Spiderman: No Way Home | Crítica

Watts cierra triunfalmente su trilogía arácnida

Zendaya vuelve a acompañar a Tom Holland en esta aventura de Spider-Man.

Zendaya vuelve a acompañar a Tom Holland en esta aventura de Spider-Man. / Sony Pictures

Tras un dubitativo comienzo en cine (Clown, 2014) en parte redimido por un interesante thriller (Coche policial, 2015), Jon Watts encontró su lugar en Hollywood con la trilogía de Spider-Man: Spider-Man: the Homecoming (2017), Spider-Man: lejos de casa (2019) y ahora, cerrándola, Spider-Man: No Way Home (2021), tres éxitos de público y de crítica que juegan con habilidad a la desconstrucción/humanización y la reconstrucción/remitificación del superhéroe, a su reintegración al universo juguetón y adolescente que es propio del tebeo (o que lo era antes de que se le tomara tan en serio) para -en esta tercera entrega- abordar su tormento existencial sin renunciar del todo a lo disfrutón.

En el fondo tanto lo divertido como lo atormentado (aunque sin tanta exageración) procede de los tebeos. Mucho antes de que el cine los convirtiera en rentables franquicias, cuando eran de papel y no de celuloide o pixeles, los superhéroes siempre han sufrido y han perdido sus superpoderes, viéndose reducidos a un guiñapo con el que se ceban los malos y la sociedad para recuperarlos después. Pero desde que Nolan wagnerizó a Batman en su trilogía (2005-2012) todo superhéroe que se precie de ser algo más que un muñeco de tebeo debe sufrir mucho más, sentir angustia, desgarrarse entre sus dos personalidades, conocer la tentación del anonimato y la normalidad, y el peligro de ser descubierto y con ello hacerse vulnerable. Por no hablar del crecimiento de los superhéroes que van dejando la juventud atrás para entrar en la madurez, como sucede en este caso en el que Spider-Man descubre esa cosa tan fastidiosa de que "todos los niños crecen, excepto uno" y que él no es Peter Pan.

Como si fuera una folclórica asediada por la telebasura el desvelamiento del rostro humano del superhéroe convierte a Peter Park en una víctima de la fama de Spider-Man. Superhéroe contra persona común. Ambos son igualmente lapidados por la opinión pública y la publicada (o más bien televisada). El auxilio que recibe empeora las cosas al abrir las compuertas que separan diferentes universos, provocando un auténtico festival de villanos a los que Spider-Man se enfrenta con sorprendente ánimo redentor. Ligera al principio, más oscura conforme avanza y espectacular siempre, esta pieza cuidadosamente fabricada e inteligentemente publicitada desde que era un proyecto ha alcanzado todos sus objetivos y la respuesta está siendo entusiasta hasta el punto de convertirla en un fenómeno a la vez sociológico y cinematográfico.

Revitaliza así un género, el del cine-tebeo, explotado hasta dejar el filón agotado y al público harto. Pues resulta que ni el filón carecía de posibilidades ni el público estaba ahíto. Y los trabajos de John Watts y sus guionistas Chris McKenna y Erik Sommers -sin olvidar el empujón que supuso en 2018 el hito de la oscarizada aportación animada Spider-Man: un nuevo universo- han logrado sacar oro de taquilla y entusiasmo de fans dónde estos parecían agotados.

Aquí está el llamado Universo Cinematográfico Marvel en todo su esplendor, con muchas de sus criaturas más celebradas interpretadas por quienes mejor lo hicieron, reuniéndose así un reparto de lujo: además de Tom Holland y Zendaya están Benedict Cumberbatch, Marisa Tomei, Jamie Foxx, Willem Dafoe, Alfred Molina o Jon Favreau. El cine no es un negocio fácil y en él no todo puede preverse. Pero en este caso la máquina perfecta funciona.

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