Alberto Marcos. Escritor

"Al hombre actual le toca conquistar el territorio del afecto, de la emoción"

  • El autor madrileño reflexiona en 'Hombres de verdad', un conjunto de relatos que publica Páginas de Espuma, sobre cómo se han desbaratado los antiguos patrones de la masculinidad

El escritor y editor Alberto Marcos (Madrid, 1977).

El escritor y editor Alberto Marcos (Madrid, 1977). / Asís G. Ayerbe

"Una vez escuché –dijo Concha–, en una serie de televisión creo, que los hombres han estado acostumbrados toda la vida a comportarse de una determinada manera, a seguir unos preceptos muy simples y limitados; y ahora que eso se terminó, ahora que tienen más libertad que nunca para ser como les dé la gana, se asustan, se sienten amenazados, sobrepasados, se bloquean", sostiene uno de los personajes de Hombres de verdad (Páginas de Espuma), un estupendo conjunto de relatos con los que el madrileño Alberto Marcos reflexiona sobre un presente en el que aquella férrea noción de lo viril se ha desbaratado y el concepto de masculinidad se extiende hacia nuevos territorios.

Con "más sentido del humor", la pretensión de "entretener, quizás por deformación profesional" –Marcos es también editor en Plaza & Janés– y una mayor imaginación en la forma de contar cada historia que en su anterior libro, La vida en obras, el autor reúne en sus páginas a un grupo de tipos perplejos y vulnerables, extraviados en la complejidad de sus sentimientos.      

–Sus cuentos reflejan que la idea de un hombre de verdad, hoy, es muy distinta a la que se tenía hace unas décadas.

–Hay una paradoja muy curiosa en el hecho de que el hombre, que durante toda la Historia conocida ha sido el líder y ha llevado la política y la economía, formalmente ha tomado las riendas de la civilización, tampoco era libre. Parece que, de la misma manera que la mujer ha tenido que asumir unos roles, al hombre le pasaba lo mismo. En el momento en que esos modelos patriarcales se desmoronan, nos tenemos que construir de cero. Y el hombre, de repente, tiene que enfrentarse a unas emociones que están al alcance de su mano. Tal vez la etiqueta de nuevas masculinidades se está usando demasiado, pero el panorama no deja de ser interesante para explorarlo.

–También es una materia de estudio curiosa otro tema que se apunta en el libro: cómo es el amor en los tiempos de aplicaciones y webs, donde los usuarios le hacen al posible ligue un cuestionario "como el de las aduanas de los aeropuertos".

–Sí, pero no quería hacer una crítica. No me gusta ir en contra de estas nuevas formas de conocer gente, porque los tiempos cambian. En las apps para ligar pasa lo mismo que con internet, depende de cómo las uses puede ser algo bueno o malo. En el relato al que te refieres, dos personajes muy diferentes se encuentran y, pese a los equívocos que tienen durante toda la noche, acaban sintiendo afecto el uno por el otro. Eso es algo positivo: igual si no fuera por estas relaciones a través de la red no nos abriríamos a otras experiencias, no las tendríamos. Me gusta ver el otro lado de las cosas, no quedarme en lo maniqueo. 

–Da la impresión de que sus personajes buscan el amor antes que el sexo.

–¡Sí, es que yo soy un romántico! [ríe]. Hablamos mucho de sexo, pero a mí me gustaba que mis personajes buscaran otra historia, porque creo, volviendo un poco a lo que hablábamos al principio, que el viaje del hombre de hoy va en la línea de conquistar el terreno del afecto, de la emoción. Dejar atrás esa imagen de que el hombre, hetero o gay, sea un depredador sexual que necesita satisfacer como sea su deseo; esta libertad nos permite abrir un horizonte donde el amor sea el objetivo. El sexo es interesante también como material de escritura, no lo niego, y de hecho lo trato en el libro, pero me motiva más lo otro.    

"Mi literatura no es de buenos y malos. Como ciudadano tengo mis ideas; como escritor, debo entender a los personajes"

Alberto Marcos. Alberto Marcos.

Alberto Marcos. / Asís G. Ayerbe

–No es casualidad que el santuario de Fátima sea uno de los escenarios del libro. La religión, o el modo en el que condiciona nuestra vida, está presente en algunas historias.

–Mi última actualización de las redes sociales ha sido una foto mía en la que estoy haciendo la primera comunión. La religión ha estado presente en mi vida como en la de todo el mundo, éste es un país con una tradición católica muy fuerte. Eso ha marcado a fuego también, a hombres y mujeres, nuestros roles de género. Yo quería hablar de estos temas, pero no me apetecía escoger el discurso fácil de la crítica. Todo es más válido desde el matiz, desde la contradicción. ¿Cómo se convive con esa herencia, especialmente si tienes fe? En el relato del santuario de Fátima [en el que dos chicos que preparan su boda viajan hasta allí junto a sus madres], me intrigaba ver cómo cada personaje conjugaba el asunto de la homosexualidad con sus creencias, a las que no renunciaban, cómo cada uno lidiaba con esa contradicción.   

–Ha dicho antes que evita lo maniqueo y en sus relatos usted parece preocuparse por entender a personajes que, por lo que se vislumbra, están en las antípodas de su pensamiento. 

–No me convencería hacer una literatura de buenos y malos. Una amiga que leyó el manuscrito me dijo que a mí me gustan más los personajes que las tramas, y algo de eso hay. Les tengo cariño, no puedo evitarlo. Tengo mi opinión como ciudadano, claro, pero como escritor me importa más que mis protagonistas sean verdaderos, y para eso deben tener sus defectos, también sus virtudes, porque la vida tiene distintos planos. Que un personaje tome decisiones discutibles no merma mi aprecio por él. ¡Si yo también cometo errores! Si tú te preocupas por él, vas a desarrollarlo mejor.

–Una de las historias, Colgado en plena pausa, dedica un emotivo homenaje a Iván Zulueta.

–Vi Arrebato tarde, hace unos diez años, y me cautivó porque habla de temas que me apasionan. Lo que pervive de la infancia, el cine, esa imagen de la creación como algo vampírico... Y después, investigando sobre él, la fascinación se prolongó. Me pareció una decisión muy valiente que él no siguiera haciendo cine por hacerlo, que se parara después de asumir que había llegado a su cumbre. Sí, su adicción también tuvo algo que ver, pero eso de no tener que competir, no tener que ir a más, planteaba en cierto modo una nueva masculinidad. Zulueta sí que fue un hombre de verdad.

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