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Ponme medio kilo de dulces

  • La confitería de Pepita Vázquez de Los Palacios mantiene desde hace 30 años la costumbre de vender sus pasteles al peso

Dulce de Pepita Vázquez

Una vitrina resplandeciente y majestuosa. Más de un centenar de pasteles tan apetecibles que parecen implorar una ‘mordidita’ al más puro estilo Ricky Martin. Petisúes, cucuruchos rellenos, flanes de dulce de leche, porciones de tarta y bombas de chocolate, por citar algunos, despliegan todos sus encantos. Resulta imposible apartar la mirada ante similar espectáculo. Hay dulces de casi todas las variantes y tamaños. Aunque el predominio de los grandes clásicos es más que evidente y la nata y el tocino de cielo se adivinan como ingredientes principales en algunos de ellos. No en vano, son la especialidad de la casa. La misma que en 1978 inició su andadura para convertirse en todo un referente de la repostería en Los Palacios y Villafranca: la confitería Pepita Vázquez.En su interior, tras ese mostrador de fantasía dulcera, existe un artilugio electrónico de grandes números que acapara la atención de propios y ajenos. En Pepita Vázquez gusta el sabor de lo auténtico y tradicional. De lo medido al detalle. Tanto que sus actuales propietarios, José Antonio y Jerónimo Egea Vázquez, continúan a día de hoy despachando los pasteles al peso tal y como lo hacían sus progenitores, Antonio Egea y Pepita Vázquez, hace tres décadas. “Este aparato actual lo tenemos conectado al ordenador y parece más moderno pero continuamos con el mismo procedimiento que instauró nuestro padre. No queremos que se pierda”, explica José Antonio Egea.“Es una costumbre que no conserva ninguna otra pastelería de la zona pero a nosotros nos gusta. Creemos que es la más justa porque el cliente realmente paga por lo que está llevando”, apostilla Jerónimo que confiesa que la presencia del peso en la confitería propicia más de una anécdota entre los clientes. “Desde la persona que pregunta por su funcionamiento porque no lo ha visto en su vida hasta el que se emociona al encontrárselo porque le recuerda a tiempos pasados”.

El peso que sirve para marcar el precio de la bandeja de dulces El peso que sirve para marcar el precio de la bandeja de dulces

El peso que sirve para marcar el precio de la bandeja de dulces / Cosasdecome

Algo que corroboran Ana Illanes y Rosa Algarín, esposas de José Antonio y Jerónimo, respectivamente. Aún no se habían casado con los hermanos Egea cuando ambas ya trabajaban codo con codo en el mostrador junto a Pepita Vázquez, por lo que han sido testigo de multitud de estas peripecias vividas junto a la báscula “La mayoría siempre simpáticas”, comenta Ana que aclara que en la confitería “las tartas enteras y la bollería tiene un precio concreto. También dulces grandes como el Antonio que si lo pesáramos costaría 3,60 y le tenemos puesto un precio de 2 euros. Siempre miramos por el cliente”.

Hay lugares en los que gusta llegar y quedarse, que acogen e invitan. Personas que transmiten sensación de hogar, que regalan familiaridad y cercanía. Así ocurre en esta confitería palaciega. No solo por la más que tentadora oferta de pasteles de su vitrina, si no por el trato dispensado por José Antonio, Jerónimo, Ana y Rosa con cada una de las personas que atraviesa el dintel de su puerta. “Tratamos de recibir a todo el mundo con una sonrisa, es algo que nos enseñó nuestra suegra Pepita porque es lo que ella hacía”, desvela Rosi.

El legado de Antonio Egea y Pepita Vázquez

Y es que, según explican los herederos de Pepita Vázquez, fue el desparpajo y proximidad de Pepita tras el mostrador y la habilidad confitera de Antonio lo que conquistó los corazones y paladares de los palaciegos a finales de los años setenta. “Nuestros padres son de Utrera. Un domingo vinieron a Los Palacios a almorzar y vieron que no había ninguna pastelería abierta durante la sobremesa. Y decidieron montar la suya”, narran José Antonio y Jerónimo.Pepita Vázquez provenía de familia de tradición panadera, al contrario que su esposo, Antonio Egea. De hecho, la pareja se conoció entre mostachones en una fábrica del entorno más cercano de Pepita. No aminoró este hecho el empuje creador de Antonio. El ingenio y capacidad de observación del esposo de Pepita Vázquez suplieron con creces su ausencia de conocimientos y se aventuró a elaborar desde cero sus propios pasteles para abrir la confitería . “Antonio siempre ha sido un hombre muy inteligente, autodidacta y emprendedor”, recuerdan sus nueras. Sus hijos también rememoran a su progenitor enfrascado en el obrador junto a un cartón de huevos tratando de dar con el tocino de cielo perfecto.

Jerónimo y José Antonio Vázquez Egea regentan actualmnte la pastelería Jerónimo y José Antonio Vázquez Egea regentan actualmnte la pastelería

Jerónimo y José Antonio Vázquez Egea regentan actualmnte la pastelería / Cosasdecome

De ese tesón y esfuerzo constante nació el buque insignia de la familia Egea Vázquez: tarta de tocino de cielo, nata y nueces que tanta fama ha grajeado a la esta confitería palaciega. También la nata artesanal, seña de identidad de la pastelería, en la que son especialistas. “Tenemos muchos clientes de distintos puntos de Sevilla, Cádiz y Huelva que vienen hasta los Palacios solo para comprar nuestros pasteles con nata. Dicen que en otros sitios la nata les sabe a mantequilla”, explica Jerónimo.“Hay gente que le echa merengue a la nata para que coja volumen y eso le hace perder su auténtico sabor” apunta José Antonio con afán clarificador. Los hermanos Egea Vázquez dominan la materia como pocos. Llevan desde la adolescencia embadurnados de harina y crema dentro del obrador familiar donde, además de llevarse algún que otro dulce a la boca, ayudaban a su padre con tesón. Al igual que Ana y Rosi heredaron el legado de Pepita, ellos lo hicieron con el de su progenitor a través de unos pasteles que continúan elaborando a diario con gran humildad y dedicación.A pesar de que José Antonio y Jerónimo llevan casi diez años al frente del negocio familiar nadie olvida a Pepita Vázquez. Tampoco a Antonio Egea. Ni en los Palacios ni fuera de la localidad. Su carácter y buen hacer ha dejado huella. “La gente sigue viniendo por aquí a preguntarnos por ellos y a mandarles recuerdos. Tenemos clientes que son hijos o nietos de los que también fueron suyos. Es muy bonito recibir tanto cariño”, concluyen los maestros confiteros con evidente orgullo.

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