Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido | Crítica

El alma del mundo

  • 'Alexander von Humboldt. El anhelo por lo desconocido', de la escritora británica Maren Meinhardt, es una estupenda semblanza sobre una figura crepuscular: la figura del sabio ilustrado, que languidecerá en el XIX

Reproducción parcial del retrato de Alexander von Humboldt realizado por Friedrich Georg Weitsch (1806).

Reproducción parcial del retrato de Alexander von Humboldt realizado por Friedrich Georg Weitsch (1806).

Vistos desde hoy, los logros científicos de Humboldt son mucho menores que su fama. Esto mismo podríamos aplicarlo a uno de sus más duraderos amigos, Johann Wolfgang von Goethe, cuya teoría del color tiene un interés mayúsculo, pero externo o paralelo a la ciencia: bien como episodio de la Historia del conocimiento, bien como vestigio cultural, que nos dirige a la formación científica del Consejero Von Goethe y a sus prejuicios artísticos.

Lo cierto, sin embargo, es que estos hijos tardíos de la Aufklärung atravesaron su siglo seguidos por una enorme expectación, que era también la expectación ante lo desconocido y lo asombroso. Pero con un matiz que instruye para siempre al mundo contemporáneo: toda esta expectación, todo ese misterio, cabía desvelarlo mediante el conocimiento ordenado, mediante la inspección lógica del universo, y no a través de una sutil revelación de carácter místico, como propondrán, más tarde, tanto el Romanticismo como el Simbolismo.

Ahí es donde debemos situar a este Von Humboldt, surgido de la adusta Prusia, pero cuyas ensoñaciones venían prefiguradas por aquel viejo adagio latino, repetido por Kant, sapere aude, atrévete a saber, con que termina su Qué es la Ilustración. También en esa encrucijada, dramática y determinante, donde Alemania hubo de escoger entre las Lumières que Napoleón traía entre sus cañones, y el mero y urgente patriotismo.

Safranski situaba ahí, en esa espectación seguida del desánimo, el origen de las novelas de misterio, nutridas de conspiraciones. Y junto a ello, la cristalización definitiva de la espiritualidad romántica. El hecho, el hecho cierto, es que Humboldt fue un extraordinario dilettanti, cuyos conocimientos de botánica y geología le fueron otorgando una creciente fama, hasta convertirlo en una figura de relieve mundial, debido a sus apreciaciones sobre la América española, a la que llegó en el último año del siglo XVIII, gracias a los amplios permisos otorgados por Carlos IV, y cuyo fruto inacabado sería su ambiciosa obra Cosmos.

Esta evolución biográfica e intelectual es la que recoge aquí, con detalle, la escritora Maren Meinhardt, que demuestra un conocimiento preciso de ambos aspectos: tanto de la peripecia vital de Von Humboldt (aventurándose a proponer una probable bisexualidad del sabio), como el sustrato ideológico y la realidad política que modelaron, en buena medida, su figura.

Humboldt fue un extraordinario dilettanti, cuyos conocimientos de botánica y geología lo convirtieron en una figura de relieve mundial

Dicho sustrato ideológico comporta, por otro lado, una ambición de totalidad, la suposición de un espíritu del mundo, que se irá diluyendo conforme la ciencia retraiga los dominios del arte a unos límites más estrechos. Pero implica, en primer término, que Humboldt, como heredero de la Ilustración, aún se cree capaz de albergar una completa comprensión del cosmos. Como sabemos, la creciente complejidad de las ciencias vendría acompañada de la figura del especialista. Y es dicha especialización la que implicará, necesariamente, la evaporación de aquel anima mundi que Humboldt buscaba, junto a los poetas lacustres y el primer Romanticismo, bajo la variedad de los fenómenos y y el número de las especies que pueblan el orbe.

Quiere decirse que el retrato que firma Maren Meinhardt, escrito a la manera inglesa, esto es, al modo narrativo, es el retrato de un hombre de ciencias. O para ser más precisos, de un hombre que aún vive el espejismo de una unidad esencial entre Arte, Naturaleza y Ciencia, formulada ya por Da Vinci, y que en Humboldt muestra ya su ambición errada y prometeica.

Es esta ambición de totalidad la que convierte a Humboldt en un hijo del Aufklarüng; pero es aquel espíritu del mundo el que lo incluye entre los leales hijos de la oscuridad romántica. En ambos casos, la Naturaleza es una pieza homogénea, acaso desmontable, pero unitaria, cuyo misterio quizá se halle a nuestro alcance. Sin embargo, su siglo no tardará en saber que esa visión no era inatacable. Desde su observatorio de Bath, Herschel había postulado ya la posibilidad de infinitas galaxias orbitando sobre un vacío infinito. Y Laplace consideraba a la Divinidad como una hipótesis prescindible.

Ese alma de la Naturaleza que intuye Humboldt es el penúltimo rastro de lo sacro, de lo transcendente, en el pensamiento contemporáneo. El último vendría con la política en forma de sueño de las masas, en forma de utopía y Apocalipsis.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios