Joan Margarit, Premio Cervantes 2019

Entre la exactitud y el amor

  • El traductor al castellano de sus memorias de infancia y juventud cree que Margarit escribe como levantaría un edificio, con responsabilidad y concisión 

El poeta Joan Margarit tras la rueda de prensa que ha ofrecido esta tarde en Barcelona.

El poeta Joan Margarit tras la rueda de prensa que ha ofrecido esta tarde en Barcelona. / Alejandro García (Efe)

El año pasado se publicó Para tener casa hay que ganar la guerra, las memorias de infancia y juventud de Joan Margarit. En el prólogo, el escritor de Sanaüja confiesa que el libro tenía un doble objetivo para él: comprender por qué recordaba lo que recordaba y, más importante aún, cómo esos hechos y esas situaciones influyen en la "construcción" de sus poemas.

Decía William Carlos Williams que el poema es "una máquina hecha con palabras". Margarit utiliza el término "construcción", debido seguramente a su profesión de arquitecto: durante años fue profesor de Cálculo de Estructuras en la Universidad de Barcelona y el despacho que montó con Carles Buixadé se responsabilizó, por ejemplo, de una parte de las obras de la Sagrada Familia de Barcelona, del estadio Nuevo Carlos Tartiere de Oviedo o, también, de un barrio infectado de aluminosis en mi pequeño pueblo natal cuando yo era un niño que ni siquiera sabía lo que era la poesía.

Alguna vez hemos conversado sobre aquellos días, sobre cómo Joan Margarit, después de revisar escrupulosamente las obras, se encerraba a escribir poemas en uno de los bares ubicados junto a una carretera principal que va atravesando el pueblo como si se tratase de una cicatriz por cesárea, y lo hacía entre obreros que desayunaban animadamente y jubilados jugando a cartas o al dominó. Como canta Sabina: "Mucho, mucho ruido". Aunque a Margarit eso le daba igual, porque la poesía es su forma de estar solo. Por eso siempre lleva encima un pequeño cuadernito de tapas oscuras. Su mapa del tesoro.

Pues bien, por cuestiones que no vienen ahora al caso, me encargaron la traducción al castellano de Para tener casa hay que ganar la guerra. Y como las dos ediciones tenían que publicarse más o menos a la vez, yo avanzaba en mi traducción mientras Margarit daba los últimos y pequeños retoques a su libro. O esa era la idea. Porque prácticamente todas las mañanas, después de nadar un rato en la piscina municipal -acaso otra forma de estar solo- me llamaba para comentarme que había cambiado este o aquel capítulo. A veces incluso los dos. A veces incluso por completo. No he conocido a un escritor con su capacidad de trabajo. "La poesía es obsesión", me ha dicho más de una vez.

Sin embargo, si algo me sorprendió durante todo aquel dilatado proceso fue que, a la vez que me explicaba los cambios en el libro -que yo veía crecer como cuando los niños en el colegio hacen germinar una legumbre: con lentitud y naturalidad-, también quería conocer mi opinión. Y actuaba en consecuencia. Demostrando una humildad que, quizá por extraña, a mí me dejaba sin palabras.

Pero él tan sólo estaba siendo consecuente consigo mismo. En su guiño a Rilke, en sus Nuevas cartas a un joven poeta, Margarit ya avisaba: "lo que identifica a la poesía respecto a la prosa son la concisión y la exactitud". Esas son sus dos principales premisas. Concisión. Exactitud. Igual que al levantar un edificio. Porque escribir también exige un alto grado de responsabilidad. Y, en este sentido, qué revelador resulta el título de sus ensayos: Un mal poema ensucia el mundo. Toda una declaración de intenciones.

'Joana', donde relata la muerte de su hija, es ese libro perfecto que nadie querría escribir

De hecho, casi todos sus títulos lo son. Margarit empezó escribiendo y publicando en castellano. Necesitó mudar de piel. Regresar a su lengua materna para ganar, así, altura. Pero entre sus libros en castellano está Crónica, que ya apunta la importancia que tendrá el componente biográfico en su obra, porque la poesía, para él, también es una caja negra. Hasta el extremo de titular con el nombre de su hija el volumen que relataba su muerte. Ella padecía el síndrome de Rubinstein-Taybi: "Joana iba asustada hacia el quirófano / en nuestra compañía. / Cuando entró nos quedamos a esperar / en la salita mal iluminada junto a los ascensores. / Cuentan que en un intento / de salvarse le dijo te quiero al cirujano (…) A las once, mirábamos / las gotas de la lluvia en el cristal / como si resbalaran por la noche. / La noche era una hoja de guadaña". Joana es un libro perfecto que nadie querría escribir. Porque hay heridas que no se cierran nunca.

Pues bien, otro de los títulos de Margarit recicla a su vez el título de un poema de Rubén Darío: "Los motivos del lobo". Así nos cuenta lo importante que es para él la tradición. Saberse un vagón más en un tren que viene desde muy lejos. Y qué decir de Cálculo de estructuras, que está relacionado con la arquitectura. Y con no dejar nada al azar. Ya saben: concisión y exactitud. El propio Margarit escribe: "De esta exactitud viene su poder de consolación, porque la poesía sirve para introducir en la soledad de las personas algún cambio que proporcione un mayor orden interior frente al desorden continuado de la vida".

Y esa quizá sea la llave que abre todas las puertas para entender a Joan Margarit: donde otros vemos soledad él ha encontrado orden. Donde otros vemos obsesión y trabajo, el sólo Amor. Termino con unos versos de No estaba lejos, no era difícil: "Es en el amor / donde he ido dejándome la vida".

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