'Para el tiempo que reste'

César Antonio Molina o el regreso de un largo viaje

  • El autor publica 'Para el tiempo que reste', un libro en el que defiende una poesía "cosmopolita" e "intelectual" y hace balance del recorrido vital

César Antonio Molina, esta semana en Madrid.

César Antonio Molina, esta semana en Madrid. / Fundación José Manuel Lara

Un invierno, en una visita al Castillo de Bellver, en Palma de Mallorca, César Antonio Molina observó a la gente que recorría el espacio junto a él. "Había unos chicos extranjeros que iban con una chica local. Ellos le preguntaron que si era habitual tan buen tiempo en esa fecha, y ella respondió: éstas son las calmas de enero", recuerda. Aquellos turistas tal vez olvidaron esa información, pero el autor volvería a esa frase, cautivado por la belleza de esa expresión que anotó en una libreta. "No sabía qué iba a hacer con eso, pero al final salió un libro", cuenta en referencia a su poemario anterior, Calmas de enero (2017). "El poeta es un receptáculo que alberga una materia prima que tiene que ver más con el espíritu que con lo prosaico. Es alguien que ve aquello que pocos pueden ver, pero no por cercanía a la divinidad, sino por su preparación, por su emoción y sensibilidad", añade el escritor gallego (La Coruña, 1952). "A mí me gusta, como si preparara un rodaje, buscar los exteriores. Quedarme con el título de un cuadro si voy a una exposición, con el diálogo de una película en el cine. ¿Qué aporto yo a eso? Yo le doy un sentido, una trascendencia".

El autor regresa ahora con Para el tiempo que reste (Fundación José Manuel Lara), una obra con la que Molina sigue respondiendo a su intuición, abrazando lo intangible, preguntándose. "¿Cuál es la función humana de la poesía, cuál es la función humana de los árboles sobre cuyas hojas brotan los poemas? ¿La sombra? ¿El fruto dulce o amargo a veces tan escaso y tan endeble? ¿El descanso y el sueño?¿No será más bien el sueño?", se cuestiona en un poema en prosa. En las páginas abundan los interrogantes, la impresión de recuento o de balance –"¡Ah! La angustia de las cimas que nunca alcanzaré"–, pero su creador no acierta a definir el conjunto. "Explicar un libro de poesía es muy difícil. Una novela tiene una acción determinada, una trama, pero en una propuesta como ésta cada poema es una historia, una aventura, tiene su propia vida", opina el ex ministro de Cultura y ex director del Instituto Cervantes, que sí apunta algunas claves de su universo lírico: "Hay una parte biográfica, entre comillas, mínima; otra parte intelectual, con referencias a las lecturas, al mundo del cine, a la botánica, al arte, a los viajes, muy relacionada con la filosofía, el pensamiento. Y es cosmopolita: empieza en un sitio, recorre multitud de espacios y referencias, y llega a su destino", pondera Molina sobre una obra que entre otros escenarios propone escalas en Oaxaca, la Toscana, Massachusetts o San Petersburgo.

Unas características, lamenta, que no son "muy frecuentes en la poesía española, que es más bien poco cosmopolita y poco intelectual. Es muy aburrido si hablas de ti mismo y te vuelves autorreferencial. Yo me siento heredero de José Ángel Valente, de Octavio Paz, de Antonio Gamoneda, amigos y maestros", un linaje "que trata de unirse al lenguaje universal de la poesía. No sé si fue la guerra, el exilio, la posguerra, pero sufrimos una especie de endogamia por la que la poesía española piensa que sólo hay un lenguaje y es el suyo", dice, antes de poner dos detalles de ese inexplicable aislamiento. "Cuando trajimos a Steiner al Círculo de Bellas Artes, sostuvo que la cultura española contemporánea era muy provinciana. Porque no es conocedora de idiomas, por cierto complejo de inferioridad, nos hemos quedado al margen", revela. "Y en otra ocasión invitamos a Yves Bonnefoy, uno de los más grandes poetas del siglo XX, a la Casa de América. Había estado en la Feria del Libro de Guadalajara entre multitudes y aquí vinieron a verlo cuatro personas", rememora con tristeza el autor. "El poeta debe tener conocimientos. Esa idea de Rimbaud casi como un iluminado por el Espíritu Santo no es lo habitual".

Molina cree que un poeta "es alguien que ve aquello que pocos pueden ver"

Molina defiende que su obra poética "ha ido, con los años, de menos a más", en parte por ese contacto permanente con la cultura. "Hablando de Rimbaud, yo no he sido como él, y no lo lamento porque no me habría gustado tener su vida. Yo he ido poco a poco. Recuerdo cuando visité a Aleixandre con 20 años. Él siempre estaba disponible, dispuesto a escucharte, algo que no me ha pasado luego ni con mis amigos", bromea, "y me decía: Usted siga así, pero lea, es fundamental que lea. Eso he hecho, y creo que si Aleixandre hubiese llegado a Calmas de enero o a este libro estaría orgulloso. Aquí está esa sabiduría que te dan las lecturas, los años, el mundo", celebra.

"Pregunta a tu corazón lo que no sabe. / Pregunta a tu corazón lo que no sabes. / Nada más humano que el desprecio a uno mismo / y el amor a la naturaleza. ¿Pero son ambos de la misma materia?", escribe Molina en otro poema. "Como Spinoza me dio a entender, los hombres formamos parte de la naturaleza, que es la única divinidad de la que participamos. Soy gallego, y el panteísmo es connatural a nuestra manera de ser. Yo nací a 100 metros del mar, a 300 de la Torre de Hércules, de las playas, de los bosques, de los petroglifos... Ese niño que ha jugado en ese ambiente está inevitablemente en mi obra", asegura. "Y hay algo en lo que creo: la naturaleza puede vivir sin nosotros, pero nosotros no podemos vivir sin ella", mantiene.

"Los poetas de España pensamos que hay un solo lenguaje y es el nuestro. Debemos conectarnos al mundo”

Para el tiempo que reste alterna en su estructura diferentes formatos: del poema torrencial pasa a muestras de rotunda concisión. "Picasso era capaz de pintar lo que quisiera, y un poeta a cierta edad también", reivindica Molina. "Aunque debo admitir algo: yo nunca he escrito como he querido, lo he hecho como ha querido el poema. Hay textos que exigen la delgadez, por eso son más esquemáticos. Un poemita del libro, Itálica Manhattan, sólo necesitaba ocho versos para comparar Itálica con Manhattan tras los atentados y decir que siempre hemos vivido en la ruina. Otros poemas más narrativos, sin embargo, precisan otro aliento. En la fortaleza de San Pedro y San Pablo habla de una chica que se saca su jersey y de la fascinación que provoca, y, claro, hay que describir a esa muchacha, no se puede hacer en pocas líneas", expone. "Lo que ocurre es que antes, si llevaba 10 o 15 poemas con determinadas hechuras ya creía que el libro tenía que ser entero así. Hoy no pienso lo mismo".

Aunque el libro desprende el aire de una despedida, y el último poema se titula, de hecho, De cómo el poeta, muy a su pesar, despide a la musa, César Antonio Molina se niega ahora al retiro. "Rafael de Paula decía que lo mejor es jubilarte porque una vez que lo haces todo el mundo habla bien, y si anuncias que vuelves todo el mundo habla mal. Y en la poesía ocurre lo mismo. Si te vas, hay unanimidad, es un poeta maravilloso, pero si regresas la gente dice: vamos a darle a éste". Habrá que esperar para ver si este adiós a la musa de Molina se cumple: "Y pensar que ya nunca más te volveré a ver / y pensar que sin dejar de pensarte / haré ya todo lo posible por no verte".

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