Síndrome expresivo 47

Una escuela románica: ¡Parpadean, amigo Goethe!

Goethe en la campiña romana (1787), por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

Goethe en la campiña romana (1787), por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein

Todos los docentes nos presentamos cada jornada laboral ante un grupo de adolescentes somnolientos y apáticos, cuyos ojos irradian un deseo inequívoco de que las manecillas del reloj giren a toda pastilla hasta la ansiada hora litúrgica de la salida. En este punto, es curioso cómo en la escuela todos los esfuerzos se dirigen a crear un modelo de receptor silencioso y pasivo a través de técnicas hipnóticas como las presentaciones digitales, los vídeos en versión original mal subtitulados en español y las películas sin un objetivo claro de escucha o juegos de hipervínculos subrayados en azul claro.

Solo con detenerse un poco en los planteamientos curriculares de la asignatura de Lengua y Literatura Castellana, nos damos cuenta de que el dominio de las habilidades fundamentales de un buen oyente están desterradas, o al menos, arrinconadas por la excesiva atención a la expresión escrita. Según parece, se da por descontado que el alumno conoce y domina las técnicas de un receptor atento y cómplice con el transmisor de conocimientos. Esforcémonos, por tanto, en enseñar las destrezas de una adecuada comprensión lectora y convivamos con oyentes pseudomomificados. Esta propuesta didáctica parece ser la corriente dominante entre los docentes de las materias lingüísticas (y no lingüísticas): la comprensión oral es la gran olvidada de las competencias comunicativas. Craso error, cabeza.

Vista la realidad en las aulas españolas, cuando algún colega comparte su abatimiento en la sala de profesores por la falta de ilusión del público juvenil, le recuerdo que debemos tener paciencia y perseverar en nuestra heroica labor. ¿Así de simple? Sin duda. Si fuera fácil, cualquiera podría dedicarse a la enseñanza. No obstante, este es otro tema y no quiero desviarme del objetivo del artículo. Sí, paciencia y perseverancia, porque solo se trata del síndrome de la figura humana en la pintura románica. Una enfermedad expresiva caracterizada por la apatía y ausencia de emotividad en el receptor. El alumno se siente hombre masa y, como tal, actúa: mirada perdida en el infinito, ojos de lechuza viuda atrapada en la Arcadia del presente, rictus tutankamónico tras la lupa de Howard Carter.

Como de costumbre, unos simples ejercicios pueden ayudar a captar la atención del auditorio y a lograr una transición rápida del hieratismo románico al leve movimiento de la figura humana, propio del gótico temprano. Por lo tanto, dos puntos deben centrar nuestro interés:

  1. El alumno detiene su mirada penetrante de búho en la inmensidad de la pizarra tradicional o electrónica. Además, una pose hierática intensifica la ausencia de emociones en el volumen corporal marmóreo. Para nosotros, más que un ser humano, es solo una cabeza asimétrica. Ser, pero no estar. En este punto, la angustia nos tritura el sistema nervioso: ¿qué se les pasará por la mente a estos muchachos?, ¿seres humanos u hologramas realistas?
  2. En contadas ocasiones, oteamos en el horizonte del aula unas figuras con una cierta tendencia al movimiento, cuyos gestos y muecas parecen indicar que existe una leve capacidad de comprensión de los conceptos expuestos por el profesor. Estos alumnos distópicos suelen presentar rasgos más realistas y humanos, ya que alguna mueca de asentimiento o de extrañeza indica que la vida inteligente no ha desaparecido aún de la faz de la tierra. ¡Parpadean, amigo Goethe, señal de que cabalgamos!

¿Se puede superar?

Debo reconocer que los docentes no solemos exhibir una sólida coherencia entre lo que pregonamos y nuestras acciones cotidianas. Por ejemplo, nos llevan los demonios cuando asistimos petrificados en nuestra silla a horas de teóricos cursos de formación que, poco o nada, tienen que ver con nuestros objetivos cotidianos. Maldecimos el exceso de tiempo y la monotonía en las explicaciones del penúltimo iluminado de turno. Nos convertimos en oyentes entregados y desarmados ante la infinitud de la master class sobre el último descubrimiento didáctico. Sin embargo, este síndrome del alumno deudor de las manifestaciones pictóricas románicas puede ser mitigado con la lectura de algunos consejos apuntados en Con la lengua suelta: 60 secretos del español correcto:

  1. Podemos insistir en la elaboración conjunta de un decálogo del oyente perfecto: posición corporal, complicidad con el emisor, actitud activa ante la escucha en forma de toma de apuntes, intervenciones pertinentes durante las explicaciones o cualquier otra pauta de actuación. De este modo, los alumnos reflexionarán sobre las habilidades básicas en la recepción y descodificación de mensajes orales en el aula.
  2. Hábitos saludables de vida: un alumno cansado es una representación románica. Así, para presumir de una imagen gótica (medieval, no moderna, querido lector), es fundamental un mínimo de ocho horas de descanso. Para ello, los propios creadores de contenidos digitales recomiendan a los padres prohibir cualquier tipo de pantalla en los dormitorios de los adolescentes (y a cualquier hora del día). Por ejemplo, el propio Steve Jobs impuso a sus hijos “un toque de queda digital” como norma de obligado cumplimiento.

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