Las guías de autoayuda y los voceros de lo obvio han descubierto que una forma efectiva de combate contra el estrés laboral y el aluvión de catástrofes, profecías y hecatombes varias es compartir un café con un amigo. Pues nada, al lío.
El otro día tuve la suerte de reencontrarme con mi amigo Andrés García, conversador lúcido y siempre crítico con la nulidad circundante. Un par de cervezas (no eran horas para un café) avivan el ritmo de los temas y, tras saltar de nuestra época en el IES Velázquez a las primeras peripecias de nuestros hijos adolescentes, llegamos de golpe al fatídico sintagma “en mi trabajo”.
Todos admitimos que las diatribas contra los jefes o los colegas de profesión suelen elevar el amor propio de los acusadores, mientras pregonamos nuestra genialidad frente a la incompetencia de los otros. Sin embargo, las rubias espumosas y el bueno de Andrés me regalaron una clase magistral sobre una de las carencias más surrealista de los hispanos: la redacción de un curriculum vitae. En este punto, debo reconocer que los profesores de Lengua y Literatura no estamos al tanto del día a día de las empresas y, mucho menos, de los procesos de selección de personal.
“Mira, Jorge, sabes que siempre he defendido el estudio de la literatura y la sintaxis por el simple hecho de formar ciudadanos libres y con cierto espíritu crítico, pero no te puedes imaginar lo divertido que es leer centenares de currículums enviados por una peña sin el menor sentido del ridículo. Antes me encendía y juraba en arameo, pero ya me lo tomo como una terapia antiestrés. Dicen que, si no puedes con tu enemigo, la mejor opción es aliarte con él. Te prometo, por la gloria de mi madre, que me he convertido en un adicto a la lectura de CV. ¡Esos ratos de humor no están pagados!”.
Imaginad, doctos lectores, el tesoro que me regalaba Andrés: oro molido para un humilde filólogo encerrado en el estudio de manuales de gramática y teoría literaria. Ante mis narices se abría un artículo de pragmática lingüística y, sin duda, no iba a desaprovechar la oportunidad de grabar en mi memoria cada una de las apreciaciones y consejos de tan eximio lector. “¡Dispara, Andrés! Esta birra bien merece una lección sobre las relaciones entre la lengua española y el mundo laboral”. En resumen, una selección de pautas del señor García fueron las que despertaron mi interés:
- El tiempo dedicado a la lectura de un currículum es de unos seis o siete segundos. Claro está que, si has decidido enmarcar en la parte superior del espacio en blanco la foto de tu primera comunión, tu flequillo cubierto por la boina del Che Guevara o tu piel abrasada por el sol de agosto, tienes un problema… y lo sabes.
- Las relaciones personales y comerciales en el siglo XXI están marcadas por la inmediatez y la eficacia de los mensajes. Claro está que, si tu mente vive anclada en el siglo XIX, presumirás de un currículum de veinte páginas con descripciones milimétricas sobre tu dilatada experiencia como becario. La mala noticia es que Andrés solo dispone de seis segundos para valorar tu autobiografía novelada. Tempus fugit, chaval.
- La mentira nunca es una fiel compañera de viaje y, mucho menos, si tu objetivo es formar parte de una empresa seria y moderna. Sin embargo, hay una técnica ridícula peor que la mentira burda e infantil: las frases vacías. Campeón, no agotes la paciencia del entrevistador con tópicos como “me defino como proactivo y empático en los equipos de trabajo” o “soy un amante de la naturaleza, la música clásica y la conversación pausada con los amigos”. ¿A la cárcel vas a venir a robar?
- A veces, Andrés pierde el hilo argumental y la voz se difumina entre las carcajadas de ambos. Cuando recupera la respiración, vuelve a doblarse recordando la típica alusión al último “Curso de manipulador de alimentos”. Ante todo, coherencia: demandas un empleo en MOGU (App para agencia de viajes) y me cuentas cómo untar la mantequilla sin una contaminación cruzada. OK, bro. Clarinete
- ¿Por qué te hundes en la miseria del nivel de inglés medio? ¿Piensas que estás balbuciendo términos de la lengua de Shakespeare en un karaoke desierto? ¿En tu mundo onírico crees que no descubrirán la impostura a la primera articulación macarrónica en la entrevista personal? Consejo de colega: si no eres capaz de mantener una mínima conversación en una lengua extranjera, ni la nombres. Los muros de la oficina agradecerán la melodía de tu silencio. Punto.
- El tema de los errores ortotipográficos merece un capítulo aparte, pero ya casi no merece la pena perder el tiempo en tales advertencias propias de hablantes carcas y trasnochados. Aprobaste una carrera universitaria con faltas de ortografía; plagiaste trabajos sin el menor disimulo; eres más de series que de lecturas exigentes. Sé feliz. Persigue tus sueños. Sigue buscando.
- ¡Y la madre de todas las estafas! ¿Sabes cuál es la moda entre los arribistas políticos, los charlatanes de la nada, los gurús de la palabrería y los ilusos como tú? La dichosa manía de colocar un logo hipermayúsculo de la Universidad de Stanford para igualar tu talento al de Steve Jobs. Claro está que ese flaco en vaqueros y deportivas creó un imperio tecnológico con la fuerza de una vida dedicada al trabajo, mientras tú, querido genio, has pagado una fortuna por matricularte en un curso de tres horas a distancia. ¡Gigantesco logo para tan débil espíritu!
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