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El amor y su sombra

En el prólogo que abre estas páginas, obra de Juan Malpartida, nos encontramos no sólo con un texto soberbiamente escrito, sino ante un extraordinario ensayo donde se extiende el vasto y vario linaje que afluye y reverdece en el surrealismo (excelente, por cierto, la portada de Manuel Estrada); un surrealismo que, como es fácil suponer, encuentra en El amor loco (1937) uno de sus textos caudales y cuya naturaleza es de carácter híbrido; o dicho con mayor precisión, El amor loco es un texto que ambiciona la totalidad: y no sólo la totalidad del hombre, sino la totalidad de sus formas expresivas.

El amor loco, pues, recorre el perímetro del hecho amoroso, de su inextricable y ardiente misterio, acudiendo al ensayo, a la narración, a la imaginería poética, y siempre indagando en el carácter simbólico del arte y en las analogías donde la vida acaso revele su verdadero ser, su estructura lírica. Esta búsqueda de correspondencias ocultas, tan grata y familiar al Renacimiento, es el impulso último que mueve la escritura de Breton, y la obra toda del movimiento surrealista. Por otra parte, basta recordar el Pez soluble de Breton, o su Carta a las videntes de 1929, para comprender que esa búsqueda se dará en el terreno de lo irracional, bajo el impulso de la escritura automática. Es fácil deducir, en cualquier caso, el vínculo de esta manifestación artística -una manifestación que de desarrolla, hasta un extremo, los hallazgos del Romanticismo-, con la obra de Freud y con cuanto Freud supone en la primerísima hora del XX. No obstante, es el espectro de Rousseau, el espíritu del buen salvaje, quien que vaga por esa el territorio onírico que el surrealismo explora.

Digamos, pues, que el surrealismo fue una bellísima recusación de la civilización, por cuanto la civilización oprime y difumina al hombre natural, depositario de un amor puro. Esto suponía, sin embargo, atribuir una bondad al buen salvaje roussonaino que el Freud de Tótem y tabú estaba muy lejos de admitir. Y razones, ay, no le faltaban a herr Sigmund.

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