Godos de papel | Crítica

La materia de España

  • Es este ambicioso ensayo, Sáez reconstruye la prolija imaginaría cultural que fraguará en el mito de los godos como antepasados y constructores de "la materia de España"

Imagen del filólogo navarro Adrián J. Sáez, tomada en Venecia

Imagen del filólogo navarro Adrián J. Sáez, tomada en Venecia

La inteligencia, siempre generosa y alerta, de Luis Alberto de Cuenca, nos pone sobre la pista de esta obra y nos da la bienvenida con un prólogo esclarecedor, donde subraya la continuidad esencial de las materias tratadas es este libro (cuyo subtítulo es Identidad nacional y reescritura en el Siglo de Oro), y aquella exuberante recuperación de lo gótico, operada en el XIX, y que no fue sino una floración historicista de oscuras fuerzas, hijas del corazón, con que quiso adornarse el Romanticismo.

En este Godos de papel se da noticia de un paso previo, el cual no es otro que la formulación del mito gótico, ya en la hora mayor del Imperio, acaso en la hora inicial de su crepúsculo, pero cuyas pertinencia y modos no pueden separarse, como es lógico, de los intereses de una sociedad, de una corona -la teutónica y gótica Habsburgo- y de una época.

Señalemos, por otra parte, tal como hace Sáez en estas páginas, que esa aquilatación del mito se debe, entre otros muchos factores, a un agente impensado, pero necesario, cual es la obra de aquel gran impostor que fue Annio de Viterbo. Gracias a sus genealogías inventadas, el XVI encontró el paso franco para cruzar, desde la orilla del Genesis, a la Geografía de Estrabón y la Teogonía de Hesíodo. Esto es, a vincular fraudulentamente los dos veneros mitológicos del mundo occidental.

A la particular historia peninsular se debe, por otro lado, esa predilección por el linaje gótico, que une cierta facilidad probatoria con los deseos que cubre y expresa todo mito, y que son de naturaleza espiritual. Vale decir, que son la fértil y maleable "materia de España". Entre estas necesidades de orden anímico se halla, cómo no, la religión. Pero también, y en no menor medida, cierta honorable trascendencia que, a la postre, explique y justifique nuestros actos.

Los lectores de Quevedo conocen bien su Advertencia a España, donde señala cómo "Colón pasó los godos / al ignorado cerco de esta bola". A la azarosa construcción de esta imagen van dedicadas las presentes páginas. Páginas, repito, de formidable erudición y no menor entusiasmo.

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