éxito inicial, quizá a la larga lastró su carrera, pues ya se sabe que el lector medio lee para huir de la rutina pero que finalmente acaba leyendo sobre... su rutina. Los exotismos están bien para un rato, pero nada como el terruño conocido, propio. Con gran economía de datos, pero sin obviarlos, Ordaz va trazando la irregular trayectoria literaria y vital de Prokosch. Cuenta de sus estancias en Lisboa, Roma, España, París, finalmente la Costa Azul, lugares en los que estuvo un mes o bien cinco años, donde fue estableciéndose con el anclaje de su vocación literaria, su única fidelidad durante toda su vida (eso y la última carta de su madre, que le llegó recién muerta, y que jamás abrió y siempre lo acompañó, como se cuenta en un magnífico capítulo). Va repasando sus libros, tanto novelas como de poesía, con los que poco a poco se ha ido haciendo, y la peripecia de la compra o el hallazgo de algunos ejemplares bien podría figurar en alguna antología de textos sobre libros. Ordaz ha leído a fondo a Prokosch, pero aquí no hay tesis sino apuntes de un lector sagaz, que disfruta con lo que lee y sabe contagiar ese entusiasmo.

En un pasaje del libro Jorge Ordaz cita a V.S. Pritchett, quien afirmaba que los escritores parecen tener un ojo "dilatorio", pues aquello que cae ante su vista es observado aun en sus mínimos detalles, dilatándolo hasta absorberlo en su totalidad, de tal manera que extraen lo que otros ojos no vieron. Ordaz, como buen escritor, posee ese ojo y ante el lector de este libro dilata la realidad de Prokosch hasta dárnoslo de cuerpo entero en apenas 200 páginas. Ya desde el título traza su perfil, porque las mariposas y los mapas fueron dos constantes en su vida, podrían sintetizar su espíritu, su carácter. Los mapas, porque fue un escritor movedizo en lo personal y narró paisajes diversos en lo literario. Las mariposas, porque fue un escritor propenso a la prosa un tanto recargada, barroca, como la belleza de estos lepidópteros, así como a una cierta volatilidad, que se aprecia sobre todo en su libro de memorias, Voces, su rescate en los años 80, cuando era un autor medio olvidado al que sus editoriales de siempre le habían rechazado cuatro o cinco novelas. Ordaz, en cuatro o cinco pinceladas, nos demuestra que en esas memorias quizá haya más de ficción que de realidad, que quizá sean su mejor novela.

Junto al retrato de Prokosch, como en su envés, el autor va trazando un dibujo difuminado de sí mismo. Apenas cuenta cosas de su vida (y, por cierto, serían interesantes, y ojalá más pronto que tarde Jorge Ordaz escriba más ampliamente sobre ellas), aunque deja caer como al desgaire notas sobre un rechazo editorial, sobre una conversación con Cardín a propósito de la literatura escrita por homosexuales (Prokosch lo era, y el párrafo donde se reseña su encuentro, o encontronazo, con Auden es de lo más picante del libro), sobre el breve intercambio epistolar con el protagonista de estas páginas. Pero, por encima de esto, lo interesante son las reflexiones sobre el arte de escribir que va dejando. Habla de la rara vocación de escritor, de la importancia del azar en su éxito (no de público sino editorial), del uso de episodios autobiográficos en cualquier obra literaria, etcétera. Un libro, en definitiva, sobre el que conviene llamar la atención.

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