OLGA MERINO | ESCRITORA

  • La barcelonesa deslumbra con 'Cinco inviernos', crónica de sus años de corresponsal en el Moscú de Boris Yeltsin que acerca el pasado y el presente para rendir tributo a la cultura rusa y la vocación literaria

"En el arte la equivocación no existe, hay que darse permiso para escribir"

Olga Merino (Barcelona, 1965) es escritora, periodista y profesora de escritura creativa. Olga Merino (Barcelona, 1965) es escritora, periodista y profesora de escritura creativa.

Olga Merino (Barcelona, 1965) es escritora, periodista y profesora de escritura creativa. / Marta Calvo

Escrito por

· Charo Ramos

Jefa de cultura

Cuando le hicieron el ofrecimiento de desplazarse a Moscú como corresponsal de El Periódico de Cataluña, Olga Merino (Barcelona, 1965) tenía veintisiete años y la Unión Soviética se había derrumbado un año antes. Los veintiocho los cumpliría ya en un piso a unos trece kilómetros de la Plaza Roja que tenía las paredes empapeladas "con motivos florales, como los que adornaban mi casa, la de mis padres, en los años setenta". Otra gran periodista y corresponsal, Berna González-Harbour, que iba a venderle sus electrodomésticos antes de cambiar de destino, le dijo que no olvidara echar en el equipaje tres cosas: papel de váter, antibiótico y jeringuillas desechables. Para Olga, sin embargo, en ese momento parecía más prioritario hacerle hueco en la maleta a dos libros que le había regalado alguien tan importante en su vida que elige refugiarlo tras la inicial A.: El doctor Jivago (escrito así) de Borís Pasternak, en una edición de 1967, y Rehén de la eternidad, el libro de memorias de su amante, el gran amor de Pasternak, Olga Ivínskaya. Las necesidades prosaicas de la periodista y las espirituales de la escritora que aspiraba a ser se comprimieron en aquella maleta junto con varias libretas, una de ella comprada en Jerusalén, en la Puerta de Damasco. En sus cinco años en Rusia completaría siete cuadernos y se traería de vuelta su primera novela, Cenizas rojas. "Consciente de que estaba viviendo un momento excepcional, en lo personal y en lo histórico, no quería perder ni una migaja ni que el recuerdo distorsionara la experiencia de Moscú". Treinta años después, Olga Merino, consagrada como una de las voces más interesantes de la nueva narrativa española tras su aclamada novela La forastera (Alfaguara), decidió abrir aquellas libretas rusas y el resultado es un libro fascinante, híbrido, en el que conviven el diario personal, la crónica periodística, la historia cultural de Rusia y el relato de cómo se construye una vocación literaria.

Cinco inviernos contrasta su voz de hoy con la de aquella muchacha idealista que en diciembre de 1992 preparaba las maletas y con la que abandonó Rusia en 1998, poco antes de la crisis financiera que obligó al país a declararse en suspensión de pagos. Si como decía Antón Chéjov "el arte de escribir consiste en decir mucho con pocas palabras", Merino ha logrado contarnos con absoluta maestría una época fundamental de la historia de Rusia, que completa los grandes libros publicados en los últimos años sobre el tema: El baile de Natasha de Orlando Figes, Ajmátova de Eduardo Jordá o Los últimos pianos de Siberia de Sophy Roberts, por citar tres ejemplos importantes para quien suscribe.

-¿Qué sintió al desempolvar estas libretas y confrontarse con aquella Olga juvenil?

-Cuando me veo ahora treinta años más vieja pienso qué dura era conmigo misma. Yo quería ser escritora y no había vivido lo suficiente para contarlo pero además a veces me escribía yo solita como corresponsal en Moscú cinco páginas de periódico y mis compañeros de la radio aún corrían más. Pero entonces viví cosas que, si no me convirtieron en escritora, sí me dieron el combustible para la escritura. Yo no había visto muertos, no había vivido una guerra ni la injusticia, la dureza de la vida, la gente luchando por sobrevivir... En la Rusia de Yeltsin había cuarenta millones de personas por debajo del umbral de la pobreza, y el resto raspando. Cuando aterricé en Moscú la inflación era del 2.500% y en los pocos supermercados que había en dólares cogías una botella y, cuando ibas a pagarla en la caja, ya había subido varios céntimos. Yo he visto gente, no en el Tercer Mundo, sino en Moscú, rebuscando en cajas de cerezas podridas tiradas de un mercado.

Manifestación contra Yeltsin en 1993. Manifestación contra Yeltsin en 1993.

Manifestación contra Yeltsin en 1993.

-El libro no evita imágenes desgarradoras, como esos ancianos que venden su ajuar en las calles para poder comer, pero se impone siempre el respeto por el pueblo y la literatura rusos.

-En esos años no había liquidez así que si trabajabas en una fábrica te pagaban el salario en sartenes, tornillos o mantas, pero con las mantas no se come, así que la gente se echaba a las carreteras que iban a otras localidades vendiéndolas. La URSS cayó el 25 de diciembre de 1991 pero detrás de ese triste párrafo hay tantas vidas y tanto sufrimiento... Se aplicaron de la noche a la mañana una serie de recetas en la creencia de que iban a funcionar y reflotar la economía: dejamos de subsidiar a los agricultores y a las fábricas, vamos a liberalizar los precios... pero sólo sirvieron para convertir aquello en un desastre, en Chicago años 30, un Estado en bancarrota donde había muertos a diario en las calles: banqueros, empresarios...

"Se hicieron fortunas grandísimas, cada día se abría un casino, íbamos a muertos diarios por tiroteos y ajustes de cuentas"

-Al llegar se instala en unas dependencias de la agencia cubana de noticias, lo que propicia situaciones muy surrealistas.

-Prensa Latina realquilaba cuartitos de su sede a a otros corresponsales y en aquel Moscú gélido se agradecía mucho aquel calor latino. Sin embargo, aquella convivencia maravillosa al principio nos permitió ver también lo mucho que sufrieron los cubanos durante el período especial, cuando acabó la ecuación azúcar por petróleo, y en la isla comían al día solo un plato de frijoles. Cuando una de las corresponsales cubanas iba a hacer el equipaje de vuelta, porque los movían mucho, metió todo tipo de cosas en la maleta, como vendas o jabón para lavar la ropa, pero lo que más me sorprendió es que echara una botella de ron cubano. Me explicó que vendrían sus amigos a La Habana a verla y no tendría nada que ofrecerles.

-Uno de los capítulos más interesantes del libro tiene que ver con el octubre negro de 1993 que en el libro define como "el auténtico final de la Unión Soviética si bien la bandera roja con la hoz y el martillo se había arriado por última vez del Kremlin la noche del 25 de diciembre de 1991, tras la dimisión de un Mijaíl Gorbachov acorralado". ¿Llegó a temer por una guerra civil?

-Es muy curioso el fenómeno con Gorbachov. Nosotros en Occidente nos volvimos locos con Gorbi, pensamos por fin se va a acabar el muro de Berlín y el telón de acero, por fin un dirigente soviético que sonríe. Pero Gorbachov es un personaje trágico porque en Rusia lo odian, los que eran comunistas de primera hora porque destapó la caja de los truenos de las reformas, los que querían reformas al contrario, porque no fue lo suficientemente rápido. Recuerdo que cuando yo estaba en Moscú se presentó a unas presidenciales y apenas sacó sólo el 2% de votos. Gorbachov fue entre 1990 y 1991 el presidente de todo el conjunto de la URSS y Yeltsin, que lo era de la República Rusa, se hizo con el mando en diciembre de 1991, auspiciado por las potencias occidentales, e implementó una terapia de choque: se ocupó de convertir una economía planificada en capitalista. Se privatizó la industria soviética, se hicieron grandísimas fortunas, cada día se abría un casino, íbamos a muertos diarios por tiroteos y ajustes de cuentas. De Yeltsin hubo un momento al final, cuando se calmaron un poco las cosas, en que las únicas crónicas periodísticas eran sobre sus borracheras. Él quería seguir con aquellas reformas neoliberales rapidísimas pero el Soviet Supremo, elegido democráticamente en las elecciones más limpias que hubo, le exigió ir poco a poco. Aquel Parlamento era el último reducto que se oponía a sus reformas de mercado así que Yeltsin rodeó con tanques y armas a los diputados atrincherados en el edificio. Octubre de 1993 fue el último clavo en el ataúd de la Unión Soviética, y hubo riesgo real de una guerra civil en Rusia por primera vez desde 1917.

Otra imagen de Olga Merino, que vuelve a publicar con Alfaguara su nuevo libro. Otra imagen de Olga Merino, que vuelve a publicar con Alfaguara su nuevo libro.

Otra imagen de Olga Merino, que vuelve a publicar con Alfaguara su nuevo libro. / Marta Calvo

-Además de por la corrupción y el latrocinio, la etapa de Yeltsin estuvo marcada por la primera guerra de Chechenia. ¿Por qué, si su vocación de escritora se estaba imponiendo ya, decide arriesgar la vida e ir al frente?

-Yo estaba en mi comodidad relativa de Moscú cuando empezó la guerra. Nadie me puso la pistola en el pecho como corresponsal pero no quería que nadie pensara que me echaba para atrás por ser mujer, o que no me atrevía. Me costó mucho creerme escritora. Estuve varias veces en el frente. Viajábamos a Grozni en un vehículo destartalado de los años 70 con los neumáticos desgastados, sin dibujos, y con agujeros en el suelo del coche por donde podía ver el asfalto nevado. Los conductores nos cobraban una barbaridad porque se jugaban la vida, unos 500 dólares de entonces, así que teníamos que compartir el trayecto entre varios corresponsales. En el libro recuerdo que viajábamos en completo silencio hasta que me salió expresar: "Tengo un miedo que me muero". En ese momento los chicos resoplaron aliviados. El valor de la palabra es enorme. Me alegré de vivirlo como corresponsal pero la guerra es desquiciante y no volveré.

"Fui a la guerra de Chechenia porque no quería que nadie pensara que no me atrevía por ser mujer"

-Los corresponsales son la élite del periodismo y en uno de los pasajes más emotivos rinde tributo a compañeros que ya no están entre nosotros.

-Empecé a trabajar muy jovencita pero aquel cargo de corresponsal en Moscú era de mucha responsabilidad, estaban los más grandes allí. Al desempolvar los viejos cuadernos de Moscú encontré una fotografía de la fiesta en casa de otros corresponsales y es sobrecogedor pensar que unos años después, en circunstancias muy trágicas, Julio Fuentes, corresponsal para El Mundo, fallecería en una emboscada en Afganistán y Ricardo Ortega caería en un tiroteo en Haití. Pero en aquella foto estaban aún juntos y disfrutando de la vida.

-¿Había menos censura?

-En esos años teníamos bastante libertad de prensa y hacíamos mucha piña entre los corresponsales porque la información era muy opaca así que hablábamos mucho entre nosotros para no meter la pata a la hora de interpretarla. En medio del caos en la Rusia de Yeltsin no había censura y ahora es todo lo contrario, basta ver el asesinato de Anna Politkovskaya, que destapó la vulneración de los derechos humanos en Chechenia y la mataron en el rellano de su casa cuando venía del supermercado.

"En medio del caos, la hiperinflación y el latrocinio con Yeltsin no había censura y ahora es todo lo contrario"

-En el libro revela que no le hizo demasiado caso a aquel consejo de Berna González-Harbour sobre lo que no podía faltar en la maleta a Moscú.

-Llevé papel de váter y Clamoxyl pero no eché las jeringuillas porque creí que si me abrían la maleta en la aduana pensarían que era una drogadicta. Lo cierto es que al cabo del tiempo tuve que hacerme un análisis de sangre en un hospital público y, como había escasez de todo, tampoco había jeringuillas, así que me hicieron una escisión en el dedo y estuvieron ordeñándomelo hasta que salió la sangre necesaria para la prueba.

-Todas las anécdotas e historias de la vida del corresponsal quedan permeadas por su amor a la gran literatura rusa y no faltan los homenajes a la figura del traductor, desde el protagonismo que concede a Yuri, su fiel colaborador, a las cinco versiones de una escena de Guerra y paz de Tolstoi que analiza en un pasaje experimental delicioso. La obra de Tolstoi, como la de Pasternak, Gogol, Mandelstam y Ajmátova está siempre presente.

-Al igual que nos ocurre con Doctor Zhivago, cuando leemos o vemos Guerra y paz de jóvenes nos fijamos sobre todo en la historia de amor pero cuando maduras entiendes que hablan de otra cosa. Doctor Zhivago es la gran novela de la revolución, y nos muestra cómo alguien bueno, como probablemente lo era Pasternak, que cree en el ideal de hacer un país justo, ve cómo se pervierte esa idea primigenia maravillosa a medida que empieza la política y actúa el ser humano con sus chanchullos, su egoísmo y su corrupción. Del mismo modo, Guerra y paz no es tanto la historia de Natasha, Pierre y Andrei como el símbolo del espíritu de resistencia del pueblo ruso, que se alió con el general invierno para derrotar a Napoleón. Esa historia volvería a repetirse en la Segunda Guerra Mundial porque los nazis tampoco pudieron con el invierno ruso. Durante los 900 días que Leningrado estuvo cercado por las tropas de Hitler los supervivientes hacían sopa con el lomo de los libros porque la cola que se empleaba al encuadernarlos a veces estaba hecha con huesos; hubo casos numerosos de canibalismo… En esas condiciones dramáticas se estrenó la 7ª Sinfonía de Shostakovich con los fracs recosidos de una orquesta pequeña de 20 músicos que habían sobrevivido. Esa memoria de la Segunda Guerra Mundial para los rusos es un recuerdo transversal: atraviesa generaciones, ideologías... Sustenta el orgullo nacional y no es para menos. Pensamos que la guerra se ganó porque los estadounidenses se metieron en el ajo pero los rusos pagaron un precio altísimo, más de 27 millones de bajas.

"Desde niña me fascinaban las palabras, iba anotando las que no entendía y se me fue haciendo una vocación"

-La Olga que regresa a España es, por fin, una escritora que ha dejado de fustigarse por vivir y no tener tiempo para la literatura.

-Desde niña me fascinaban las palabras e iba anotando las que no entendía, quería aprender a contar las historias y se me fue haciendo una vocación. La tenía tan encumbrada que me costó mucho ponerme a escribir: cuando te pones tanta responsabilidad sobre los hombros no te sale nada. Por eso le digo a los jóvenes en mis talleres daos permiso para escribir, permitíos el lado lúdico de la literatura y no temáis equivocaros porque en el arte la palabra equivocación no existe. La próxima vez saldrá mejor o no, pero lo que importa es el camino, y adelante.

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