Aurora Leigh | Crítica

Protofeminismo

  • La obra cumbre de la poeta Elizabeth Barrett Browning brilla en la nueva y excelente traducción de José Manuel Benítez Ariza

Elizabeth Barrett Browning (Durham, 1806-Florencia,1861).

Elizabeth Barrett Browning (Durham, 1806-Florencia,1861).

Entre nosotros, la figura de Elizabeth Barrett Browning ha estado casi exclusivamente asociada a los Sonetos del portugués, una maravillosa colección de cuarenta y cuatro poemas dedicados por la autora a su futuro marido el también poeta Robert Browning, que fue junto con Alfred Tennyson –y la propia Barrett– el bardo más popular de la era victoriana. Gracias a su reflejo en la novela, el teatro o el cine, la historia de la pareja forma parte del imaginario decimonónico, pero esa celebridad ha tenido el efecto de opacar la obra anterior y posterior de la poeta, que después de alcanzar una proyección inmensa en el ámbito anglosajón cayó en el olvido durante buena parte del siglo XX, entre la matizada reivindicación que de ella hizo Virginia Woolf y el rescate a finales de los setenta, por parte de una serie de estudiosas que han sabido distinguir entre la autora real y los edulcorados contornos del mito. De la desatención en España da fe el hecho de que Aurora Leigh (1856), el extenso poema narrativo que pasa por ser su obra cumbre, no se publicara hasta 2019, en una traducción de José C. Valés para la editorial Alba. Sólo dos años después, la colección Letras Universales de Cátedra ha dado a conocer otra versión, a cargo de José Manuel Benítez Ariza, que ve la luz en un volumen exhaustivamente introducido y anotado por Carme Manuel, ejemplar en tanto que combina los rigores de la filología con la voluntad de abordar el clásico como una obra viva.

Barrett defendió con ardor la dedicación literaria de las mujeres y su contribución como poeta

"Soy bajita y morena como Safo, y estoy a la espera de la inmortalidad": así se autorretrataba Elizabeth Barrett en una de las numerosísimas cartas que fueron durante años, pues apenas salió de la casa familiar, su único contacto con el mundo. Ocupada desde siempre en la lectura, la traducción y el estudio, la poeta dio muestras de una precocidad extraordinaria, favorecida por las limitaciones que le imponía una enfermedad, probablemente tuberculosis, que la convirtió en adicta a los opiáceos. Desarrolló desde muy pronto una sorprendente autoconciencia que andando el tiempo la llevaría a defender con ardor la dedicación literaria de las mujeres y su propia contribución como poeta, pero su sensibilidad no se quedaba en el reclamo de autonomía y abarcaba causas como la erradicación de la esclavitud o la denuncia del trabajo infantil, la explotación sexual y las condiciones de las escuelas. Desafió la autoridad paterna para casarse con Browning y ya en Italia, por los años de la unificación, se identificó con los partidarios del Risorgimento. Todo lo llevó Barrett a su poesía, donde los ejercicios a la manera de los antiguos y la profunda familiaridad con los modelos clásicos convivieron, para irritación de quienes consideraban que se extralimitaba en sus intereses, con una atención sostenida a los problemas de su tiempo. Antes de que Ruskin o Wilde la situaran en lo más alto del canon, poetas estadounidenses como Poe o Emily Dickinson habían reconocido y celebrado su influjo. De todo esto y mucho más habla Carme Manuel en la introducción, pero es el poema, en la impecable versión de Benítez Ariza, lo que con toda claridad muestra su genio.

Como Dickens, la autora no renuncia a recrear el lado sórdido de la sociedad británica

Para los lectores actuales no es irrelevante que el traductor, que ha volcado los pentámetros yámbicos del blank verse –el metro de Shakespeare y de Milton– en distintas combinaciones que toman como base los heptasílabos y endecasílabos de la silva blanca castellana, haya sido capaz de asumir un patrón rítmico que no le resta naturalidad al relato, sino al contrario, pues contribuye a que podamos leerlo sin sentir distancia ni extrañeza. Más allá de su argumento melodramático, que suma a los enredos sentimentales un alto componente de crítica social, el novel-poem de Barrett, cuya protagonista, Aurora Leigh, no es un trasunto de la autora pero refleja bien sus aspiraciones, le sirve a la poeta para defender su condición de creadora, como una mujer independiente que no renuncia a exponer sus ideas –sobre la educación, sobre la libertad, sobre la función de la poesía, sobre el matrimonio cristiano– ni a recrear, del mismo modo que Dickens en sus novelas, el lado sórdido de la sociedad británica. Por encima de la sinceridad y de la fuerza de su voz, alabadas por Wilde, o de la ingente erudición que traslucen sus versos, es el retrato de la artista lo que convierte a Barrett en nuestra contemporánea.

Fotograma de 'The Barretts of Wimpole Street' (1934). Fotograma de 'The Barretts of Wimpole Street' (1934).

Fotograma de 'The Barretts of Wimpole Street' (1934).

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