Bibliotecas imaginarias | Crítica

Memoria del olvido

  • Acantilado publica 'Bibliotecas imaginarias', de Mario Satz, un estupendo breviario sobre el la frágil y dilatada curiosidad humana

Imagen del escritor hispano-argentino Mario Satz

Imagen del escritor hispano-argentino Mario Satz

Es Emilio Lledó, en El surco del tiempo, quien nos recuerda algo tan obvio como postergado: la literatura oral, aquella que practicó la ceguera insomne de Homero, fuera quien fuese este fantasma, es una literatura de la memoria, que se reitera y encabalga en el ritmo. La literatura escrita, sin embargo, ya cuenta con la eficacia del olvido. Digamos que ya conoce la consunción y la muerte, la ingratitud y la llama. Estas Bibliotecas imaginarias de Satz son, en buena medida, una figuración expresa del tal condena. Con un añadido determinante: las letras no son una forma de salvación; las letras, el hombre de letras, también puede apetecer la oscuridad y ser parte de ella.

Las 'Bibliotecas imaginarias' de Satz no excluyen la contradicción ni el misterio

La belleza que encierran estas páginas (páginas, repito, que no ignoran el mal, sino que lo perimetran, lo enuncian o lo expresan), no es tanto su pericia fabuladora, como la extraordinaria realidad que evocan. Los hombres y las bibliotecas que por aquí asoman son, en su mayoría, reales. Ya sean las grandes bibliotecas de la Antigüedad o alguna misteriosa biblioteca dieciochesca en Praga. Están también, como resulta lógico, los escribas egipcios o jerosolimitanos, los miniaturistas de uno y otro lado del Canal, las traducciones toledanas, la limpia e indescifrable caligrafía oriental. Quiere decirse, pues, que estas bibliotecas de Satz son un resumen, un sucinto breviario, de la cultura humana. Una cultura, en sus largas y contradictorias manifestaciones, que no excluye, en modo alguno, el misterio. El mismo inquisidor Landa que aquí aparece quemando ídolos, es quien salvará para siempre el idioma y la memoria de los mayas. De la secular persecución de los judíos, tan presente en el libro, resultará un fértil espejismo caligráfico.

Cada lector tiene sus bibliotecas predilectas, de modo que unos echarán en falta la biblioteca de Maquiavelo, otros la borgiana biblioteca de Hernando Colón, que contenía no solo una imagen del mundo, sino su índice bibliográfico, y otros más aquella biblioteca de Pompeya, cuyos papiros consiguió desplegar la pericia del padre Piaggio. También, cómo no, las bibliotecas que la Roma del Renacimiento se hizo traer desde la vieja Grecia. Cada cual, repito, tiene sus nostalgias y predilecciones, pero todas se hallan representadas, de modo suficiente, en estas Bibliotecas imaginarias de Satz. Bibliotecas cuyo calificativo, “imaginarias”, no responde tanto a su carácter de irreales (ya hemos dicho que no lo son, en gran parte), como a su natural capacidad evocativa, a aquellos placeres de la imaginación de los que hablaba Addison y que son la volátil argamasa de la que se hace y rehace, constantemente, obstinadamente, el hombre.

Son, pues, historias de violencia, de piedad, de clarividencia, de amor y de infortunio, las que aquí se recogen con admirable brevedad y un raro talento para lo conciso. Ya habíamos hablado aquí de Satz, a cuenta de sus Pequeños paraísos. Hoy volvemos a hacerlo para estos otros edenes, las bibliotecas, a un tiempo padres e hijos de la inquietud humana.

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