Juan Manuel de Prada | Escritor

"Todas las prioridades que elegimos en lugar del amor esconden una frustración"

  • El autor publica 'Lucía en la noche', una novela de amor, intriga y espionaje en la que nada es lo que parece y con la que la que se propuso recuperar "el aroma clásico" de la literatura de género

El escritor Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970).

El escritor Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970). / José Ángel García

Dijo Chesterton que él se hizo católico para liberarse de la degradante esclavitud de ser un hijo de su tiempo. La frase le encanta a Juan Manuel de Prada, que la usa a menudo, y ya sabemos que las citas son como nítidos espejos en los que nos reconocemos. Este autor que a veces casi ejerce de antisistema con su orgullosa conjugación del pensamiento reaccionario regresa con Lucía en la noche, una novela de amor, intriga y espionaje con el terrorismo islámico de fondo (el término thriller está vedado con él), en la que recupera a Alejandro Ballesteros, el personaje que creó para su libro anterior, Mirlo blanco, cisne negro, con el que dio por finiquitada una larga y "autodestructiva" etapa de sequía creativa.

No se sabe si por pereza o por una cuestión de coherencia interna con su propio personaje –el escritor fin de raza–, esta obra publicada por Espasa la escribió a mano, como todas las anteriores, dejándose llevar por los arrebatos de fluidez, y luego le endosó los folios a su padre, que los pasó al ordenador, donde ya el hijo podó de aquí y allá y le dio forma. Durante la entrevista no deja de mirar de soslayo la hora en su móvil, porque debe coger el AVE y tiene ya poco margen. El tiempo se echa encima de tal modo que contesta las últimas preguntas mientras le hacen las fotos. "Me gustan las personas que no son fáciles de catalogar, las que se quedan en los márgenes. Porque esa gente que se queda fuera de foco siempre será más interesante que la gente que vive para ellos, pendiente de posar para la galería, como yo ahora mismo que estoy pendiente del fotógrafo, ¿me entiendes?", dice desviando un segundo la mirada hacia nosotros con una leve sonrisilla zumbona, para irse casi inmediatamente a la carrera, tras un imaginario redoble de tambor y golpe de platillo. Y nos acordamos inevitablemente de aquel efervescente De Prada surfeando la ola de su estrellato noventero, cuando con 26 años ganó el Planeta (que aún era otro Planeta) con su segundo libro, La tempestad.

Lucía en la noche tiene elementos diferentes a Mirlo blanco, cisne negro, pero con el nexo de Alejandro Ballesteros. ¿Diría que está construyendo un nuevo ciclo narrativo en su obra?

–No, no, no lo veo así, sería excesivamente presuntuoso por mi parte. Aunque es verdad que a medida que me voy haciendo viejo siento cada vez más la necesidad de contar las historias desde una perspectiva que tenga que ver conmigo. Alejandro no es que sea yo, pero es evidente que tiene algunos rasgos míos. En todo caso, Mirlo blanco... era una novela confesional, en el sentido de que su tema es la vocación literaria y las relaciones entre maestros y discípulos, mientras que ésta es una novela en la que, más allá de que el protagonista pueda compartir conmigo una experiencia vital semejante, la historia propiamente dicha es totalmente imaginaria.

–Hay algo de juego con los géneros populares en la novela...

–Siempre me ha gustado la literatura de género. De chaval disfruté mucho con los grandes clásicos de la novela de aventuras, de misterio, de terror. Pero con los llamados ahora thrillers yo no soy capaz de disfrutar porque no hay un cuidado de la palabra. Es una literatura de batalla que ni siquiera es literatura muchas veces.

–Y muy mimética además...

–Sí, son todas iguales. Siempre con conspiraciones, grandes complots financieros, piratería informática que no falte... Y lo que a mí más me gusta de las historias clásicas es que el misterio nacía de una persona, que podía ser un agente secreto o un archivillano, cualquier cosa, pero el misterio nacía de una persona, y esto es lo que echo en falta ahora ante tanto libro burdo. Por eso me propuse escribir una novela de misterio que recuperara ese aroma clásico que hoy ya no se lleva.

"Me molesta el ensimismamiento de la autoficción, que además ha entrado en una necrosis por hipertrofia"

–En sus dos últimas novelas hay evidentes resonancias biográficas como usted reconoce, pero lejos de la llamada autoficción, que usted detesta según creo. ¿Qué visión del mundo encuentra en esa fórmula narrativa que tanto le desagrada?

–Bueno, veo mucho yoísmo. Y creo en la literatura del yo, sabes, pero en ese tipo de literatura veo un yoísmo desaforado, historias que tienen mucho interés para el señor que las cuenta principal y casi únicamente. Hay un ensimismamiento en pensar que la historia de tu abuelito, que fue jefe de la Falange y todo eso, o aquel episodio de tu infancia, o aquel personaje que conociste un verano en no sé dónde es lo más importante del mundo. Me molesta esa conciencia pequeñoburguesa. Ese género no me interesa nada y además creo que ha entrado en una especie de necrosis por hipertrofia. Sí que creo en la transferencia del escritor en su obra, el escritor se tiene que ver palpablemente, pero tras un proceso de cierta sublimación. Ya decía Ruano aquello de que todo lo que no es autobiografía, es plagio. Todos necesitamos nutrir nuestra literatura de nuestra experiencia, pero ponerla en primer término me parece demasié.

–El amor tiene una gran importancia en la novela. ¿Y en su vida? Puede parecerle una pregunta tonta, y tal vez lo sea, pero es que conozco a gente que afirma tener otras prioridades, por ejemplo su carrera profesional...

–Eso será lo que ellos se creen, que le dan prioridad al trabajo. Pero en realidad todas las prioridades que elegimos en lugar del amor esconden una frustración. El éxito profesional, el dinero, incluso la búsqueda de salud, ahora que la gente ha enloquecido y hay muchos que no saben vivir fuera del gimnasio o del quirófano, no son más que subterfugios que tratan de exorcizar el miedo a la muerte, cuando el único antídoto es el amor. Naturalmente, el amor tiene muchas expresiones pero la realidad es que lo único que hace soportable esta vida es amar y ser amado, y quienes hemos vivido parte de nuestra vida sin amor, o sin el amor que buscábamos, sabemos el infierno que supone.

–¿Se siente usted un fenómeno extraliterario?

–No, no, no. Yo soy un escritor. Dedico todos mis esfuerzos a mi trabajo. Que la gente me vea como un personaje no deja de ser una percepción externa. Ciertos escritores han tenido que arrastrar ese tipo de percepción. Los que fueron mis maestros, por ejemplo, Cela o Umbral, pero también Unamuno o Valle-Inclán, eran personajes. Después de todo, quienes te perciben como un personaje o quienes te caricaturizan para intentar denigrarte no se dan cuenta de que están contribuyendo a tu mito. Con lo cual yo esto lo saludo con alborozo.

"Quien te caricaturiza para intentar denigrarte en realidad contribuye a tu mito, con lo cual yo eso lo vivo con alborozo"

–Se lo preguntaba en parte porque detecto que hay en los últimos tiempos muchos modernos que reivindican su obra con ardor y alaban su perfil de figura inclasificable ideológicamente y a contracorriente incluso para cierta derecha que se dice liberal. ¿Siente que ha conectado con un nuevo público?

–No lo sé, pero dése cuenta de que yo llevo ya casi 25 años viviendo profesionalmente de la literatura. Más allá de que haya opiniones para todos los gustos, es natural que haya gente que valore tu trabajo a lo largo del tiempo, que piense joder, este tío va en serio, ha publicado más de 20 libros. Por lo demás no tengo una especial percepción de ser mejor valorado, o valorado de otra forma. Desde luego es innegable que a mí se me ha estigmatizado por razones diversas, fundamentalmente por ser católico. En España, que es o ha sido el país más católico del mundo, de repente a la gente le ha dado por pensar que si eres católico eres un meapilas, un chupacirios, que tu opinión está absolutamente ofuscada por no sé qué, ¿no? Y para mí mi fe religiosa es una manera de indagar la realidad y de analizarla racionalmente. Entonces es posible que pese a esos tópicos enquistados mucha gente se haya asomado a mi obra y haya dicho oye, pues éste no es el teleñeco grotesco que nos habían trazado. En cualquier caso el escritor debe tener una trayectoria rectilínea, no dejarse atosigar ni envenenar por los juicios externos que su obra genere. Hay que elegir un camino y perseverar, y con el tiempo las cosas se van decantando. Fíjese, muchos me denigraron en algunos momentos de mi carrera y ahora quién los recuerda: nadie. Se han extinguido en los pasadizos del olvido.

–Un amigo mío dice que, para un escritor, más dramático que no escribir un buen libro es escribir el mejor demasiado pronto, al principio. ¿Le pasó eso a usted?

–Hombre, el éxito es muy destructivo para el escritor porque rompe tus hábitos, tu disciplina, tu vida interior, te estruja, te exprime, te utiliza. Eres adulado, eres jaleado, eres paseado. Y todo esto aniquila el caldo de cultivo del que se nutre toda obra, que es la paz interior, la meditación, vivir una vida clara. Digamos que fue bueno porque me permitió vivir de la literatura desde muy joven, pero también resultó arrasador. Me costó digerirlo, pero bueno, lo digerí.

–Una vez dentro de la rueda del negocio, ¿ha escrito usted siempre lo que quería escribir o a veces lo que le han dejado?

–Diría que sí. En mi obra literaria, sin duda. Nunca he escrito una obra de encargo. Y no tengo nada contra las obras de encargo, ojo, en todo caso contra quienes encargan. Aunque claro, hace unos siglos los que encargaban, encargaban sinfonías a Mozart, cuidado. El problema es que hoy quien encarga es una marca de cerveza que quiere a lo mejor una cancioncilla absurda. En mi obra periodística, sí he de decir que cuando era joven, en aquellos años del éxito, compadreé más de la cuenta, pero ya hace años que decidí que no iba a hacer más concesiones y que escribiría siempre lo que pensase, y así lo hago.

"Vox está sometido a la incorrección política, que es la burricie empoderada: a ver quién dice la cosa más bruta"

–Vivió usted unos años de auténtico furor como tertuliano televisivo y luego se arrepintió. ¿En qué medida todos esos Sálvame con coartada política contribuyen al hooliganismo y a la simplificación a veces atroz de los debates públicos?

–Total, creo que total. La televisión se está degenerando muy rápidamente. Ya no puedes exponer una sola idea, pese a que la televisión podría ser un vehículo formidable para hacer una labor divulgativa y formativa. Pero eso hoy es imposible porque está totalmente aprisionada por las audiencias, los cebos de sensacionalismo burdo, las consignas esquemáticas... Me da pena porque es un medio que me gusta y creo que además tengo vis televisiva, fíjese... Pero es imposible. El esquematismo es demoledor. Y deberíamos tener mucho cuidado, porque la gente se está fanatizando, también por la simplificación de los mensajes en las redes sociales. La única manera de que los pueblos se liberen de cualquier forma de tiranía es que aprendan a discernir las realidades complejas en las que vivimos. Y los medios de comunicación, especialmente la televisión pero también todos los demás, están cada vez más interesados en que las versiones esquemáticas se impongan.

–Publicó su libro Coños en 1995. ¿Habría tenido hoy más problemas para publicar un libro de ese tipo?

–Ese libro sería hoy impublicable. ¡Me montarían una ordalía! Lo cual es trágico porque Coños es un libro eminentemente lúdico, muy literario, poético, surrealista... Pero se está imponiendo un nuevo puritanismo, que esta vez no es de raíz religiosa, sino ideológica. Aunque bueno, las ideologías no dejan de ser sucedáneos religiosos.

–No me irá a decir que también usted cree que el feminismo es eso que algunos ahora llaman "ideología de género"...

–No. Son cosas distintas. Pero es verdad que hoy están muy unidas. Hay teorías de género que sostienen que los seres humanos desempeñamos roles sociales, establecidos por la cultura, y que esos roles son intercambiables porque la naturaleza la podemos recomponer como un transformer. Eso es evidentemente una ideología, en el sentido de que son ideas o superestructuras mentales que se imponen sobre la observación de la realidad. Ocurre que yo sí creo que hay una naturaleza humana diferenciada, por lo que no creo que uno se pueda desprender de los llamados roles culturales así como así.

Juan Manuel de Prada, en un hotel de Sevilla durante la entrevista. Juan Manuel de Prada, en un hotel de Sevilla durante la entrevista.

Juan Manuel de Prada, en un hotel de Sevilla durante la entrevista. / José Ángel García

–¿Cómo valora la gestión de la Iglesia de los graves y prolongados casos de abusos sexuales en sus instituciones?

–La reacción me parece tardía e inconsistente, y además no va a la raíz del problema, que es tener muy claro cuáles son las posibilidades reales que un hombre tiene de ser célibe y bajo qué condiciones. Diría que es bienintencionada, indudablemente, pero con un componente muy insatisfactorio.

–¿Qué recorrido y qué impacto real cree que puede tener la irrupción de Vox en la política y en la sociedad españolas?

–El que sus dirigentes quieran, supongo. El problema que le veo a Vox es que sus mensajes son burdos, se está conformando con lanzar eslóganes. Y otro problema es su sumisión a lo políticamente incorrecto, cuando la incorrección política simplemente es la burricie empoderada: venga, a ver quién es el que dice la cosa más bruta. Y ocurre que las realidades son muy complejas, por lo que no admiten soluciones fáciles ni testiculares, y en las soluciones que propone Vox noto un esquematismo que es pan para hoy y hambre para mañana. Al final ese esquematismo genera melancolía y desilusión, porque si lo que prometes no se realiza... El caso de Podemos me parece paradigmático en este sentido.

–Muchos han interpretado el surgimiento de Vox como reacción a Podemos, además de al independentismo catalán como es evidente. ¿Aprecia usted también ese movimiento sociológico más o menos pendular?

–Bueno, Podemos tuvo alguna posibilidad de ser transversal, porque a pesar de todas las campañas de desprestigio y demonización que se le hicieron, había gente dentro del partido de muy diversas posiciones ideológicas. Era fácil simpatizar con muchas cosas de Podemos, la verdad. Su hundimiento ha sido un fenómeno vertiginoso, cómo se puede pasar de la ilusión máxima a esto en tan poco tiempo... En ese aspecto también creo que es un signo de lo que está ocurriendo en estos días, del malestar de la democracia. Todas estas exaltaciones seguidas de depresiones tan fuertes creo que son claros síntomas de debilidad de la democracia en estos días.

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