Ciencias Sociales

Carmelo Lisón Tolosana, un antropólogo de estos mundos

  • El catedrático de Antropología Social de la Universidad de Granada rinde tributo a Lisón Tolosana, maestro de las Ciencias Sociales en España que falleció a los 90 años el pasado 17 de marzo

El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana.

El antropólogo Carmelo Lisón Tolosana. / D. S.

Ha fallecido -el pasado 17 de marzo en Madrid- Carmelo Lisón Tolosana, catedrático de Antropología y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Se fue a a la edad de 90 años, o de "viejuz", por emplear la expresión riojana-aragonesa que él gustaba repetir. El profesor Lisón nació en 1929 en la Puebla de Alfindén, una localidad muy próxima a Zaragoza, a las orillas del Ebro, patria chica por la que como buen español siempre sintió un profundo amor. A ella y a sus gentes dedicó su primera monografía académica bajo el nombre figurado de Belmonte de los Caballeros, publicada en sucesivas ediciones por las universidades de Oxford y Princeton.

Con su enjuta y alta figura, Don Carmelo encarnaba mucho de lo que en España entendemos por un caballero, si cabe andante. Cumpliendo esa misión, tras formarse como humanista en la Universidad de Zaragoza, marchó allende los Pirineos, hasta Albión, donde en la Universidad de Oxford se doctoró bajo la dirección del maestro de antropólogos, sir E.E. Evans-Pritchard. Influido por la obra de su profesor, que había estudiado las funciones sociales de la brujería en África, entre los azande, se consagró ulteriormente al estudio de la brujería gallega. En la brujería veía, como Evans-Pritchard, un ejemplo particular de funcionamiento de las estructuras sociales que explicaban la naturaleza cultural del mal.

Para Lisón Tolosana la Antropología Social, una disciplina entonces sin presencia en la universidad española, aprendida y cultivada desde Oxford, sería su motor existencial. ¿De qué se trataba, pues, esta poderosa y atractiva herramienta del conocimiento? María Zambrano, en su libro La agonía de Europa, escrito en el exilio, nos había dejado un contundente párrafo que señalaba que la Humanidad ha avanzado en muchos dominios técnicos, médicos, científicos, etc., pero que sigue huérfana de conocimiento acertado del ser humano. La antropología, para Carmelo Lisón, era el instrumento adecuado, transdisciplinar, poliédrico, plural, curioso de cualquier cosa o dilema, capaz de desvelar los comportamientos sin reducirlos o encorsetarlos en teorías o modas efímeras. Para Lisón esta disciplina era un hecho en sí mismo mayúsculo, una herramienta poderosísima de la Humanidad para conocerse racionalmente. Y recalco lo de racionalmente, porque la Antropología, hija de las Luces, no desmaya en buscar explicaciones lógicas, aun dejándole su espacio a la sinrazón.

En este cometido, a su vuelta a España, y tras integrarse en la vida universitaria, no sin dificultad –¡tuvo que hacer otra tesis doctoral porque la de Oxford no se le reconocía acá!-, comenzó a alentar la excelencia que había visto practicar, siendo exigente y autoexigente, sin concesiones a la galería, lo que siempre le otorgó un perfil muy académico y nada dado a las glorias mediáticas. Y en ese entendimiento de la excelencia alentó numerosas reuniones de colegas y jóvenes valores en lugares singulares de toda la geografía española. Durante 13 años, en los 90, yo tuve el privilegio de albergar algunos de estos seminarios en Granada, en la que fuera casa-molino familiar del escritor Ángel Ganivet. Allí amasamos muchas "ideas redondas", emulando la filosofía ganivetiana. En esa línea, hasta el final de su vida apostó por los jóvenes, creando incluso, bajo el patrocinio de la Fundación que perpetúa su nombre, y el de la que fuera su esposa, Julia Donals, en la Puebla, un premio para trabajos de fin de grado de los aspirantes a antropólogos. Esta es una generosa característica de la obra de Lisón.

En las últimas décadas la Academia de Ciencias Morales y Políticas, ubicada en el más antiguo edificio de Madrid -la casa de los Lujanes-, era su refugio, allá acudía con regularidad sin falla a las sesiones de los martes. Cuando intervenía planteaba más preguntas que respuestas, y sobre todo escuchaba con enorme atención. Le gustaba el juego de la inteligencia, pero también es cierto que creía que aún la antropología en España gozaba de mucha incomprensión.

Si me preguntasen qué obras de Carmelo Lisón Tolosana podrían ser las llamadas a ser clásicas –y de hecho muchas de ellas gozan de esa condición en las múltiples ediciones de la editorial Akal- yo señalaría: El problema del mal. Demonios y exorcismos en Galicia; La imagen del rey. Monarquía, realeza y poder ritual en la Casa de los Austrias; Perfiles simbólico-morales de la cultura gallega; La fascinación de la diferencia. La adaptación de los jesuitas al Japón de los samuráis, 1549-1592; y sobre todo La Santa Compaña. Fantasías reales, realidades fantásticas.

La muerte de Lisón Tolosana, un gigante de la ciencia social en España, deja huérfanos a sus discípulos, y nos priva de una inteligencia dialógica, capaz de escuchar y argumentar con los más sencillos y los más sofisticados, como corresponde a un antropólogo de inmensa cultura y humanidad.

Con un inmenso vacío, me permito decirte: ¡adiós, maestro!

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