Luz / Hierba | Crítica

Inger Christensen ensaya su alfabeto poético

  • Sexto Piso publica 'Luz / Hierba', un volumen que recoge los dos primeros libros de la poeta danesa, eterna candidata al Nobel

La poeta danesa Inger Christensen.

La poeta danesa Inger Christensen. / Cedida por Sexto Piso.

Tras dar a conocer Alfabeto (2014), Eso (2015) y El valle de las mariposas (2020), la editorial independiente Sexto Piso alcanza ahora la semilla de la trayectoria literaria de Inger Christensen (Vejle, 1935-2009), una de las voces esenciales de la poesía europea del siglo XX. En Luz / Hierba, la poeta danesa ensaya y a veces incluso desborda símbolos, relaciones y formas que definirán toda su obra posterior.Aunque su nombre se barajó numerosas veces como candidata al Nobel, Christensen permaneció inédita en el contexto español durante muchas décadas (solo Ediciones del Bronce había traducido en 1999 su novela corta La habitación pintada), hasta que la aparición de Alfabeto la reveló como una autora excepcional en diferentes dimensiones. Por ejemplo, por su declarada osadía experimental, que le lleva a cuestionar de manera permanente la fidelidad y los límites de la palabra. O por su capacidad para tramar un imaginario de la naturaleza que integra en continuidad lo público y lo íntimo, la civilización y el cuerpo propio, como un todo. O por su habilidad para instalar en sus versos aquellos dispositivos que hibridan la poesía con otros lenguajes, los vecinos de la música y las artes plásticas o el aparentemente más alejado de las matemáticas, su otra gran vocación.

Algunas reseñas le aplican a su poesía el adjetivo "exigente" y sería justo preguntarse qué quieren decir con eso. Quizá dos líneas del largo poema Encuentro, que cierra el libro que nos ocupa, ofrecen una posible respuesta de la propia autora: "quién puede pensar ya en la belleza […] / quién se atreve a hablar ya de la necesidad de entender". Esa es la exigencia a la que Inger Christensen invita a sus lectores desde el origen de su oficio: despojarse de otras exigencias que han encorsetado a la tradición poética, despreocuparse de la obsesión por la belleza como fin y de la urgencia de la comprensión racional, sin que eso signifique renunciar por completo a ninguna de las dos.

Ahí es donde asomaría también otro término que se le suele asociar, la abstracción, una etiqueta que me parece asimismo demasiado acomodaticia e inexacta. La apariencia abstracta que pueden trasladar algunos de sus poemas tiene que ver precisamente con esa abdicación de la voluntad de cerrar el sentido de las palabras. O tal vez ni siquiera con eso, sino con una constatación: la de que ninguna comunicación es concluyente, la de que la misma existencia es un misterio. "No sé qué es. No puedo decirte qué es. No tengo una idea clara; es como con las palabras, ya no está claro qué son" dice en otra cita rescatada del caudaloso río de Encuentro, que transcurre por cierto entre la orilla de la prosa y la de la poesía.

Y bajo las palabras está la música. Pocos autores controlan tan bien las fórmulas de la repetición

Pero es que además los versos de Inger Christensen trasladan otras experiencias lectoras y transitan otros territorios. Desde la primera persona que enuncia de forma casi continua todos los textos de Luz / Hierba, los versos se abren a lo universal o se cierran a lo personal.

En Luz, que ocupa casi la mitad exacta del libro (hasta la página 129), hay un momento para detenerse a pensar en la fugacidad de lo vivo: "Las cosas caminan, / mueren unas en otras, / navegan como pensamientos / en el alma del espacio. Caravanas de arena animada". O para desplegar el inagotable abanico simbólico de lo minúsculo, por ejemplo de una mariquita: "Manchita roja de repente en mi brazo estival". O para dialogar con otros creadores admirados, como Wallace Stevens, revisitado en el poema Yo para versionar su ya clásico Trece maneras de mirar un mirlo, o Jackson Pollock, nombrado en Blue Poles, texto que comparte incluso título con una de las obras más conocidas del pintor estadounidense. Y hay al fin tiempo para desarrollar la luz del encabezamiento como una posibilidad, ahora sí, de comunicación: "Reconozco de nuevo / una luz en el idioma / las palabras cerradas / que están para ser amadas / y repetirlas hasta hacerlas sencillas". Pero como una posibilidad indomable, al menos a menudo, una luz que "oscila sin fronteras / con la linterna del azar".

Portada de 'Luz / Hierba'. Portada de 'Luz / Hierba'.

Portada de 'Luz / Hierba'.

En Hierba, la segunda mitad, hay una mayor presencia del amor, aunque sea como crónica metafórica de algo siempre más amplio: la duda, la confianza, la compañía o también la crisis que se intuye al fondo de algunos poemas como Cada uno en su mar o Petrificación, todo ello sin una progresión muy marcada. Y a medida que el libro avanza los versos se hacen más largos, hasta rondar la prosa poética, y las ideas también se van expandiendo, hasta verterse por completo en el recipiente de los símbolos.

Esa galería simbólica, sobre todo en lo que tiene que ver con la naturaleza (el agua, las estaciones, los diferentes aves y árboles…), está fijando en todo el libro un vocabulario propio al que la autora irá regresando en obras posteriores, con la absoluta libertad, eso sí, con la que maneja cualquier lenguaje.Y, por debajo de las palabras, suena la música. Pocos poetas manejan mejor que Inger Christensen las figuras de repetición (especialmente la anáfora, la epifora, la reduplicación…). Encuentra la dosis justa para que estos equilibrios rítmicos mantengan un latido continuo en los poemas que es capaz incluso de atravesar los idiomas. Y esa es quizá la clave por la que su poesía aguanta tan bien la travesía desde dos lenguas aparentemente tan lejanas como el danés y el español.

Hay que reconocerle sin duda también el mérito a la traducción de Daniel Sancosmed Masiá al recoger el testigo (desde El valle de las mariposas, libro anterior a este en el orden de publicación en España) de Francisco J. Uriz, la voz que ha dado a conocer a la poeta danesa en castellano. Y a la continuada apuesta de Sexto Piso por las ediciones bilingües, que permiten disfrutar, entre otras, de las asombrosas equivalencias rítmicas.

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