El hilo del collar | Crítica

Flaubert sin ataduras

  • Una amplia selección de cartas y un ameno y documentado ensayo sobre su viaje a Oriente recuerdan al autor normando en el año de su segundo centenario

Gustave Flaubert (Ruan, 1821-Croisset, 1880) fotografiado por Étienne Carjat hacia 1860.

Gustave Flaubert (Ruan, 1821-Croisset, 1880) fotografiado por Étienne Carjat hacia 1860.

Sólo cinco novelas y los famosos tres cuentos le bastaron a Gustave Flaubert para merecer el título de gran narrador de su siglo, cuya minuciosa escritura ejemplifica todavía hoy el cuidado extremo y hasta obsesivo de la forma. Completamente entregado a su arte, Flaubert fue un escritor agónico y lento hasta la exasperación, que corregía incesantemente los originales y presumía de no haber buscado el reconocimiento ni cedido a las servidumbres de la vida literaria. Se propuso trasladar a la prosa el rigor y la elevación del verso, su música "perfecta e invariable", y es esta casi maniática voluntad de estilo, sumada a su célebre estética de la impersonalidad –y a la estructura planificada, ausente en las narraciones por entregas–, lo que ha permitido que se lo califique como el precursor de la novela moderna. Si sólo conociéramos sus obras, no sabríamos mucho de aquel hombre que pulía las frases en jornadas extenuantes, a la búsqueda de la palabra exacta. Pero tenemos su correspondencia y en ella aparece retratada no sólo su verdad íntima, sino también el perfil de un escritor muy distinto.

En la correspondencia destacan los conjuntos dedicados a Louise Colet y George Sand

Más que en los Cuadernos, donde recogió impresiones, borradores y los materiales narrativos más heterogéneos, relacionados con una curiosidad ciertamente enciclopédica, Flaubert se revela en sus cartas, entre las que han sido justamente celebrados los conjuntos que forman las dedicadas a dos grandes amigas, la también amante Louise Colet (Siruela) y una admirada George Sand (Marbot) con la que tuvo, pese a las diferencias, una intensa relación al final de su vida. Pero hay más, muchas más, casi cuatro mil quinientas de las que la nueva antología de Antonio Álvarez de la Rosa, publicada por Alianza, ofrece menos de una décima parte, suficiente para dar la razón a quienes sostienen que es imprescindible acercarse a su faceta de corresponsal para acceder a las opiniones y la personalidad del autor, invisibles en sus novelas. Liberado de sus pretensiones de objetividad, y de la tensión que se autoimponía a la hora de enfrentar su obra literaria, Flaubert descansa en unas cartas donde se expresa sin ataduras.

Las cartas reflejan no sólo la elaborada poética de Flaubert, sino también su pensamiento

Dividida en nueve apartados, precedidos de sendos preámbulos y acompañados de breves acotaciones donde el editor contextualiza la identidad de los destinatarios y otros datos de interés, la selección abarca cerca de medio siglo (1833-1880) en el que el estilista alternó la elaborada escritura de sus libros mayores con una desinhibida descripción de sus trabajos y días, ineludible para entender la dimensión humana, demasiado humana que aparece en obras desmitificadoras como El loro de Flaubert de Julian Barnes. Más allá de la información biográfica que aportan, las cartas reflejan no sólo su poética, sus dudas, sus afinidades y desdenes en el ámbito de las letras, sino también el pensamiento de quien siendo apenas un adolescente se había definido como "desmoralizador" y ejerce aquí como desengañado moralista, a la manera de un libertino cuyo único credo es el arte. Desde su casa o guarida de Croisset, donde el "hombre-pluma" erigió muy pronto su retiro inexpugnable, Flaubert se dirigía a amigos como el malogrado Alfred Le Poittevin o el íntimo Louis Bouilhet, a familiares como su madre o su querida sobrina y nefasta albacea Caroline, a compañeros de oficio como las dos escritoras citadas u otros –Hugo, Baudelaire, Zola– entre los que destacan Iván Turguénev y su medio ahijado Guy de Maupassant, de quien fue mentor en sus comienzos.

Junto a las reflexiones pesimistas, hay humor, ironía y maldades de trazo grueso

Hablan de todo estas cartas, de literatura, por supuesto, pero también de historia y de política, de las relaciones amorosas o sexuales, de la melancolía del autor o de la pobre impresión que le merece el género humano. Junto a las reflexiones que abonan su pesimismo, hay humor e ironía, retratos al aguafuerte y maldades de trazo grueso. Alérgico a la estupidez, Flaubert reitera su odio a la burguesía y su escasa consideración por la democracia, la prensa, las iglesias, las mujeres o las masas. Cínico y antirromántico, a veces divertido y otras irritante, el "oso" normando se mueve entre el exceso y la rara lucidez de los temperamentos atrabiliarios.

Una de las muy difundidas fotos que tomó Maxime Du Camp durante el viaje a Oriente. Una de las muy difundidas fotos que tomó Maxime Du Camp durante el viaje a Oriente.

Una de las muy difundidas fotos que tomó Maxime Du Camp durante el viaje a Oriente.

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