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Mensajes del Ultramundo

El nombre completo de este irlandés excepcional, nombre que podríamos añadir al del novelista Bram Stoker en cuanto a su intimidad literaria con el Ultramundo, es el de Joseph Thomas Sheridan Le Fanu. Hay que señalar, en beneficio de Le Fanu, que su aproximación a la figura del vampiro es anterior en varias décadas al célebre arquetipo de Stoker. Cosa que también cabría aducir en favor de Polidori, el médico y amigo de Lord Byron, cuando en el verano de 1816 (año en que la erupción del Tambora llegó a Occidente y sumió a Europa en una oscuridad abracadabrante, umbría y apocalíptica), Polidori idea una forma de vampirismo que nace en paralelo a la terrible orfandad de la criatura de Victor Frankenstein. Existe, sin embargo, una distinción que opera en su favor, así como del saber antropológico de aquella hora: el vampiro de Le Fanu, como luego el de Stevenson y el de Maupassant, es un vampiro femenino, cuya voracidad se abre sobre cierto erotismo necrófilo que distinguirá los amenes del XIX y los primeros del XX, y que alcanza a la pintura de Munch.

No se trata, en cualquier caso, de una colección de relatos vampíricos lo que se recoge en volumen. Volumen cuyo título alberga, bajo el rubro de una de sus piezas (El pacto de sir Dominick), una breve muestra de relatos preternaturales, donde su originalidad marcha en paralelo -océano de por medio- a la literatura de Hawthorne. Me refiero a la irresolución con que Le Fanu desplaza, más allá del Mal o más acá del Bien, a sus lectores. No hay en Le Fanu una fuerza maligna a la que atribuir las desgracias y tribulaciones de sus personajes. Se trata, más modernamente, de una presencia formidable, de un aciago poder, del que ignoramos tanto su intención como su origen. ¿Son potencias ultraterrestres las que encaminan hacia la perdición a los protagonistas de este volumen? En la mayoría de los casos, dicho enigma permanecerá irresuelto. Lo cual no obsta para que una profunda inquietud, cercana a la que ideará Lovecraft, sobrecoja al hombre positivista y confiado, al librepensador que habita y coloniza el siglo XIX.

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