UNA CONVERSACIÓN EN LA PENUMBRA. Rafael Juárez. Introd. Pablo Jauralde. Renacimiento. Sevilla, 2015. 160 páginas. 12 euros.

Clara, esencial, acogida casi siempre a estructuras métricas cerradas, la poesía de Rafael Juárez señala un camino infrecuente en la lírica española contemporánea, fiel a sí misma en los motivos y en las maneras, sencilla sólo en apariencia y muy alejada tanto de las modas -"he querido que mis poemas fuesen distintos a los del fárrago versolibrista en el que he tenido que desenvolverme", afirma el autor en la nota que abre esta selección- como de la impresión de encorsetamiento que suele asociarse a las fórmulas tradicionales y ha acabado por relegarlas a un lugar marginal, apenas transitado por los poetas relevantes. Juárez lo es al modo discreto de quienes asumen el oficio como una extensión de la vida, sin preocuparse ni poco ni mucho por hacer carrera o sabiendo que esta, bien entendida, no tiene otro objetivo que escribir un puñado de poemas perdurables. Los recogidos en Una conversación en la penumbra, que toma su muy apropiado título de un verso del cubano Eliseo Diego, proceden de los libros Las cosas naturales (1990), Aulaga (1995), La herida (1996), Lo que vale una vida (2001) y Medio siglo (2011), a los que el autor -que ha dejado fuera de la antología su primera entrega, Otra casa (1986)- añade cinco poemas inéditos, entre ellos el que titula el conjunto.

En la valiosa introducción que abre el volumen, cita Pablo Jauralde una acuñación de Juárez, "nueva vida antigua", que procede de uno de los poemas de Las cosas naturales y recogería bien el espíritu que impregna toda su obra, lo que tiene de diálogo con los predecesores -uno de los rasgos destacados es lo que ahora llamamos intertextualidad, el aprovechamiento de las lecturas y los autores predilectos- en el marco de una propuesta personal, que no los emplea como broches decorativos sino como guiños cómplices, insertados con naturalidad en un discurso por lo demás vinculado a la experiencia del momento o a la memoria de lo que fue, permanece en el recuerdo y revive en el verso. En diálogo con la tradición, así pues, pero también con el paisaje o los paisajes familiares, empezando por los de la infancia, los poemas de Juárez -como "poemas al natural" por oposición a los "de estudio", los define él mismo, refiriéndose a la inspiración inmediata- trazan una suerte de autorretrato indirecto donde el sujeto lírico se define por sus impresiones, precisas, transparentes, volcadas en la naturaleza o en la vida cotidiana, asociadas a la serenidad, la incertidumbre o una suave melancolía.

"El único problema de poética que me ha interesado de verdad durante todos estos años ha sido la relación de la poesía con la lengua coloquial, con la lengua de cada día", declara Juárez al comienzo, antes de acogerse al magisterio de Juan de Mairena. El tono íntimo, contenido, nada artificioso de la 'conversación', que aparece modulada en sonetos, décimas, romances o canciones pero no varía en lo fundamental desde los inicios del itinerario, así como el simbolismo implícito de las descripciones, remiten a Antonio Machado, uno de los referentes mayores del poeta. "Los poemas se hacen, o se deberían hacer, para la perennidad, para la memoria", sentenciaba en el preliminar a una recopilación anterior cuyo título -Para siempre (2001)- incide en la misma idea. Aunque nacida como todas de circunstancias particulares, la poesía de Juárez tiene algo intemporal que desprende un aire de clasicismo. Dice el autor que acostumbra componer sus versos mentalmente -"Escribo mientras ando"- y tal vez por ello su obra adquiere, una vez en el papel, ese carácter memorable al que contribuyen los metros regulares o el empleo de la rima, pero también o sobre todo el que en ella hallen cabida, con su característica mezcla de naturalidad y hondura, las machadianas "palabras verdaderas".