Viajes. Una selección | Crítica

Viaje al mundo de ayer

  • Este volumen reúne algunas evocaciones viajeras de Stefan Zweig, autor erudito y cosmopolita que padeció todas las oscuridades de su tiempo

Stefan Zweig (1881-1942), retratado en Ossining (Nueva York) en el verano de 1941.

Stefan Zweig (1881-1942), retratado en Ossining (Nueva York) en el verano de 1941. / D. S.

Conocida es la cita viajera de Madame de Staël: "Viajar es el más triste de los placeres". Hasta bien entrado el siglo XX, viajar era como una forma de hacer de la incomodidad un arte para esnobs. Diletantes y temperamentos huidizos se apuntaron a la moda. Más allá del referente del Grand Tour, quien viajaba de urbe en urbe, de balneario en balneario, de museo en museo, era por lo general gente de posibles, que podía permitirse esos lujos para poder huir del hollín y de la modernidad furiosa que se extendía por Europa.

Cierto es también que hubo algún que otro bolsillo flaco, como poetas, pintores o artistas en general, que viajaban sin blanca siguiendo la estela ebria de las musas. El caso del escritor Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942) nos remite al viajero reseñado en primer término. Hablamos, pues, del viajero de familia acaudalada, que podía sacudirse la rutina y hacer periplos de alta cultura por distintos países. De sangre judía, pero ajeno por completo al rigor religioso, Zweig representa hoy por hoy uno de los legados más brillantes de la cultura europea de finales del siglo XIX y mediados del XX.

Escritor promiscuo, curioso y erudito, el drama de una mente cosmopolita como la suya fue el haber vivido y padecido, en lamentable cascada, los negros episodios históricos de su tiempo: la Gran Guerra, la forja del fascismo y el nazismo y, como corolario fatal, los primeros años de la Segunda Guerra Mundial. Demasiado para un faro del humanismo, lo que lo llevó al suicidio en 1942, en el lejano Brasil, cuando creyó que el nazismo habría de triunfar en todo el mundo. Innumerables son los títulos de los libros que escribió (novelas, cuentos, biografías, ensayos, piezas de teatro). Zweig, asiduo a los cafés, teatros y salones cultos de su época, también escribió columnas y sueltos para diarios y gacetas de diversa cabecera. En muchos de estos medios publicará sus crónicas de viaje, que son la mayoría de las que se recogen en la presente selección.

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro. / D. S.

Leer a Zweig es como releer un mundo extinto y adentrarse en la nostalgia herida de su causa (de ahí su célebre El mundo de ayer). Se recoge aquí una gavilla de postales e impresiones viajeras, escritas entre 1904 y 1940. El estilo fluido, psicológicamente intenso y de una erudición cordial, marcó su obra en todo género. Hallamos aquí las citadas postales de primeros del XX, como las dedicadas a la ciudad balneario de Ostende, a la durmiente Brujas o a Aviñón, la ciudad de los papas en la Provenza. A Sevilla le dedica una pieza, escrita en 1905. Somos indulgentes con el gran prescriptor que fue Zweig; pero es cierto que peca de tópicos en cuanto concibe a la ciudad del Mediodía como "la sonrisa de España", todo colorido, jovialidad y donjuanismo, en contraste con la adusta y grave Castilla.

Magnífica nos parece la aguada que dedica a Hyde Park en Londres (1906), el "brezal inglés", como lo llama. Entre los años de la Gran Guerra (Zweig, antibelicista declarado, servirá en la retaguardia en el ejército austrohúngaro), el libro recoge una pieza dedicada al gran puerto comercial de Amberes y una necrológica del muy añoso hotel Schwert, en Zúrich, parada de insignes referentes de la cultura, pero que en 1918 se convirtió en una Oficina de Impuestos.

De la década de los años 20 se recogen otras postales dedicadas a la catedral de Chartres y a la ciudad mártir de Ypres, uno de los dolientes iconos de la Gran Guerra. En 1928 Zweig recorrerá el lugar con estremecimiento y vergüenza, sobre todo al ver como las agencias del ramo, embrión del turismo borreguero, ofrecían paquetes turísticos que evocaban el recuerdo de la matanza con un frívolo nice tea como despedida. De hecho, ya por estos años, el autor criticó el auge que iban cobrando las agencias turísticas, esas "fábricas de viajes".

Bajo el nazismo ya imparable, de 1933 es la postal dedicada a Salzburgo, donde el autor de Momentos estelares de la humanidad residió durante algunos años. Dedica mil y un elogios a la ciudad que, a nuestro juicio, siempre nos ha parecido un delicado relicario, una cajita de música con melodías de Mozart, su más ilustre paisano (en contraste Thomas Bernhard, natural también de Salzburgo, fue su denostador más despiadado).

En 1940, exiliado primero en París y más tarde en Londres, Stefan Zweig intuía ya el ciclón de destrucción que habría de abatirse sobre el mundo de ayer, ese abrigo del tiempo al que pertenecía. Desde Londres dedica una semblanza al peculiar carácter de los ingleses, impasible y aplacado, algo que le causó extrañeza cuando Hitler ya había invadido Polonia. En efecto, su mundo se estaba desintegrando sin remisión. Eligió morir por voluntad, en compañía de su segunda esposa, viajera a su modo al fin y al cabo.

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