Antonio Rivero Taravillo. Escritor

"Un poeta no puede pretender que el mundo empieza con él"

  • El autor regresa con 'Svarabhakti', un "canto de amor a la palabra" y a los vínculos de la literatura con la vida en el que rinde tributo a "figuras tutelares"

El poeta, narrador y traductor Antonio Rivero Taravillo.

El poeta, narrador y traductor Antonio Rivero Taravillo. / Juan Carlos Muñoz

A Antonio Rivero Taravillo siempre le llamó la atención que en las lenguas indoeuropeas hubiese vocales que se pronunciaran aunque no estuviesen escritas. Ese detalle inspiró inicialmente al escritor y traductor (Melilla, 1963) un poema que se llamaba Svarabhakti, el término de origen sánscrito que alude a esa vocal. "Me servía para hablar del amor, que tiene muchas cosas invisibles que solamente aprecian los amantes, que manejan un código que los demás no comparten", explica. Más tarde, ese título sonoro y enigmático acabaría bautizando su nuevo libro, editado por Maclein y Parker, una obra impregnada de sobria emoción en la que palpitan la literatura y la vida.

–Usted define Svarabhakti como un "libro de filología, de amor por la palabra".

–La palabra filología puede asustar, puede sonar a algo sesudo, académico, árido, y no es el caso. Filología, etimológicamente, significa amor por la palabra, y Svarabhakti es un libro de amor por la palabra, y también de palabras de amor. Se entrecruzan los poemas amorosos y eróticos con los de culto a la literatura, a figuras tutelares, a mitos, que en mi caso son elementos ligados a la vida. Es un canto de amor a la poesía, y un libro de poesía de amor.

–En el poema con el que abre el volumen asegura que "las palabras están / donde deben estar", una perfección que no posee la vida. "Ojalá los días tuvieran", anhela en esos versos, "cada acento en su sitio".

–Sí. Uno, con esmero y técnica, puede hacer un poema irreprochable, pero la vida está desordenada siempre y no tiene el rigor, la exactitud, la armonía que puede y suele tener el poema.

–En cada autor que escribe versos, defiende en otro de los fragmentos, "hablan todos los poetas". ¿Qué creadores resuenan con mayor fuerza en estas páginas?

–Para mí es importantísimo Cernuda, y el último poema está dedicado a él y a Emilio Prados. La literatura artúrica, que siempre me ha interesado, también está en el libro; igualmente hay un tributo a Lord Byron. En ese texto al que se refiere defiendo que el poeta puede ser un autor de genio, no es mi caso, pero lo que no puede pretender es ser adanista y pensar que el mundo empieza con él. Hay una literatura previa, hay una tradición, y tenemos que estar agradecidos a quienes nos han ido abriendo camino. Cuando uno escribe un poema, debe tener la humildad de saber que hay muchos que le han precedido y son muchos los testigos que se le han cedido.

"Uno, con esmero y técnica, puede hacer un poema irreprochable, pero la vida siempre está desordenada"

–Desde esa perspectiva tiene que ser duro enfrentarse a un momento como éste, en el que gente popular por las redes sociales o por la música, sin mucho conocimiento de poesía, ha encontrado en las editoriales los brazos abiertos... e incluso algún premio.

–Sí, sobre todo porque hay gente que ha usurpado un espacio, que no hace poesía. Con sinceridad, me alegro mucho del éxito de otros poetas, pero ahora hay un fenómeno que yo llamo subprosa, porque no llega a la prosa, que da gato por liebre, o gato por libro. Ese es un fenómeno peligroso, sobre todo si se le concede a lo que hace esta gente el crédito de que es poesía. Ocurre que personas no formadas, confusas por la edad, creen que la poesía es eso, y dista mucho de serlo.

–En La tregua, otro de los poemas, refleja a través de la lectura de la Ilíada la aventura tan apasionante que puede ser la lectura.

–Ahí me refiero a una cosa que es paradójica, pero muy hermosa. En la Ilíada hay unas luchas, unas muertes, pero todo eso sucede mientras uno lee. Si deja de leer, los héroes de la Ilíada dejan de matarse. Me recuerda a algo que sucedió con Christopher Marlowe, que murió acuchillado en una taberna y estaba escribiendo entonces Hero y Leandro, un relato griego que ha interesado a distintos poetas y que tenía un final trágico. Lo curioso es que como Marlowe fue asesinado, los protagonistas de su poema no llegaron a morir. Esa paradoja me parecía hermosa. Y me sucedió algo parecido con la Ilíada: la estuve leyendo en Grecia pero abandoné la lectura unos meses, en los que cesó la batalla. La lucha se reanudó cuando abrí las páginas nuevamente. Esa imagen representa la vida que la literatura cobra gracias al lector. Sin él no es nada.

–Es un libro formalmente muy variado, que contiene desde un conmovedor poema en prosa dedicado a unas tías abuelas (Recuerdo presente) hasta haikus o sonetos.

–No suelo hacer poemas en prosa, me encuentro más cómodo con el verso y, en general, medido. Pero me gusta dar variedad a los libros, evito caer en la monotonía. Esa pieza surgió de un recuerdo, y cuando uno empieza un poema enseguida se da cuenta de si pide una forma u otra. El haiku me vino como una especie de epifanía, como suele ocurrir con ellos. Y aquí los sonetos son particulares porque rompen un poco la forma, tienen encabalgamientos muy salvajes, están siempre en la frontera de lo que sería permisible si nos ponemos estrictos. Hacer sonetos ortodoxos ya queda un poco demodé, pero como gimnasio, como pesas para ejercitar la musculatura lírica y técnica son una práctica muy recomendable.

Antonio Rivero Taravillo. Antonio Rivero Taravillo.

Antonio Rivero Taravillo. / Juan Carlos Muñoz

–En uno de los pasajes describe cómo ante el deseo todos somos malos traductores que confundimos y malinterpretamos las palabras...

–En otras tradiciones, o incluso en la nuestra pero en tiempos muy remotos, el poeta, ahí está la etimología, era un vate, alguien que vaticinaba a partir de signos. Cuando uno tiene un deseo, parte de una voluntad de que algo sea como quiere, interpreta los signos conforme su anhelo. Y ahí, claro, está también está el traductor que soy...

–En esa faceta, precisamente, ha publicado ahora su versión de El silencio y otros poemas de Edgar Allan Poe.

–Tiene su valor sentimental porque la primera vez que compré un libro con dinero propio, cuando era un crío, fue precisamente la poesía completa de Poe en una edición bilingüe. Lo he ido traduciendo a lo largo del tiempo, y ahora vuelvo a él en una selección de su poesía que aparece excelentemente editada e ilustrada de la mano de Nórdica. Poe fue un poeta que abrió terreno y que dejó una gran huella en autores como Baudelaire y Mallarmé. Es muy moderno aunque a veces emplee un lenguaje arcaizante, un tanto afectado.

–Hace 30 años que publicó Bajo otra luz, la plaquette con la que se dio a conocer como poeta. ¿Cómo ve el hombre de ahora al chaval que empezaba?

–Veo que estaba abocado a ser lo que soy, que tenía una gran voluntad de abrirme camino en la poesía y de crecer en ella. He escrito muchísimo, no he publicado tanto, pero lo cierto es que no me entendería sin los poemas. Lo digo como autor y como lector.

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