Ray Loriga | Escritor

"Escribir libros ha sido la parte más real de mi vida"

  • El autor madrileño acaba de publicar 'Sábado, domingo', una novela en la que regresa a la voz de sus comienzos en la literatura

Ray Loriga (Madrid, 1967), momentos antes de la entrevista en un céntrico hotel de Sevilla

Ray Loriga (Madrid, 1967), momentos antes de la entrevista en un céntrico hotel de Sevilla / Juan Carlos Muñoz

A veces pasa que el fin de semana se tuerce y se hace demasiado largo. Puede dar fe el protagonista de Sábado, domingo (Alfaguara), la novela con la que Ray Loriga vuelve, de algún modo, al territorio de jóvenes fiesteros y perdidos en cuitas existenciales de sus primeras novelas. Casi 30 años necesita el narrador de esta historia para llegar a saber qué pasó realmente –porque algo pasó, no lo sabemos al principio con exactitud, y él tampoco: se sabe lo justo para que el episodio, envuelto en la bruma de la memoria, deje un regusto turbio, una extraña punzada de sospecha– un sábado del año 1988, cuando él y su amigo Chino, el típico cretino sobrado de carisma que se lleva de calle a las chicas en esa edad tan tonta de la adolescencia, salen de fiesta, conocen en un bar a una camarera y la noche se les enreda a los tres. Tras la enorme elipsis, en la segunda parte de la novela, el mismo narrador, en su más bien anodina vida adulta, tendrá que enfrentarse a aquel episodio que quiso borrar de su memoria al cruzarse fortuitamente con la misma mujer.

–Llama la atención esa especie de regreso a los orígenes, a una voz similar a la de sus primeras novelas, ¿por qué le apeteció recuperar ese registro?

–¡Regreso al futuro! Bueno, me hacía falta esa voz para ese otro registro de la segunda parte. Necesitaba no tanto que el narrador recordase su adolescencia, sino que hablase como el adolescente que fue, y contrastar eso con cómo habla en el presente. Quería contar el paso del tiempo, cómo nos convierte en personas diferentes. Y por pura lógica, buscando cosas de esos entornos adolescentes, me encontré con mis propios libros.

–Esta novela llega poco después de Rendición, con la que ganó el Alfaguara, y que era muy diferente, algo no tan extraño en usted. ¿Necesita probarse continuamente en otros registros, tiene temor a aburrirse...?

–Escribiendo no tienes tiempo para aburrirte. No, no es por eso. Escribir es arduo, aunque ahora todo el mundo crea que para publicar un libro basta con salir por la tele. De alguna manera procuro siempre sacudirme el tono de la novela anterior para que la siguiente no parezca su secuela. Y eso es verdad que me crea un estímulo, me despierta y me ayuda a recuperar dos fuerzas muy necesarias para escribir, al menos para mí, como son el entusiasmo y el miedo.

–¿El miedo?

–Es muy difícil escribir una novela que no se te caiga de las manos. El miedo, neurológicamente, es un aviso. En ese sentido me viene bien para evitar automatismos, para estar alerta y evitar gestos ya repetidos. Siempre me preocupó caer en el amaneramiento.

–Hay dos asuntos en la novela que resuenan constantemente: la culpa y sobre todo la cobardía. ¿Por qué le apeteció escribir y pensar sobre esto?

–La culpabilidad que arrastra el narrador es la de no haber querido saber qué ocurrió aquella noche, y creo que con cierta razón, porque no querer saber es un acto de cobardía. Por otro lado, me apetecía definir mejor qué es la cobardía, porque vivimos en un mundo de falsos valientes. Y este narrador lo que hace es aceptar sus limitaciones, tiene capacidad de resistencia ante el fracaso y la frustración. Lo cual es valiente. Yo en el fondo, más que cobardía, diría disidencia. Es un personaje que disiente de los logros y metas de los demás, de imponérselos a sí mismos y de la razón misma por la que hay que perseguir esas metas.

–¿Quiénes son esos falsos valientes de los que habla?

–Todos nos vamos creando una imagen de nosotros mismos que no es más que una proyección magnificada. Nos encanta ponernos estupendos y eso da lugar a una especie de memoria eufórica de nosotros mismos en la que vamos retocando a nuestro favor todo lo que hacemos, soñamos y conseguimos. Y nunca es para tanto, claro. Y luego está todo lo que se acepta generalmente como triunfo y como fracaso: ¿por qué? A veces se dice de alguien: Es que se conforma con eso que tiene. Bueno, es que a lo mejor eso le vale y le sobra, y lo que a otros les parece un triunfo, a este personaje, o a mí, no nos lo parece.

–Hay un personaje muy potente, la prima Gini. De hecho dentro de la novela hay otra, subterránea, que es de amor y la sitúa a ella prácticamente en el centro...

–Sí, y en el fondo esa es la novela que más me gusta de este libro. Alguien me preguntaba el otro día si no sería yo Chino, otros me han dicho que no, que yo soy el narrador, el cobarde, el pusilánime. Y yo digo: ¿y si yo fuera Gini? Le tengo mucho cariño porque he utilizado ese personaje en otros libros, por ejemplo en el cuento Virginia se enamora de Días aún más extraños. Su conversación rápida, su ingenio, su inteligencia, su manera compasiva y al mismo tiempo incisiva de mirarlo todo... Es para enamorarse de ella.

El autor madrileño, durante su visita a Sevilla. El autor madrileño, durante su visita a Sevilla.

El autor madrileño, durante su visita a Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

–Sin destripar la novela, el narrador echa la vista atrás y resulta que el pasado, ese hecho al menos, no era como él desde entonces había pensado que fue. ¿A usted le ha pasado algo parecido al examinar su fulgurante fama en la juventud?

–El trabajo de la escritura siempre ha sido lo más sólido en mi vida. Y alrededor de la escritura, por el éxito tan temprano y tal, viví muchas cosas, sí. Algunas me parecieron divertidas, otras no. Supongo que hice el gilipollas como mucha gente en mi posición hubiese hecho, o no, pero el caso es que yo sí. Nada muy grave tampoco, pero en todo caso por ahí iría más bien mi desazón, que no arrepentimiento. Claro que a veces se me fue un poco la mano... Por eso digo que a mí lo que me ha anclado en la vida ha sido la literatura, es donde me he sentido verdaderamente a gusto. do. Escribir mis libros ha sido la parte de mi vida más real. Y lo que más en serio me he tomado.

–¿Hizo usted muchas tonterías por vanidad?

–El que diga que un éxito de ese tipo no confunde, no distrae, no te hace disparatar un poco, el que digo eso miente o no ha vivido algo así. Sobre todo si ese éxito tiene que ver no sólo con tu escritura sino también con tu persona, con tu figura, tu cara, tu pelo, tu aspecto. Distorsiona la impresión que tú tienes de ti mismo y de lo que haces. Pero no tanto por vanidad como por la facilidad dada por encima del mérito. Lo peligroso no es que digan algo bueno en una crítica en el periódico, sino ir a un restaurante y que te salude gente a la que no conoces de nada.

–¿Aquello de "la estrella del rock de las letras españolas", esa pose rubricada en la portada de una de sus novelas, fue a la larga beneficioso o contraproducente?

–Me comentaba antes un compañero tuyo que el otro día decía Muñoz Molina que parece que siempre tiene uno que estar examinándose, y fíjate la carrera que lleva Muñoz Molina... Por mi parte desde luego no hubo nunca nada de cálculo. Puede que sí hubiese algo de máscara, algo defensivo debido a mi cerval timidez en aquel momento. Y con esa pose, como tú dices, más o menos me protegía.

–¿En algún momento, por todas estas cosas, tuvo que dedicar más esfuerzos que otros colegas para demostrar al mundo que lo suyo iba también en serio?

–Es verdad que uno siempre tiene la sensación de que las puertas se te pueden volver a cerrar en cualquier momento. Pero aparte de eso, no, no me he sentido así.

El escritor durante la charla con este periódico. El escritor durante la charla con este periódico.

El escritor durante la charla con este periódico. / Juan Carlos Muñoz

–Si Vila-Matas, buen amigo de usted, es el escritor para escritores y letraheridos, y si por ejemplo Javier Marías, también amigo suyo, es seguramente el más claro exponente español de escritor con cara de "me deben un Nobel pero en algún momento se arreglará eso", ¿usted qué tipo de escritor siente que es hoy?

–[Risas] ¡Pues que le den un Nobel a Javier, pero a mí dejadme en paz, coño! Nunca me he planteado este tipo de cosas. Sí te digo que a mí me gusta el escritor que estoy siendo. Un escritor que vende suficientes libros para que no lo echen de su trabajo y que tiene una recepción crítica seria, aceptable, generalmente positiva y a veces entusiasta. Más allá de eso...

–Me refería también a la relación que tiene usted con su propia obra, si la concibe como algo llamado en mayor o menor grado a trascender, y por tanto si, por antiguo que suene ya esto, espera usted un poquito de posteridad de su actividad literaria...

–Hombre, cuando te empiezan a incluir en las cosas de los colegios y luego en las universidades y las tesinas y tal, pero sobre todo en la educación general, eso asusta mucho, porque ya te empiezan a incluir entre los clásicos vivos y da yuyu, pero por otro lado también hace ilusión, es evidente. ¿Pero la posteridad? No me atrevo a ir tan lejos. ¿Me gustaría? Claro, mentiría si dijera que no me gustaría ser un escritor de esos que, al menos en su época, significaron algo. Pero en el día a día tengo otras ilusiones. Ahora me acaban de traducir al árabe y me ha hecho una ilusión que me muero. Alcanzar otra lengua es algo que muchas veces no significa ni fama ni dinero, pero abrirte a otro tipo de lectores, a otra gente, abrir esas puertas es bonito y para mí más ilusionante que pensar en abstracciones.

–Bajemos a la tierra, entonces. Es conocida su pasión por el fútbol. Antes parecía que, en ciertos ambientes vamos a llamarlos intelectuales, casi había que pedir perdón por algo así...

–Era como de catetos, ¿no? O de machistas. Coño, que parecía que si te gustaba el fútbol eras de Vox. Que no existía antes, pero bueno, de Falange o algo así. Yo entiendo que el fútbol es tan pesado mediáticamente... A veces no ponen otra cosa en la tele, y además todo se reduce al Madrid y al Barcelona. A mí lo que me gusta es el juego, lo demás es un coñazo. Hasta el punto de que a veces yo mismo pienso que lo lógico sería que el fútbol no le gustase a nadie, pero creo tiene que ver con que hayas jugado o no al fútbol, y si has jugado es difícil que no te enamore.

–¿Jugaba bien usted?

–No era malo.

–¿De qué jugaba?

–De mediapunta, fino, buen regate, no mucho fuelle...

–Típico de mediapunta...

–Sí, el entrenador me gritaba siempre que había que defender más y yo: no, tío, que defiendan estos, coño, que yo tengo que hacer esto otro. No era el fútbol total de ahora, claro, los jugadores no tenían que estar en todo. En aquel momento los que teníamos gol y buen regate gozábamos de ciertos privilegios especiales.

–Ya que ha mencionado a Vox. ¿Cómo contempla el ambiente político actual?

–Joder, culpa mía: para una vez que no me preguntan lo menciono yo [risas]. Pues lo veo, creo, como todos: difuso y confuso. Con dos bloques, uno muy claramente armado o por lo menos más orientado, aunque con un partido como Ciudadanos que está siendo bisagra de sí mismo y no sabe bien aún para dónde va a tirar... Y el otro bloque, que parecía que a lo mejor podría sumar, se encuentra ahora con Podemos en caída libre... Y veo también, con mucho hartazgo, que últimamente todos los partidos están en una precampaña eterna. Por lo visto la nueva política era eso: desde que acaban las elecciones hasta que se celebran las siguientes, todos de precampaña. Y entre medias una moción de censura. En fin, ¿qué te digo? Pues que está la cosita entretenida. Y que me muero por fumar.

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