Óscar Esquivias. Escritor

"Al modo cervantino o galdosiano, busco que los personajes hablen"

  • El autor presenta 'Andarás perdido por el mundo', un conjunto de cuentos sobre el desarraigo y uno de los libros más celebrados del año.

Entre la mirada intimista y la contención con que registra el dolor y las esperanzas de sus personajes, y la apuesta por el humor y la fantasía hacia la que se decantan los últimos relatos, Óscar Esquivias (Burgos, 1972) propone un libro imaginativo, emocionante, hermoso. Inspirándose en una sentencia extraída del Génesis, el narrador reúne a una serie de hombres y mujeres a la deriva -un extravío que quizás no es sino el preludio para encontrarse- en Andarás perdido por el mundo (Ediciones del Viento).

-En su libro, ese destino de andar perdido por el mundo que Yavé decide para Caín es, en realidad, una maldición relativa.

-A mí de niño me llamaba la atención esa frase, porque pensaba que no estaba tan mal eso de perderse por el mundo. Es algo que sigo creyendo ahora: viajar es una fuente de placer y conocimiento. Me venía bien ese título porque los cuentos ocurren en paisajes muy diferentes y porque reflejaba el desarraigo de los personajes.

-Una diversidad de paisajes que no fue premeditada. Los encargos para antologías sobre escenarios como Madrid o Rusia fueron trazando esa geografía.

-Cada relato fue surgiendo por una circunstancia diferente, pero después comprobé que entre ellos había hilos que los hermanaban, ciertas cuestiones que, digamos, hacía que vibraran juntos. Coincidían algunos en que tenían protagonistas jóvenes, en hacer homenajes literarios o artísticos, en el descubrimiento de la sexualidad de los personajes. Tenían elementos comunes sin que lo hubiese previsto, por lo que se podían reunir en un libro.

-Entre esas constantes estaría su interés en la música.

-Es un ámbito muy importante en mi vida. Y es algo que quizás traslade a mi preocupación por el lenguaje: busco que éste suene natural, que fluya casi como en una obra de música. El primer relato, Todo un mundo lejano, debe su título a una composición de Dutilleux [Tout un monde lointain], pero también lo concebí en su estructura narrativa como un concierto: con un primer movimiento en el que se presentan los temas principales, que es más largo, con un segundo movimiento más melancólico y un tercero en donde se resuelve todo.

-Esa historia analiza la tensión entre la religión y la sexualidad, un tema que se podía haber tratado de una manera más efectista, pero que usted aborda con extrema sutileza.

-La relación tan complicada que puede haber entre la religión y la sexualidad se tiende a presentar como algo tortuoso, negativo, y es verdad que eso existe, pero yo también conozco a muchos fieles para los que el hecho de ser homosexual o estar divorciado no plantea un conflicto en su comunidad. Una cosa es el punto de vista oficial, la doctrina, y otra la vivencia personal. Quería plasmar eso de una manera que no fuera obvia. En ese cuento importa más lo que no se dice, lo que se calla, lo que está sobreentendido. Son más importantes las corrientes subterráneas.

-En El Chino de Cuatroca retrata a un chico de procedencia ecuatoriana que vive junto a un grupo de dominicanos. ¿Fue difícil dar con el modo de expresarse de estos personajes? ¿Tuvo miedo de caer en el cliché?

-Era un peligro que tenía presente, pero a mí me gusta, a la manera cervantina o galdosiana, que los personajes hablen. Yo siempre busco esconderme como narrador y que sean los protagonistas los que se expresen. Consulté con adolescentes ecuatorianos para que los diálogos no fueran una caricatura, que fueran reales.

-El libro contiene varias historias sobre el fin de la inocencia, pero también algunas de ellas -Curso de natación, La Florida- reivindican la fantasía infantil como un modo de embellecer la realidad.

-La Florida no es un cuento autobiográfico, pero sí hay en él experiencias que yo he tenido. Un tío mío estaba ingresado en un psiquiátrico, y cuando yo iba a las fiestas del hospital volvía inventándome que lo habían elegido el rey de la celebración, cuando no había sido así. Esas mentiras se debían a un exceso de fantasía mal canalizada. Cuando juegas de niño estás inventando, pero al mismo tiempo te crees, vives, esa invención. Los escritores nos escudamos en argumentos más honorables para nuestro trabajo, hablamos de la página en blanco y de otras dificultades, pero en el fondo no hemos dejado de inventar, de jugar, como cuando éramos chavales.

-Entre las épocas que describe está ese Hollywood esplendoroso al que llega Greta Garbo de la mano de su descubridor, Mauritz Stiller.

-Me he preocupado de que los cuentos estuviesen bien documentados, aunque luego lo que se relate sea imaginario. Que Greta Garbo hablara de sí misma en tercera persona o que a Clarence Brown le gustaran los coches de carrera son detalles reales. Como en el cuento sobre Berlioz [El arpa eólica, el último del volumen]. Es casi una parodia de cuento romántico, con su cementerio y su escena macabra, y todo puede parecer muy desmadrado, pero el que aparece como profesor de anatomía de Berlioz lo fue en realidad, la dirección en la que se hospedaba es cierta...

-Aseguraba hace tiempo que a Berlioz le debía una novela. ¿Cómo va esa asignatura pendiente?

-Yo a él le debo mucho, porque gracias a Berlioz tuve una beca en la Academia de España en Roma. A veces me justifico pensando que él apenas compuso nada el año que pasó en esa ciudad y concluyo que me comprenderá. No estoy trabajando ahora en esa novela, pero sí que la tengo en mente.

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