Madrid | Crítica

Un Madrid total

  • En la estela del libro que dedicó al Rastro, Andrés Trapiello retoma la fórmula ensayística que aúna historia colectiva y memoria personal para abarcar el retrato de la ciudad en su conjunto

La Cibeles fotografiada por Charles Clifford (1855).

La Cibeles fotografiada por Charles Clifford (1855).

Siete ediciones lleva el libro que Andrés Trapiello ha dedicado a la ciudad de Madrid, un gran libro que se añade a la bibliografía oceánica sobre la capital y en ese sentido será una más de los cientos o miles de referencias que registran los catálogos, pero que por su planteamiento y ambición –y también por lo que tiene de suma de toda una trayectoria, tan vinculada a los escenarios recorridos o revisitados– rehúye ser adscrito al ámbito de las guías, las historias o las colecciones de estampas locales para acogerse a un terreno, el del ensayismo literario, que el mismo Trapiello ha cultivado con brillantez en otros títulos perdurables. Es clara la relación de Madrid con El Rastro, la reciente aproximación al centenario mercado callejero al que el autor leonés ha dedicado muchas horas y páginas, pero tanto por su contenido, en buena parte familiar para sus lectores de toda la vida, como por la forma de abordarlo el nuevo libro remite a otros anteriores y muy en particular a los más de veinte volúmenes que conforman su Salón de pasos perdidos, donde Trapiello ha pulido ese estilo característico que aúna el humor, el lirismo y los tonos confesionales con las virtudes –la mirada irónica o compasiva, el talento para las descripciones, la curiosidad por las vidas ajenas– de un excelente cronista.

A caballo entre la inquisición histórica y la memoria personal, el relato, que es sobre todo eso, una narración sin pretensiones enciclopédicas, aunque contenga datos tomados de numerosas lecturas, se interna desde el principio en el terreno de la autobiografía, en un espléndido arranque donde el narrador recuerda su llegada a Madrid con apenas diecisiete años. Ya el primer capítulo contiene una digresión sobre los orígenes de la ciudad y en adelante, usando de una secuencia aparentemente deslavazada, con cortes y saltos y elipsis que interrumpen la novela del joven provinciano o más tarde del escritor que se abre camino, Trapiello alterna los pasajes memorialísticos con los excursos eruditos, nunca apabullantes sino enunciados de esa manera sencilla y amena, entre la precisión y el desenfado, que asociamos a su estilo. Muy alejado de la linealidad y de la asepsia de las crónicas convencionales, el trayecto cubre once siglos en el caso de la ciudad y casi medio en el de su biógrafo, unidos en un solo tiempo –el tiempo autónomo de la literatura, donde siempre es presente– que abarca sus impresiones y las de sus predecesores, lo que transmiten los libros y lo que pervive en la memoria colectiva.

Confluyen en el libro el retratista y el retratado, su visión de la ciudad y la ciudad misma

El Madrid de Trapiello es un libro total, no porque sea voluminoso ni porque trate, con felicísimo desorden, de muchas cosas distintas, sino por la manera en que confluyen el retratista y el retratado, su visión de la ciudad y la ciudad misma. En otros muchos libros podemos saber de los "viajes del agua" o la leyenda de San Isidro, de las calles y sus nombres cambiantes o la metafísica de las afueras o arrabales, de los desastres de la capital asediada o la destrucción urbanística de la posguerra, pero Trapiello nos habla de todo ello –de los hechos prestigiosos y de los menudos, de las personas principales y el pueblo llano– al mismo tiempo que evoca su prehistoria sentimental, el desencanto de los felices ochenta, los trabajos de Trieste o las jornadas en el viejo Museo Romántico: toda una mitología, acuñada en sus citados diarios, que aparece vinculada a la geografía urbana de donde ha surgido, en una emocionante recreación que bebe tanto de las fuentes como de la observación, el paseo y la vivencia íntima.

Frente a las evocaciones arqueológicas, Trapiello sabe transmitir el latido de la vida

Viene de lejos lo que el propio Trapiello llama, en el epílogo, su tendencia "a hacer cada día los libros más revueltos", y es justo eso, el cautivador desbarajuste de los materiales acarreados, su poética de anticuario o "derribista", lo que le da un encanto especial al recuento, que aparece presidido por una famosa cita de Fortunata y Jacinta –"Pueblo nací y pueblo soy"– y abunda en la conocida devoción del autor por la obra de Galdós, cuya mirada transformó la ciudad y sigue siendo válida para descifrar su alma. En los "retales" temáticos que conforman el apéndice, donde Trapiello reúne juicios y preferencias sobre asuntos o disciplinas concretos y un "breve repertorio" a modo de diccionario, aparecen otros escritores –Larra, Mesonero, Fernández de los Ríos, Juan Ramón, Gómez de la Serna, Solana, Répide o Neville– pero sólo al canario, como dejó escrito María Zambrano, se lo puede llamar poeta o creador de Madrid. Fruto de una convivencia que sin ignorar las imperfecciones no ha mermado el entusiasmo, el cálido homenaje de Trapiello a su ciudad de adopción rebosa gratitud. Quizá por eso, frente a las evocaciones arqueológicas, su libro no ha renunciado a transmitir el latido de la vida.

La Puerta del Sol en 1921. La Puerta del Sol en 1921.

La Puerta del Sol en 1921.

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