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De la épica a la tragedia

  • García Gual recuenta en una hermosa colección de estampas las muertes de algunos héroes señalados de la mitología griega

El ensayista, traductor y crítico Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943).

El ensayista, traductor y crítico Carlos García Gual (Palma de Mallorca, 1943). / d. s.

Por su trabajo como traductor y crítico y sus contribuciones sobre los orígenes de la novela, la filosofía y la mitología clásicas o el ciclo artúrico, el helenista Carlos García Gual es desde hace décadas uno de los baluartes de la cultura humanística en estos "tiempos de penuria" y retroceso que han reducido a lo mínimo el conocimiento del legado de la Antigüedad, rompiendo la continuidad secular que nos religaba al viejo mundo del que procedemos y cuya vigencia, pese a lo que digan los desnortados apóstoles de los saberes 'útiles', nunca podrá ser desmentida. Mal tienen que estar las cosas para que los académicos de la Real, que en casos bastante más dudosos han mostrado una unanimidad sorprendente, se permitan no apoyar el ingreso en la institución de un maestro que ha contribuido como pocos entre nosotros a la difusión de los estudios clásicos, sumando a las anteriores su condición de editor y por supuesto la de filólogo en ese sentido ancho y generoso que distingue -de los que se guarecen en el ámbito de la especialidad- a quienes cultivan el oficio desde una voluntad abarcadora.

Tres nuevos títulos del autor mallorquín, publicados en los últimos meses, dan ejemplo de esa amplitud de miras: La luz de los lejanos faros (Ariel), una "defensa apasionada de las humanidades" donde reivindica los fundamentos de una "cultura en crisis" o 'conversa' con los antiguos -y los modernos- a propósito de sus enseñanzas perdurables; El sabio camino a la felicidad (también en Ariel), en el que recupera la maravillosa historia del "gran mural epicúreo" erigido por Diógenes de Enoanda, discípulo de la escuela del Jardín que inscribió en piedra -los restos, redescubiertos en el siglo XIX, han aportado información muy valiosa- las lecciones del filósofo de Samos, y La muerte de los héroes (Turner), un breve pero delicioso recorrido por la mitología griega que se centra en las singulares postrimerías de algunos de los semidioses cuyas peripecias, transmitidas, recreadas y reinterpretadas por la poesía o el teatro, siguen alimentando el imaginario de Occidente. Este último, en particular, se inscribe en la luminosa serie de monografías que García Gual ha dedicado a figuras como Prometeo, Orfeo, Alcmeón, Edipo o las sirenas, entre otras aproximaciones generales que permiten equiparar su trabajo en este campo al de los grandes mitógrafos europeos de nuestro tiempo.

De sencilla estructura y amable erudición, la colección de "estampas" reunidas en La muerte de los héroes se ofrece dividida en tres bloques: dos dedicados a los héroes míticos (Edipo, Heracles, Perseo, Orfeo, Asclepio, Jasón, Anfiarao, Alcmeón, Teseo, Penteo, Sísifo, Belerofonte) y los homéricos (Agamenón, Aquiles, Áyax, Áyax el menor, Odiseo, Paris, Héctor, Sarpedón, Neoptólemo, los "pequeños combatientes" de la Ilíada) y un tercero, precedido de una reflexión sobre su carácter subversivo, consagrado a "tres heroínas trágicas" (Clitemnestra, Casandra, Antígona). El propósito de García Gual no es otro que recontar sus muertes a la luz de los testimonios literarios conservados, que presentan a veces variaciones significativas, pero el autor no deja de señalar el contraste entre las hazañas asociadas a los héroes y su final con frecuencia trágico o incluso extrañamente truculento, el tenaz individualismo de los héroes arcaicos frente a la mentalidad más colectiva -su lucha aparece ligada a la "defensa de una comunidad"- de los guerreros épicos o la conmovedora fragilidad de seres que pese a sus extraordinarias virtudes -o de defectos asimismo característicos como la 'hybris', que designaba el orgullo desmesurado- no dejan de ser humanos. Para ellos, por lo tanto, con excepciones como las referidas a Heracles o Asclepio, divinizados después de perder la vida, o al valeroso y honorable 'pro patria mori' del troyano Héctor, tampoco existe la "bella muerte".

Si la poesía épica celebra la gloria ('kleos') que cifra la máxima aspiración del ideal heroico, es en la tragedia, centrada en el conflicto y traspasada por el 'pathos', donde se muestran el perfil más dramático o crepuscular de los héroes y las circunstancias no siempre gloriosas ni ejemplares de su destino final, contemplado por los espectadores con esa mezcla de compasión y espanto que definía la intención catártica del género. Los tres citados personajes femeninos, explica García Gual, llaman la atención por su explícito apartamiento del modelo de "sumisión y silencio" que imperaba en la sociedad griega antigua, en la que el protagonismo de las mujeres no solía traspasar el ámbito doméstico. Más allá de los contextos particulares, tanto la desleal Clitemnestra, que asesina a su marido en compañía de su amante, como la desdichada Casandra, que se niega a los requerimientos sexuales de Apolo, o en fin la brava Antígona, que desobedece las leyes de la polis para enterrar a su hermano, encarnan un desafío que no quedará impune. Audaces e insumisas, sus figuras, por más que éticamente ambiguas, poseen una incuestionable grandeza que sugiere, aún hoy, otra forma de heroísmo.

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