Dima Wannous | Escritora

"El amor es un superpoder, puede cambiarlo todo"

  • La autora siria acaba de publicar en España la novela 'Los que tienen miedo', una reflexión sobre la ominosa influencia del miedo en los procesos colectivos

La escritora siria Dima Wannous (Damasco, 1982).

La escritora siria Dima Wannous (Damasco, 1982). / Richard Sammour

La editorial Sitara, dentro de su colección Fragua del Kulub, publica la nueva obra de la escritora siria Dima Wannous, Los que tienen miedo. Incluida en Beirut 39, una antología de los más prometedores autores árabes menores de 40 años, colaboradora de los diarios Al Safir y The Washington Post, Wannous reflexiona en su nueva novela sobre la influencia que el miedo ejerce en la sociedad y sobre la capacidad curativa o liberadora de la literatura.

–Los que tienen miedo se desarrolla a partir de una terrible certeza: el gran triunfo de la guerra, de cualquier guerra, es el miedo que nos provoca. Un miedo que sirve, entre otras cosas, para controlarnos...

–Todo el mundo ha sentido la experiencia del miedo alguna vez. El hecho de que todo un pueblo haya sentido la experiencia del miedo, constantemente, siempre me ha aterrorizado. El miedo ha controlado la vida de 20 millones de sirios a lo largo de más de 40 años. Personalmente, he crecido en un ambiente abierto, revolucionario, opuesto a todo tipo de poder. Sin embargo, me resultaba imposible deshacerme del miedo. La escuela, la calle o la sociedad eran más fuertes que todos nosotros. Para mí era muy importante escribir sobre la revolución siria; es la literatura la que escribe la historia de los países, de los pueblos. Pero también sabía que era demasiado pronto para escribir sobre una revolución que apenas acababa de empezar. Por eso elegí el tema del miedo, algo que caracteriza a la historia del pueblo sirio. Un miedo que nos ha llevado a la propia aniquilación del miedo. Como todas las emociones, como la alegría y el odio, el miedo también, cuando se ha acumulado durante años, pierde su sentido y su eficacia. Cuando la sociedad siria llegó a ese punto, salió a las calles a gritar por su libertad.

–Aunque la guerra está muy presente en ella, en la novela aborda más sus consecuencias, como el miedo y desgarro. ¿Parte de una experiencia vital?

–No estoy segura de que sea el caso. A fin de cuentas, todos los sirios sufren hoy el desgarro. Todo lo que ha ocurrido en el país es insoportable. Cada mañana, cuando me levanto, todavía hoy, me siento débil. Siento que llevo sobre mis espaldas y mi alma esa tristeza. El ser humano es más resistente de lo que imaginamos, pero también hay que entender que cuando uno experimenta todos esos sentimientos de vacío, de cansancio, de desesperación, se agota y se hace más duro. Hace falta una cierta fuerza interior para soportar todas estas pérdidas sin volverse loco o transformarse en un monstruo.

–Leyendo su novela he llegado a sentir que usted pretende mostrarnos que en las situaciones extremas las emociones, el amor en este caso, pueden ser más puras e intensas...

–Creo que el amor es un superpoder que tiene la capacidad de cambiarlo todo. Esto no es necesariamente positivo, pero en mi caso siempre ha sido el amor lo que me ha invitado a volar, a avanzar, a escapar de la monotonía y a romper tabúes. El amor nos ayuda a vivir el instante, a olvidar y sobre todo a ser tolerantes. Pero al mismo tiempo no podemos amar por completo si nunca nos hemos atrevido a odiar. Al pueblo sirio se le prohibió expresarse, tener curiosidad, querer conocer al otro bajo el pretexto de la coexistencia de distintas religiones, comunidades y doctrinas. Durante más de 40 años, el régimen de Bashar Al Asad se ha sentido orgulloso del hecho de que todo ciudadano sirio desconociera la religión de su vecino. Lo consiguieron. Sin embargo, esta ignorancia acumulada durante décadas ha provocado la desconfianza en el otro y un sectarismo escondido bajo la mentira de la coexistencia y la paz. Esta situación ha creado también una tendencia natural hacia los prejuicios y los rumores.

–Desde el mundo occidental, tenemos la impresión de que un fenómeno como el #MeToo avanza más rápidamente en el ámbito que conocemos, y más despacio en los países árabes. ¿Es una apreciación errónea? ¿Se identifica con este movimiento?

–Es cierto que el movimiento avanza con más rapidez en Occidente, pero me ha sorprendido comprobar hasta qué punto está presente en las plataformas de las redes sociales del mundo árabe. Las revoluciones árabes han cambiado todo: la libertad de expresión ha encontrado su lugar, sobre todo por lo que se refiere a las mujeres. Personalmente, siempre he estado protegida por el nombre de mi padre, un escritor muy reconocido en el mundo árabe. Pero también es cierto que eso no me ha impedido ser, en varias ocasiones, el blanco del poder masculino que reina tanto en el ámbito cultural como periodístico. Me ha resultado fácil no someterme a eso, lo que no ha impedido que siempre piense en todas esas mujeres que no están apoyadas ni por un padre ni por la sociedad.

–Vive fuera de Siria, ¿le ayuda eso a tener una imagen más real y nítida del conflicto en el que está inmerso su país? ¿Contamos con la suficiente información, o sólo nos llega una parte sesgada de la realidad?

–Estar lejos de Siria me ha permitido observar mi vida en Damasco desde un punto de vista más cercano. Me ha ayudado a restablecer una relación indispensable con mi memoria y mis emociones. La maquinaria de información del régimen, o más bien su maquinaria de desinformación, ha ganado y es una pena. No es culpa de la revolución o de los sirios. Tengo que decirlo: la culpa es de un Occidente que sigue protegiendo a Al Asad, que sigue creyendo en sus mentiras. Las circunstancias actuales han permitido al régimen mentir y, sobre todo, ofrecer un punto de vista más convincente. Sólo hay que observar la escalada de la extrema derecha por un lado y de la Islamofobia por otro. Como bien dice el escritor e intelectual franco sirio Farouk Mardam Bey: la revolución siria está huérfana.

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