Literatura

Javier Egea: un temblor en la poesía española

  • La lúcida, comprometida y esperanzadora obra del escritor granadino sigue vigente 20 años después de su muerte el 29 de julio de 1999

El poeta granadino Javier Egea (1952-1999).

El poeta granadino Javier Egea (1952-1999). / D. S.

Javier Egea decidía poner fin a su vida un 29 de julio de 1999. Dejaba en tierra una obra lúcida, comprometida, esperanzadora y contra el capital, abrazada a la cotidianidad, al mar, a la ciudad, al amor. Sus musas, "de carne y hueso", eran "personas que van al trabajo, que sufren, que están explotadas, que tienen nombre de mujer y de hombre de la calle", dijo el mismo Egea. Un temblor en la poesía española que dos décadas después de su muerte sigue sacudiendo el ánimo y los principios de quienes lo (re)descubren.

Su hermano, Juan Bautista Egea, lo recuerda como "un niño precoz para todo". "Él ya escribía poemas con 12 años. Yo también lo hacía y había cierta rivalidad. Luego éramos uña y carne. Su madurez intelectual y su manera de escribir siempre estuvieron por encima de su edad", destaca. ¿Por qué se acabó dedicando a la literatura? "Él simplemente tenía la necesidad de escribir", afirma.

El autor de Troppo mare publicó su primer poema con 17 años en la revista universitaria Tragaluz, en cuyo consejo editorial tenía un lugar privilegiado Álvaro Salvador. "Nos conocimos en la primavera de 1969. Yo era amigo de su hermana Mari Carmen. Se acercó para decirme que escribía, que si le podía publicar unos poemas en la revista. Y me gustaron mucho. De hecho, los guardo todavía. Al resto del consejo de redacción no le gustó tanto", cuenta entre risas el doctor en Filología Románica por la Universidad de Granada.

Luis García Montero, Teresa Gómez, Ángeles Mora y Javier Egea en un recital en el bar La Tertulia de Granada Luis García Montero, Teresa Gómez, Ángeles Mora y Javier Egea en un recital en el bar La Tertulia de Granada

Luis García Montero, Teresa Gómez, Ángeles Mora y Javier Egea en un recital en el bar La Tertulia de Granada / D. S.

A principios de los 80, Javier Egea, Álvaro Salvador y Luis García Montero coincidieron en la Facultad de Filosofía y Letras, donde daba clase el catedrático de Literatura Juan Carlos Rodríguez, una de las figuras más relevantes del pensamiento marxista español. "En esa época empezamos a vernos mucho los tres. Hablábamos de poesía, de esa cuestión que pusimos en marcha con la otra sentimentalidad, una poesía más acorde a los tiempos que corrían, los de la Transición, un momento muy vivo a nivel social y político. Juan Carlos Rodríguez era el que nos orientaba a nivel teórico. La cuestión política nos interesaba. Coincidíamos en reuniones, mítines y manifestaciones. Fue una época agitada. También nos reuníamos para divertirnos. Íbamos mucho al bar La Tertulia", rememora Salvador.

La escritora Teresa Gómez, adscrita a la corriente poética de la otra sentimentalidad, recuerda aquella época como "un hervidero de experiencias que se desarrollaban entre la Facultad de Letras y su sucursal vital, La Tertulia". La cordobesa Ángeles Mora, Premio Nacional de Literatura, también se vio envuelta en el ambiente de la también llamada poesía de la experiencia. "Empecé a escribir también queriéndole dar a mi poesía ese sentido, es decir, tratar de escribir una poesía materialista. El materialismo es el deseo de cambiar de sitio las cosas mentalmente; es igualdad, es decir no a la explotación, defender un mundo más justo. Eso lo quisimos hacer a través de los poemas", cuenta la autora en referencia al movimiento literario impulsado por Montero, Egea y Salvador en 1983.

Rafael Alberti, Javier Egea y Luis Muñoz, en Granada en 1985. Rafael Alberti, Javier  Egea  y Luis Muñoz, en Granada en 1985.

Rafael Alberti, Javier Egea y Luis Muñoz, en Granada en 1985. / D. S.

La conciencia ideológica de Egea despierta en Troppo mare (1984) y con ella la de la fuerza de la colectividad. El poeta lo explicaba así en una entrevista para TVE: "Intento demostrar que el paisaje interior y exterior siempre están relacionados, eso que llaman sentimientos íntimos no se pueden entender si no están chocando con los sentimientos colectivos". El término que mejor explica esta concepción de la poesía es el de radical historicidad, una idea acuñada por Juan Carlos Rodríguez y que viene a decir que la literatura es un producto del sujeto, y éste no es otra cosa que producto de la historia.

En la presentación de Troppo mare en Granada en noviembre de 1980, Rodríguez definió a Egea como "un poeta situado en un horizonte materialista, un poeta otro. Que no se mueve ya en la consciencia de que la palabra no es nunca inocente, que la poesía es siempre ideológica, que la ideología es siempre inconsciente y que el inconsciente no hace otra cosa que trabajarnos y producirnos como explotación y muerte".

El autor escribió este poemario recién salido de una ruptura en la Isleta del Moro (Almería), "un precioso pueblo por la costa almeriense que tiene unas 15 casas y una cala de pescadores. No está ni señalizado". Su hermano le puso en la pista del idílico retiro en mayo de 1980 y lo acabó llevando en coche –una semana más tarde, le acabaría llevando ropa y libros, entre ellos Teoría de la expresión poética de Carlos Bousoño, a la pensión donde se hospedaría un par de meses–. El poeta quedó "maravillado" por las playas vírgenes y cristalinas del paraje natural.

Javier Egea, Luis García Montero, María José Lara y Mariano Maresca, en el estudio del pintor Juan Vida. Javier Egea, Luis García Montero, María José Lara y Mariano Maresca, en el estudio del pintor Juan Vida.

Javier Egea, Luis García Montero, María José Lara y Mariano Maresca, en el estudio del pintor Juan Vida. / D. S.

"La visita a aquel lugar me había llevado a mí mismo a una transformación interior. Es un lugar mágico. Tiene algo especial, una energía positiva muy poderosa. Aquel dios del mar lo captó y dejó de beber. Fue el periodo más fructífero de su carrera literaria. Si hubiera durado aquello, se hubiera convertido en el número uno", aventura el hermano de Egea, que habla abiertamente de la adicción al alcohol del poeta, una enfermedad que marcó para siempre su vida: "En aquella época bebíamos todos demasiado. Conspirábamos contra Franco en los bares. Imagínate. Algunos más jóvenes o débiles físicamente que se iniciaban tan pronto en la bebida les hacía daño. No podía culparlo. Tenía una enfermedad".

El alcoholismo y las contradicciones que habitaban en él, como haber nacido en el seno de una familia acomodada y erigirse un defensor del comunismo en la adultez, no impidieron su desarrollo como poeta. Él pasó largas horas escribiendo, atendiendo a su oficio de escritor, tomándoselo en serio. Su genio, creatividad y trabajo se materializó en una obra atemporal, vitalista y necesaria en tiempos de neoliberalismo salvaje.

El poeta con Juan de Loxa y José Heredia Maya a finales de los años 70. El poeta con Juan de Loxa y José Heredia Maya a finales de los años 70.

El poeta con Juan de Loxa y José Heredia Maya a finales de los años 70. / D. S.

Veinte años después de su muerte, la vigencia de su obra es total. "Al tocar temas universales como el poder, la libertad, la esperanza y el compromiso político, no envejece. Es un poeta verdadero. Su figura respira verdad vital y literaria. Algo así como lo que le ocurre a poetas consagrados como Antonio Machado", sostiene el investigador literario Jairo García Jaramillo, autor de Javier Egea: la búsqueda de una poesía materialista.

"Su mensaje revolucionario, transformador y hasta filosófico no es apto para todos los públicos. Su poesía luchaba contra un estado de cosas. Su poesía no se podía domesticar. Su poesía tambalea tus principios y hace que te los cuestiones", continúa uno de los mayores expertos en la obra del poeta, que a día de hoy se sigue sorprendiendo por el "compromiso doble" de Egea: su compromiso con un mensaje, un compromiso político, y un compromiso con la palabra, la estética. "Él nunca renunció a ser poeta, a manejar las palabras, el estilo, a la técnica de la poesía. En esto fue insuperable. Su mensaje, con una carga política muy importante, fue fundamental en un momento como la Transición y los primeros años de la democracia", recalca Jaramillo.

Sus seres queridos lo definen como una persona auténtica, curiosa, con un gran sentido del humor y generosa con las cosas que de verdad importan. "No aceptaba nada que fuese contra sus principios. Aunque fuera una cuestión de diplomacia. A veces, Luis [García Montero] y yo le regañábamos porque había que ser más diplomático o no ser tan agresivo con la gente que pensaba de otra manera", reconoce Salvador, amigo íntimo y compañero infatigable de aventuras.

Egea también era muy exigente y ambicioso. "Le costaba transigir consigo mismo. Si no tenía la repercusión que él creía que debía de tener se molestaba. Tenía poca paciencia en ese sentido. No era consciente de la trascendencia de su poesía. Hoy sería distinto. Los medios que tenemos te hacen ver con más rapidez aquello", reflexiona el escritor, quien opina que Egea "sabía manejar muy bien las palabras para provocar emociones". Como escribió un día el poeta, "es posible que no nos conociéramos / aunque fuimos viviendo el mismo frío, / la misma explotación, / el mismo compromiso de seguir adelante / a pesar del dolor".

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