Los amnésicos | Crítica

Una historia de Europa

  • La autora de 'Los amnésicos' retrata el pormenor familiar, tanto en Alemania como en Francia, de un oprobio moderno: la colaboración masiva de la población con el Reich milenario y el régimen de Vichy

Imagen de la periodista franco-germana Géraldine Schwarz

Imagen de la periodista franco-germana Géraldine Schwarz

Los amnésicos, obra de la periodista francogermana Géraldine Schwarz, ha recibido numerosos premios -entre los cuales cabe señalar el Premio al libro europeo 2018-, y hemos de decir que merecidamente. A nadie se le escapa, por otra parte, que el contenido del presente ensayo no ofrece novedad alguna, salvo el modo en que la autora ha querido presentar los hechos.

¿Cuál es este contenido de Los amnésicos, en apariencia archisabido? La colaboración masiva de los alemanes en el Reich, y la intervención, no exenta de entusiasmo, con que los franceses se uncieron al régimen de Vichy, y a la propia invasión de su país, de brevedad fulminante. Fue en este preciso sentido en el que Chaves Nogales escribió -léase La agonía de Francia- que el pueblo francés había preferido la esclavitud a la lucha, y que no había estado a la altura de sus políticos.

En cuanto a la participación de los alemanes en el Reich, y el posterior silencio sobre sus actos, hay una infinidad de estudios, entre las que destacaríamos dos, sobradamente conocidos: el primero, El miedo a la libertad, de Erich Fromm, publicado en 1941, hace un análisis temprano de las causas, en absoluto menores, por las que las multitudes alemanas se arrojaron en brazos de aquel ensueño, de naturaleza criminal (gemelo del ensueño bolchevique), y cuyas consecuencias son hoy muy conocidas. La segunda obra, La banalidad del mal, de Hannah Arendt, recoge el proceso a Eichmann en Jerusalén, y en consecuencia, registra el modo en que se esgrimió el principio de "obediencia debida" para justificar, de manera espuria, los abominables crímenes cometidos por el régimen nazi.

Esta suerte de automatismo, pero de carácter ideológico, es el que atribuyen Adorno y Horkheimer, en su Dialéctica de la Ilustración, a las ideas dieciochescas y su posterior aplicación sobre el mundo. Sin embargo, no conviene perder de vista que fue el irracionalismo nacionalista, hijo del Romanticismo, quien agavillaría a las multitudes nazis en la noche de Nuremberg, y no la felicidad ideal que promovió la Aufklärung. Un irracionalismo, por otra parte, de carácter tribal, racial, antropológico, que sólo usó de la técnica en cuanto que útil para su utopía sobrehumana.

¿Cuál es la originalidad, pues, de Los amnésicos de Schwarz? La de ejemplificar en una familia -la suya- los mecanismos de persuasión y olvido con que alemanes y franceses y austriacos e italianos quisieron suavizar, cuando no diluir, el áspero contorno de su pasado. Sin embargo, más que de olvido, cabría hablar de exculpación a la manera de Eichmann, de forma que el título de Los aménsicos no acaba de englobar, en toda su complejidad, el modo en que las poblaciones quisieron eludir su responsabilidad moral en un insólito proceso de deshumanización y exterminio.

Como decimos, la peculiaridad de Los amnésicos es esta de ofrecernos un friso histórico, muy poco ejemplar, mediante el ejemplo de dos familias, una francesa y otra alemana, que confluyen felizmente en la figura de la autora. A esto cabe añadir dos cuestiones estrechamente relacionadas. Una primera es el recuerdo de otras violencias gratuitas, obra de los aliados (el bombardeo de Dresde, etc.), y que tampoco deben excluirse en este espantoso memorial de sevicias.

Una segunda es la decidida europeidad de la autora, que comprende y subraya los crímenes anteriores para proponer una idea Europa alejada de la exaltación épica, de "la tierra y los muertos" de Barrès, o si lo prefieren, del "blut und boden", la sangre y la tierra, de Martin Heidegger. También debe destacarse el análisis que hace Schwarz del terrorismo de los años de plomo y su vinculación, tanto con aquel pasado oculto, como una intelectualidad sectaria e irresponsable -Sartre, Foucault, Negri, Deleuze, Guattari..._ que quiso ver un brote de fascismo en cualquier manifestación contraria a su filiación izquierdista, estrechamente vinculada al totalitarismo soviético.

Con esta compleja y amarga realidad, Géraldine Schwarz ha escrito, ay, un libro de familia. Una familia que, sin dejar de ser la suya, es también, como reza el subtítulo, la Historia de una familia europea.

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