Cultura

Ética y alucinaciones

  • 'PESADILLA EN ROSA'. John D. MacDonald. Trad. Mauricio Bach. Libros del Asteroide. Barcelona, 2016. 256 páginas. 18,95 euros.

Ya lo dijimos a cuenta de su anterior libro, Adiós en azul: en John D. MacDonald hay algo de la escritura centelleante de Chandler; algo de su cinismo raudo y abrumador, pero sin el mundo que dio origen al private investigator de corte clásico. Podemos datar con precisión la muerte de ese mundo en una escena del propio Chandler. Al final de Adiós, muñeca, Philipe Marlowe se halla sentado frente al televisor, en su apartamento de Laurel Canyon. No hay nadie que lo espere al otro lado de la ciudad. Y tampoco su ajada corpulencia desea otra cosa que el descanso. Marlowe es un hombre muerto, aunque todavía lo ignora. La resurreción de ese fantasma, si de una resurrección se trata, se llama Travis McGee, y es la criatura literaria de otro veterano de guerra: John D. MacDonald.

De modo que McGee es un muchacho robusto, dorado por el sol de la costa Oeste, pero cuya misión en el mundo de la Guerra Fría es adoctrinar mujeres en las cuitas del amor libre. De fondo está la guerra de Corea, la guerra del Vietnam y el orbe psicotrópico que en breve (estamos en 1964) congestionará las mejores inteligencias del siglo. Aun así, McGee es un seductor a la antigua, fiado de su esqueleto, que salva doncellas en apuros en nombre de la amistad y el decoro. Si este magisterio sexual de McGee ha quedado, digamos, obsoleto, quizá se deba al apremio sexual de otra innovación tecnológica, imprevisible entonces. En todo caso, McGee es un hombre honesto, irresistible, cáustico y resolutivo, que se enfrenta al gran capital del Este con sus maneras de un surfista californiano. Si es suficiente para sobrevivir en la era de la televisión y el márketing, lo sabremos en su próxima entrega, The Green Ripper.

En detrimento de McDonald, podríamos aducir cierto aleccionamiento del lector que hoy resulta incómodo, así como la conversión de la femme fatale en una suerte de corderillo errático y equivocado. En su defensa -ésta, inexcusable-, diremos que McDonald es un excelente escritor cuya visión del mundo había virado, con el raudo orbitar del siglo, a un ténebre y acidulado color rosa.

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