'Micropedia'

Ignacio Padilla, la fantasía y el espejo

  • Páginas de Espuma recoge en un cofre los cuentos del autor mexicano, fallecido hace dos años.

  • 'Micropedia', con edición de Jorge Volpi, incluye el libro inédito 'Lo volátil y las fauces'.

Ignacio Padilla, autor de mundos prodigiosos y prosista de estirpe cervantina.

Ignacio Padilla, autor de mundos prodigiosos y prosista de estirpe cervantina. / Lisbeth Salas

La inventiva de Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968 - Querétaro, 2016) alumbraba los prodigios más dispares, y sus obras se ofrecían al lector como fabulosos banquetes ante los que resultaba difícil resistirse. En las páginas de Lo volátil y las fauces, el libro póstumo del autor mexicano, un asombroso bestiario transita por esa senda maravillosa: arañas que causan la desmemoria o murciélagos reclutados para arrojar bombas conviven con hombres que tienen por costumbre devorar pájaros vivos. En uno de los relatos se habla de la Visión Segunda o Vista Otra, "una rara o increíble facultad de ciertas gentes para reparar en lo invisible", un don que sin duda poseía Padilla.

"El suyo es un mundo muy original, un mundo que se inspira primero en García Márquez, luego en Borges, más tarde en la literatura fantástica en general. Y lo interesante es que él, con todas esas referencias, consiguió una obra muy personal, muy suya", valora Jorge Volpi, amigo de Padilla y ahora responsable de la edición de Micropedia, el ambicioso proyecto que reúne los cuentos de un autor que amaba tanto el género que se definía a sí mismo como "físico cuéntico". Un estuche que publica Páginas de Espuma y que a los ya conocidos Las antípodas y el siglo, Los reflejos y la escarcha y El androide y las quimeras suma el inédito Lo volátil y las fauces.

Un bloque que abarca veinte años de trabajo y que Volpi considera, "por su complejidad y su vasta arquitectura", la obra maestra indiscutible de Padilla. Quien se adentre en la Micropedia advertirá además la extraña fidelidad de un creador que siempre tuvo pasión por reconstruir misiones imposibles y perderse en paisajes exóticos y tiempos improbables. "Si uno lee los primeros cuentos y los últimos no se aprecia apenas una evolución, porque el estilo de Nacho ya estaba decantado desde el principio", prosigue Volpi, que recuerda que la narración con la que Padilla ganó un concurso en el bachillerato ya marcaba la estela que seguiría más tarde.

En El héroe del silencio, aquella pieza de su juventud, estaban, sorprendentemente, todos los rasgos que caracterizarían su producción, "un derroche de talento lingüístico que todavía se lee con asombro" o "una imaginación que lo arrastraba del medievo a la ciencia ficción, con su aciaga cuota de fantasmas", argumenta Volpi. ¿Era tan fantasioso y delirante Padilla en la cercanía de la amistad? "Sí", asiente su compañero de la Generación del Crack y hoy su albacea literario. "Todo el tiempo tenía estas anécdotas que llamábamos datos Nachito. Una erudición a veces cierta, a veces falsa, pero que en cualquier caso compartía con una enorme convicción, y que acababa apareciendo en sus historias", evoca con cariño.

Jorge Volpi es el albacea literario de Padilla. Jorge Volpi es el albacea literario de Padilla.

Jorge Volpi es el albacea literario de Padilla. / José Ángel García

La escritora y catedrática Rosa Beltrán, una de las voces que participa en el Homenaje a Ignacio Padilla. De monstruos, dobles, autómatas y quimeras que incluye el cofre de Micropedia, señala que Padilla "insistía una y otra vez" en una idea, que lo fantástico era "por definición lo subversivo. Es revolucionario, porque nos obliga a entender y entendernos desde otra forma de pensamiento. No siempre o casi nunca, una que nos complazca", sostiene. "Creo que la realidad le parecía demasiado anodina, demasiado corta", añade Volpi a esta teoría, "y necesitaba fabularla, reinventarla en esos mundos dislocados, enloquecidos, para tratar de encontrarle sentido".

En Apuntes de balística, uno de los cuentos de Las antípodas y el siglo, dos hombres armados que se apuntan y que por tanto son enemigos podrían verse, en realidad, el uno al otro como su imagen en el epejo. Por muy irreal que fuese la historia, Padilla siempre se servía de lo ilusorio para llegar a una suerte de identificación. Para Edmundo Paz Soldán, el narrador elegía las criaturas más insospechadas porque a través de ellas entendía mejor, paradójicamente, la naturaleza humana. "Las muñecas parlantes, los androides, los robots, los autómatas, son creaciones nuestras a través de las cuales nos escondemos para descubrirnos", afirma el autor de Billie Ruth y Las visiones.

"En su vida también tenía esa erudición, esa fantasía", recuerda Volpi de su amigo

Fernando Iwasaki, que también se despide de Padilla en esta edición de Micropedia, apunta que el mexicano "le concedió a sus cuentos una misión pedagógica: volver a la humanitas, reivindicar el conocimiento", expone. Sin embargo, esa "fastuosa" erudición jamás resultaba "pedante e impostada". Volpi cree que a esta circunstancia ayudaba "ese sentido del humor que Nacho tenía: muy peculiar, a veces negro, pero siempre sutil", con ocurrencias tan brillantes como la biografía de un pintor, Cornelius Max, obsesionado con los macacos que propone en su cuadro Monos como críticos de arte una "diatriba célebre contra la academia".

Padilla, que entre sus muchos galardones recibió en Sevilla el Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos por su ensayo Cervantes en los infiernos, encontró en el autor del Quijote la mayor inspiración para sus textos, a los que dotaba de un lenguaje de extraordinaria riqueza. "Se obsesionó con el Siglo de Oro y con Cervantes, y siempre buscó el modo de reelaborar esa prosa", opina Volpi sobre un estilista al que Alberto Chimal llama "el último de nuestros grandes barrocos". No obstante, según se cuenta, el oído de Padilla no se limitaba al pasado: estaba atento a la evolución del castellano y, como miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, el autor aportaba constantes innovaciones.

De su excepcional talento se esperan aún nuevos frutos, pese a que hace ya dos años que murió. "Estaba trabajando en dos novelas y una de ellas estaba básicamente terminada. Pronto se estará hablando de ella", dice Volpi, que tenía en un amigo como Padilla "un espejo en quien te reflejas y contrastas", afirma. "Sin Nacho", concluye, "me resulta más arduo saber quién soy".

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